Kyle estaba cada vez más remiso y siempre daba excusas para retardar el momento.
Josleen levantó la cabeza de su costura justo en el momento en que Elaine McFersson trataba de alzar un caldero lleno de agua. Dejó la costura e hizo intención de levantarse para ayudarla, pero no llegó a abandonar el taburete. Un hombretón de casi dos metros de alto salió, sólo Dios sabía de donde, y levantó sin esfuerzo el caldero. Josleen observó el rostro de la madre de Kyle, iluminado. Luego, bajó los ojos hacia el suelo, dió las gracias en un susurro y se sonrojó.
Josleen curvó las cejas. ¿Era tonta o acababa de ver a la única persona que parecía sacar a la mujer de su apatía? Hasta entonces, sólo la había visto pestañear cuando ella hirió a Kyle, y ni siquiera en ese momento pareció demasiado afectada; siempre se la veía pasear a solas, lánguida y apática, aunque se adivinaba en ella una férrea fortaleza. Elaine era una mujer joven aún, seguramente había tenido su primer parto siendo una muchachita. Sólo se unía al resto a las horas de la comida o de la cena. Distante de todo y de todos. Y sin embargo, ahora, ante la presencia de aquel gigante, se la veía muy frágil y casi amedrentada, como una jovencita vergonzosa.
Se fijó en el sujeto mientras él, prendido por Elaine, caminaba cargado con el caldero hacia el exterior. Era muy fuerte y, desde luego, atractivo. Larga cabellera rojiza, poblada barba y buenos músculos. Todo un guerrero, capaz de hacer sentir a una mujer la necesidad de ser protegida. Y sin duda la madre de Kyle se sentía traída por él.
Josleen regresó la atención a su costura, pero no dejó de pensar en lo que había visto. De siempre le gustaron las intrigas amorosas y se preguntó si ella podría hacer algo para que la apatía de la madre de Kyle desapareciera. Llevaba demasiado tiempo sola. Con una sonrisa divertida, se respondió a sí misma: intentaría remediarlo.
Entretenida en sus pensamientos no se percató de la entrada en el salón de un hombre alto y delgado.
El sí lo hizo. Dio un par de pasos hacia el interior, la vio y se frenó en seco. De inmediato dio media vuelta y escapó, pálido como un muerto.
Moretland se paseó nervioso bajo la atenta mirada de su anfitrión. Al cabo de un momento miró al otro y dijo en tono de recriminación:
– ¡No sabía que Josleen McDurney estaba aquí!
Las doradas cejas de Kyle describieron un arco perfecto.
– No es asunto tuyo.
– ¡No puedo dejar que me vea!
– Entonces no lo hagas.
– Debes entenderlo, McFersson. Si esa muchacha sabe que visito Stone Tower se preguntará la causa. No es lógico que un enemigo venga aquí sin una razón muy justificada.
– Lo imagino. Sería muy difícil explicar a Wain qué haces en mis tierras. Y más complicado aún explicar la causa por la que eres un asqueroso traidor a los tuyos.
Barry Moretland se irguió en toda su estatura y sus ojos relampaguearon, zaherido por el insulto. Sabía que no era bien recibido allí, que el maldito McFersson le odiaba. Pero también sabía que sus informaciones eran importantes y que les había proporcionado importantes ganancias. Era un acuerdo que duraba ya un largo año, desde el verano anterior en que él ofreció sus servicios.
– Debería decirle a Wain sobre ella -susurró a modo de amenaza.
Kyle se encogió de hombros y sonrió con ironía.
– Deberías, sí. Sería interesante ver cómo le convences de conocer su paradero.
– Su hermano piensa que está en… El mensajero…
– Ese sujeto era uno de mis hombres.
– ¿Piensas pedir un rescate entonces?
– Lo he pensado, sí.
– ¿Cuando lo harás?
– Eso aún no lo he decidido.
