– ¿Señora?
– Quiero ver a los prisioneros.
Por un momento, creyó que no la había entendido, porque se quedó mirándola como un estúpido. Josleen repitió su petición.
Ellos siguieron sin responder. Y ella comenzó a irritarse. Agarró uno de los cuencos y lo alzó sobre su cabeza. A lo mejor un buen golpe les haría comprender.
– Donald, abre la puerta.
Josleen lanzó una imprecación, dejó la jarra con fuerza sobre la mesa y se volvió.
– Creí haber entendido que era libre para ir y venir a mi antojo, McFersson. ¿Me estás siguiendo?
– No se me ocurrió que quisieras bajar aquí -gruñó-. De ser así, les hubiera avisado. Gracias a Dios, parece que he llegado a tiempo de evitar que les abras la cabeza.
La broma fue acogida con humor por los carceleros. Ella le miró echando chispas.
– Donald, abre esa puerta antes de que tengan que coserte la cara -advirtió Kyle, con un atisbo de risa en la voz-. Una McDurney nunca hace amenazas vacías.
Josleen se mordió la lengua. El tipo sacó una ristra de llaves y abrió el acceso a las celdas.
No había recorrido un metro cuando Kyle la sujetó del brazo, haciendo que cayera sobre su pecho. En el mismo instante, un graznido a su derecha la hizo respingar. Él rió bajito junto a su oreja y una ola de calor la inundó de la cabeza a los pies.
– Aquí no sólo están tus hombres, Josleen -explicó Kyle, conduciéndola pegada a su costado, lejos de las rejas de los ventanucos de las mazmorras- También hay asesinos. Si cualquiera de ellos atrapa tu lindo cuello, ten por seguro que te lo rompería.
Josleen no dijo nada. Lo disimuló, pero estaba asustada. Los soeces saludos que la regalaban la amilanaron un poco. Y el olor era nauseabundo. Apretó los dientes, pensando que sus amigos estaban allí encerrados.
Atravesaron una sala pequeña de alto techo y Kyle empujó una puerta que daba a otra galería. El cambio resultó asombroso. En el techo se abrían claraboyas por las que entraba la luz y no olía a orines, aunque tampoco a rosas. Kyle la soltó y ella comprendió que allí no corría peligro. Él echó a andar y le siguió.
Un minuto después, Kyle se paró y se hizo a un lado. Había una única puerta y Josleen se acercó. Llamó a sus amigos, sintiendo las lágrimas rodarle por el rostro.
Un rugido, movimiento de cuerpos y las voces entremezcladas de varios hombres que se agolparon contra el ventanuco.
– ¡Verter! ¡Norman! ¡Dillion! ¿Estáis bien?
Todos quisieron hablar a la vez. Josleen trató de verles a todos y metió la mano entre las rejas, riendo y llorando al sentir el contacto de varias manos que tomaban la suya.
Kyle la arrancó de allí.
– ¡No! -se resistió Josleen, pensando que iba a llevársela y no podría hablar con los suyos-. ¡Suéltame! ¡Bastardo!
Escocido por el insulto, la hizo a un lado y la apuntó con un dedo.
– Sigue zahiriéndome, mujer, y acabaré por calentarte el trasero antes de pedir rescate a tu hermano.
La amenaza fue escuchada por los hombres de Wain y voces airadas se alzaron a un tiempo. Entre ellas, la de Verter.
– ¡Si la tocas un solo cabello, McFersson, te arrancaré el corazón y las tripas y los dejaré secándose al sol!
Josleen le vio apretar los puños contra las caderas y supo que su cólera estaba a punto de estallar. Sin embargo, para su asombro, Kyle sacó una llave de su cinturón y abrió la celda.
– Dad un solo paso en falso y ella no saldrá de aquí.
Su voz retumbó en las profundidades de las mazmorras. Los hombres de Wain retrocedieron con precaución, pero sus sonrisas al ver a la joven hicieron que Josleen estallara en sollozos. Kyle no comprendió su repentino arrebato de fragilidad.
– Pensaba que era lo que querías -graznó.
La mirada de agradecimiento que recibió de aquellos ojos azules le quitó el aliento. Nunca lo habían mirado de ese modo.
