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Los ojos dorados la observaban ahora con un brillo demoníaco y dió un paso atrás.

Un segundo después los brazos de Kyle la atrapaban. La besó y ella le respondió, ardiendo ya, hambrienta de caricias, consumiéndose en el volcán demoledor que la asolaba.

Un escalofrío recorrió a Kyle. No estaba preparado para lo que sintió. Fue como si en sus venas hubieran metido lava ardiendo y el villano pensamiento de poseerla en ese momento, le dejó aturdido. La boca de Josleen respondía a la suya y sus manos la emprendieron con el vestido, haciendo resbalar las hombreras para acariciar la piel de sus hombros.

Todo aquello era un sueño para Josleen. Fue consciente de las manos de Kyle en su piel, de que el vestido iba resbalando lánguidamente y se frenaba en su cintura, atascándose en sus caderas. Sintió sus pechos acoplados a las grandes manos del guerrero. Ahogó una exclamación en su boca cuando él oprimió su pezón entre el pulgar y el índice.

Kyle había sido, hasta entonces, capaz de controlar sus actos, pero ahora se sentía como un títere al que la pasión arrastraba por un tobogán sin fin. Con un gruñido, la alzó y se dirigió al lecho.

Josleen le miró entre sus párpados semicerrados. Durante aquel corto lapsus él podría haber recuperado el control y abandonar la habitación antes de cometer una fechoría. Pero el suspiro de ella le volvió loco, saqueó su cuerpo y aniquiló sus defensas. Acabó por quitarle el vestido. Y aquello supuso su total perdición.

Ella tenía la piel blanca, como había imaginado. Contrastaba de tal forma con la ropa del lecho, que le deslumbró. Sus ojos recorrieron con lentitud aquel cuerpo, devorándolo: pechos perfectos, estrecha cintura, caderas redondeadas. La longitud y esbeltez de las piernas era un regalo para la vista. Y el excelso triángulo de vello entre sus muslos, oro y fuego, le lanzaron de cabeza a un abismo que él mismo había abierto.

De dos zarpazos se deshizo de la única prenda que le cubría, tiró las botas hacia un lado y se encaramó al lecho.

Josleen batallaba contra el deseo y el temor. Arrobada por la vergüenza y la pasión a partes iguales. Deseaba tocarlo, sentirle dentro más que nada en el mundo, pero recelaba de lo que iba a suceder. Ella era doncella. Nunca antes había estado con un hombre y no sabía qué debía hacer. ¿Debería permitirle la iniciativa? ¿Permanecer impasible mientras él tomaba su honra?

Kyle le dió la respuesta tomando sus manos y poniéndolas alrededor de su cuello.

– Abrázame, pequeña.

Josleen se encontraba envuelta en una nube. Flotaba. Ansiaba el contacto de Kyle y un hambre voraz por saborear su cuerpo. Se apretó contra él y le besó en el pecho mientras sus dedos, muy abiertos, en el deseo incontenible de acariciar cuanta más piel mejor, resbalaban por los músculos de su espalda. No se había atrevido a mirar la desnudez de Kyle y había vuelto la cabeza al verle desnudarse por completo, pero notó su masculinidad pegada a su cadera mientras sus labios regresaban a secuestrar su boca.

Un vahído la cobijó cuando la boca de Kyle acarició su cuello y bajó hacia el pecho. Él atrapó un pezón entre sus dientes y succionó. Josleen gimió en voz alta y elevó su cuerpo para facilitarle la tarea.

Lo que pasó después, les transportó a un mundo lejano, en el que no existieron más que ellos dos, sus cuerpos sudorosos mezclándose, queriendo poseer al otro. Se revolcaron sobre el lecho como dos animales en celo, saboreando, mordiendo y besando, gimiendo bajo las caricias.

La mano de Kyle, temblando como la de un mozalbete, acarició el interior de sus muslos. Se detuvo a milímetros del lugar en el que deseaba perderse. Ella retuvo el aliento y se arqueó hacia aquellos dedos, exigiendo más.

Trastornado y notando dolorido su henchido miembro, introdujo un dedo en el estrecho túnel. Su humedad le produjo un espasmo de placer indescriptible y sin poder contenerse más la obligó a abrir las piernas y se puso sobre ella, pujando por entrar en ella.