Moretland achicó los ojos y le miró con más interés. ¿De modo que era eso? El maldito McFersson estaba disfrutando de aquella zorra que tantas veces le había despreciado. Estuvo a punto de soltar una carcajada. Wain recuperaría a su hermana, desde luego, pagando lo que el otro pidiese, pero Josleen no tendría ya valor para negociar una unión con otro clan porque nadie creería, aunque lo jurase, que aquel bandido no la había mancillado. Eso acarrearía la guerra entre los dos clanes, si él sabría jugar entonces sus cartas. Era lo que más deseaba Barry. Conocía la furia de McFersson y sabía que difícilmente volvería a dejarse vencer por Wain, de modo que si el hermano de Josleen acababa muerto, él tendría muchas posibilidades de convertirse en el jefe de los McDurney, aun no llevando su apellido; era el único varón de la casta, ya que Sheena no le había dado ningún heredero aún a Wain. Sonrió y se sirvió un poco de cerveza.
– ¿Es buena en la cama?
El trago le supo a hiel cuando los ojos dorados de Kyle se clavaron en él. Si una mirada pudiera matar, Barry Moretland habría caído fulminado allí mismo. Se atragantó.
– Quiero decir… Como parecías interesado en Evelyna Megan…
– ¡Por todos los dioses celtas! -estalló Kyle- Que me pases información sobre tu clan, que te lleves una buena ganancia de nuestros hurtos, que te aproveches de mi nombre para robar a Wain… -alzó la mano para pedir silencio cuando vio el gesto de protesta iniciado-. ¿Crees que no sé que muchos de los robos me los endilgas? ¿Qué me dices de esos malditos caballos por los que me interrogaron tus hombres cuando me hicísteis prisionero? -Barry encajó los dientes y bajó la mirada-. Bien, pues como decía, Moretland, no creo que todo eso te dé derecho a meterte en mi vida privada.
– No pretendía…
– Pásate de la raya, amigo mío, y me importará muy poco poner tu cabeza en una picota en lo más alto de mis almenas. Créeme, Moretland, aún me escuecen los golpes.
– No pude hacer nada. No sólo te ví yo cuando estaba a la orilla del río, te vieron los demás. No podía volver la mirada a otro lado ¿verdad? Si no hubieras estado borracho como una cuba no te habríamos descubierto. ¿Qué podía hacer yo? Tenía que disimular, tenía que tratar de sacar información al enemigo, de otro modo hubiesen sospechado. Aunque te reconocí no descubrí tu verdadera identidad, recuerda. Por fortuna no llevabas tus colores.
– De todos modos, debería matarte por eso.
Barry se quedó lívido, pero con mucha prudencia asintió en silencio.
– Debo regresar a Durney Tower.
– Te deseo buen viaje. Dejaré tu parte de la próxima avanzadilla donde siempre, en la abadía.
– Bien.
Kyle le vio partir con un sabor amargo en la boca. Sabía que el tipo era un asqueroso traidor de pies a cabeza, pero también el amor que tenía al dinero y él le proporcionaba ganancias sustanciosas. Lo ganaba informándole sobre los pasos de Wain McDurney, pero nada ganaría informando sobre los suyos, porque sería tanto como descubrirse. De todos modos, era consciente de que tenía un escorpión negro debajo de su trasero y eso no le agradaba. No le agradaba en absoluto.
Capitulo 29
Barry no salió sin embargo de inmediato de las tierras de los McFersson. Nadie, a excepción de Kyle, sabía su verdadera personalidad, ya que se hacía pasar por un hombre del clan Moogan y utilizaba su tartán cuando se acercaba a Stone Tower. Por ello podía pasear libremente por el territorio sin miedo a ser detenido. Pero que Josleen estuviese allí era peligroso para él; no estaba dispuesto a que aquella putita estropease su plan de enfrentar a los dos clanes si se le ocurría interceder ante su hermano para evitar la guerra. Debía librarse de la muchacha, culpando desde luego a los McFersson. Pero acercarse a ella era tan peligroso como ser descubierto por la joven. Tenía que encontrar otro modo. Alguien que hiciese el trabajo. Y ¿quién mejor que la despechada amante del maldito Kyle? Desde sus primeras visitas, granjearse la mistad de Eve había supuesto uno de sus objetivos porque vio en ella el mismo ansia de poder que a él le embargaba.