– Así es -repuso ella.
– Entonces ¿por qué demonios lloras?
Josleen medio sonrió y se secó las lágrimas de un manotazo. Luego, entró en la celda y un mar de preguntas la aturdió, mientras escuchaba cerrarse la puerta a sus espaldas.
Verter la encerró entre sus brazos de oso, haciéndola desaparecer. El resto quiso también cerciorarse que estaba bien y no había sido maltratada. Ella buscó señales de la tortura en el rostro de Verter, el lugarteniente de su hermano.
Desde fuera, Kyle no perdía detalle, observando cada movimiento como un lobo en celo. No estaba seguro de haber obrado con prudencia dejándola entrar en la celda, pero la repentina necesidad de que ella no lo viera como un monstruo le había ganado a la lógica. Ahora se preguntaba si no estaría buscándose un problema.
Después de calmar a su escolta, Josleen echó un vistazo a la celda. Era amplia. Dos ventanas enrejadas situadas a buena altura dejaban entrar suficiente luz y calor. Había catres y una larga mesa montada sobre caballetes; sobre ella, aún quedaban restos de la última comida que les habían proporcionado. Se acomodó sobre las rodillas de aquel gigante moreno y fuerte como un toro y él la abrazó como a una criatura. Verter la trató siempre como si fuera su propia hija y ella le adoraba a pesar de sus toscos modos. Confiaría su vida a aquel guerrero sin dudarlo un segundo.
Kyle se irritó al ver la familiaridad con la que ella abrazaba a aquel oso. ¿Quién era aquel mastuerzo para mantenerla sobre sus rodillas? ¿Un familiar? ¿Un amante? Una repentina vena de celos se apoderó de él. Sacudió la cabeza y se dijo que ella, realmente, debería ser una bruja, porque él se sentía como si le hubieran echado un maleficio.
– ¡Le partiré los brazos a ese cabrón! -dijo entre dientes, asombrándose de inmediato de su falta de control. Se obligó a relajarse y se apartó ligeramente de la celda. Pero la súbita carcajada de Josleen le obligó a prestarles de nuevo atención.
La vio acariciar la cara del oso y apretó los dientes. La furia estaba barriendo su raciocinio, del que siempre hizo buena gala.
– ¿Te golpearon, Verter? -la escuchó preguntar.
Un silencio opresivo ocupó la celda. Ninguno se movió y alguno bajó la mirada.
– Lo siento -dijo Verter-. No tuve más remedio que contar a ese hijo de perra cuanto quería saber.
– Me lo contó, sí -asintió ella-. Bueno, no importa. Me preocupa más que estéis bien todos. Pensaba que podían haberos torturado.
Kyle maldijo de nuevo por lo bajo. ¿Qué clase de monstruo creía ella que era?
– Sólo recibí un par de golpes. Aunque hubiera preferido que me cortar el cuello antes de escuchar lo que nos dijo. Realmente, creímos que iba a hacerlo. Azotarte -alzó el puño cerrado hacia la puerta- ¡Que el demonio se lleve a ese condenado McFersson!
Josleen le sonrió.
– También yo lo hubiera creído -les dijo en tono muy bajo, para evitar que Kyle escuchara la conversación-. Pero creo que su salvajismo no es más que fachada. Ladra mucho, pero me ha devuelto mis vestidos y soy libre para deambular por la fortaleza. Ni siquiera tengo guardia en la puerta de su habitación.
El súbito taco de Verter la hizo respingar.
– ¡Hijo de puta! ¡¿Donde dices que estás?!
Josleen enrojeció entonces hasta la raíz del cabello.
– No ha pasado nada -susurró.
– ¡Mas le vale! ¿Me oyes, maldito Mc.Fersson? -gritó a pleno pulmón y Josleen se encogió- ¡Si te atreves a mancillarla te mataré con mis propias manos!
– Verter, por amor de Dios…
– ¿Te ha tocado?
– Ya te he dicho que no ha pasado nada -repuso, colorada de bochorno bajo la atenta mirada de todos-. Ni siquiera ha dormido allí.
– ¡Lo mataré!
– Verter, cálmate, por favor.
– Sólo digo que…