Las manos de Josleen atraparon glotonamente sus tersas nalgas, atrayéndolo, hostigándole de un modo que no le dejó dudas.

La hombría de Kyle profanó la intimidad de Josleen y ella dejó escapar una exclamación, aferrándose más a él.

McFersson se aupó sobre las palmas de las manos y la miró. Dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas y tenía los ojos fuertemente cerrados y los labios apretados. Se sintió el más mezquino de los hombres.

– Lo lamento, Josleen…

Ella abrió los ojos, azul brillante, más hermoso que nunca. Se le escapó un puchero y Kyle la besó en los párpados, en la nariz, en la boca… Luego, luchando por contenerse lo suficiente, pujó de nuevo dentro de ella con extremo cuidado, llevándola poco a poco hasta la cumbre. Desaparecida la molestia, Josleen se retorció contra él y gritó cuando los espasmos del orgasmo la arrollaron. Ciñó sus piernas como grilletes alrededor de las caderas de Kyle, atrapándolo. Y él, incapaz ya de pensar, se abandonó a su propia necesidad mientras las convulsiones femeninas le obligaban a regalar su simiente.

Pasaron algunos minutos antes de que Josleen pudiera pensar de nuevo con claridad. Tenía la vista nublada y el cuerpo laxo. Se ladeó un poco para verle. Apoyado sobre un codo, Kyle la miraba fijamente con el ceño fruncido. Se ahogó por la frialdad de aquellos ojos. Y de repente, se sintió una mujerzuela. Roja de vergüenza, le dio la espalda.

Kyle no dijo nada, aunque comprendió lo que pasaba. Quería calmarla, pero ¿cómo hacerlo si estaban más confundido aún que ella? Su cabeza era una olla en ebullición. No entendía cómo era posible que se hubiera atrevido a deshonrarla. ¿Qué era Josleen? ¿Una hechicera con poderes, capaz de llevar a un hombre a la perdición?

Con un sollozo, Josleen se tiró del lecho y buscó sus ropas. Se embutió en ellas de cualquier modo y escapó de la habitación.

Kyle se dejó caer sobre la revuelta cama y cerró los ojos. A su cabeza regresó la imagen de Muriel y un rictus de asco anidó en sus labios. Un sinfín de rostros femeninos desfilaron ante sus ojos y la mente de Kyle no pudo pararse en ninguno. Había tenido muchas mujeres, antes y después de casarse con aquella pécora sin corazón, pero le era imposible recordar a ninguna con claridad. Sólo veía el rostro de Josleen.

Maldiciendo entre dientes su idiotez, se levantó.

Capitulo 24

Era incapaz de tragar. Kyle había mandado a uno de sus hombres a buscarla cuando ella no se personó para la cena y la encontró en el patio de la fuente. No quería verle. No podía verle después de lo que pasó. Aunque se negó a acompañar al guerrero, él insistió y cedió.

Ahora se encontraba en una situación embarazosa y la culpa era sólo suya. Kyle la cedió un lugar en la mesa, como si se trata de una invitada, pero su callada negativa ganó la silenciosa batalla y él no insistió. Se acomodó junto a la chimenea, sentándose en un taburete bajo, al lado de algunos de los criados. Pero éstos no parecían dispuestos a comer al lado de una enemiga y se retiraron hacia el otro extremo de la sala.

Josleen encajó aparentemente bien el desplante, aunque por dentro se sentía como una repudiada. Bajo la inspección de Kyle y de quienes le acompañaban a la mesa, deseó desaparecer. Sola, en aquel rincón, notaba fijas en ellas las miradas. Todos la observaban como si se tratara de un animal de feria, amos y criados. Le dolía la espalda de tan tiesa como la tenía. Pero era una McDurney y no se dejaría amedrentar.

Kyle se retrepó, colocando un codo sobre el respaldo de su silla. No podía dejar de mirarla. La cena perdió para él todo interés. Estaba furioso consigo mismo y no con ella. Le sacudía el convencimiento de que debía odiarle. Ni siquiera había querido compartir su mesa.

– Es muy bonita.

Kyle se volvió hacia James. El muchacho no quitaba los ojos de la prisionera desde que entró.