– Pensé que erais un guerrero más atrevido.
– Tengo tierras, lo sabéis. No son muchas, claro. Apenas unas cuantas hectáreas. El laird ha sido generoso conmigo. También tengo caballos, unas cuantas ovejas… alguna vaca…
Elaine soltó una risita nerviosa.
– ¿Por qué me enumeráis vuestras posesiones, Dooley?
Serman carraspeó y guardó silencio. Josleen volcó medio cuerpo por la ventana y ahogó la risa al ver que ahora era él quien estaba sonrojado.
– Quiero saber si mi poca fortuna y mi persona son suficientes para una mujer de vuestro rango, señora.
Un gorjeo de felicidad escapó de la garganta de Elaine.
– Vuestra sola persona ya me es suficiente, Serman. No hace falta que la adornéis con tierras ni ovejas.
– Elaine… -dijo, en una oración.
Josleen se asomó aún más. Si Dios no lo remediaba podía acabar rompiéndose la crisma si caía, pero no quería perderse nada de lo que estaba pasando. Ellos desaparecieron de su vista al acercare al muro y soltó un taco entre dientes. Pero cuando consiguió verles de nuevo rió en voz alta. Serman Dooley tenía abrazada a Elaine McFersson y ella no parecía sentir deseos de apartarse. Poco a poco, Serman agachó la cabeza y la besó con delicadeza.
– Hablaré con vuestro hijo -prometió él tras un largo suspiro de satisfacción.
– Cuanto antes, Serman -suplicó ella.
Josleen corrió hacia el exterior, bajó las escaleras de cuatro en cuatro y casi arrolló a Duncan cuando salía de la torre.
– ¿Donde diablos vas tan aprisa? -gritó el joven.
– Disculpa -gritó ella a su vez, entre risas-. Ahora no tengo tiempo de explicarte.
Cuando llegó abajo la pareja seguía mirándose a los ojos y ella apenas podía respirar.
– Buenas tardes -saludó desde una distancia prudencial.
Se separaron de inmediato, Elaine con las mejillas arrobadas y él como si le hubieran pillado en falta.
– Deben disculparme pero me quedé dormida. ¿Vamos a buscar las hierbas?
Serman y Elaine la miraron azorados.
– Vos me indicaréis los lugares donde se encuentran las que necesito para hacer la pócima a Liria -le dijo a la madre de Kyle-. Y vos, Dooley, nos serviréis de escolta.
Asombrados pero internamente divertidos y agradecidos por la treta de la joven, la siguieron. Durante más de una hora, estuvieron recogiendo aquí y allá lo que Josleen necesitaba y ella disfrutó en grande observando de reojo a ambos mientras se lanzaban miradas de cariño o se tocaban con comedimiento. Mientras los tres regresaban al bastión, Josleen se sintió dichosa. Al menos había conseguido arreglar algo en aquel lugar. Su madre se reiría cuando se lo contase.
Capitulo 31
Pero el día no iba a finalizar como un colchón de rosas. Kyle regresó malhumorado de la partida de caza a la que había salido con cuatro de sus hombres. Al parecer, uno de ellos se había despistado y un venado que podía haberles proporcionado carne para al menos una semana, consiguió escapárseles.
Aquella noche Josleen prefirió no bajar a cenar con los demás y decidió hacerlo a solas. El enfado de Kyle provocó que Elaine rogara a Serman aguardar a mejor ocasión para hablar con el joven laird y ella estaba segura de que si le tenía delante acabaría tirándole una jarra a la cabeza. Además, las constantes atenciones de Evelyna para con Kyle la ponían enferma.
Jugueteó distraídamente con las viandas sin ganas de ingerirlas realmente, mientras su mente daba vueltas y más vueltas a los últimos acontecimientos. Sonrió al ver el pastel que le habían llevado; recién hecho, cuando ella sabía ya que en Stone Tower solamente hacían pasteles los fines de semana y para contentar al pequeño Malcom. Era una muestra de gratitud que ella agradeció encantada. Su posición había cambiado desde el episodio del río. Todos parecían empezar a estimarla aún cuando seguía perteneciendo a un clan enemigo. Todos, salvo Evelyna Megan. Entendía que ella la odiara, sin embargo. A fin de cuentas la había arrebatado la atención de Kyle.
¿Qué maldición había caído sobre ella para peder la cabeza? ¿Por qué condenada causa dejó que Kyle la sedujera? Lo había liado todo y las consecuencias podían ser nefastas. Pero no podía remediarlo. Estaba enamorada de Kyle.
Con una imprecación en los labios se levantó y caminó hasta la ventana. Abajo, en el patio, los hombres de guardia estaban tan quietos como estatuas, pero alertas al menos movimiento. Por un segundo se preguntó si no debería tratar de escapar. Pero de inmediato el recuerdo de sus amigos encerrados en las mazmorras le hizo desestimar la tonta idea. Estaba segura, sin embargo, de que Kyle no tomaría represalias contra ellos pero, aún cuando consiguiera alejarse lo suficiente de Stone Tower, estaba convencida de no poder atravesar las tierras de los McFersson antes de que los hombres de Kyle la dieran alcance de nuevo. Él no iba a desperdiciar un suculento rescate, eso estaba claro. Él la deseaba, pero no la amaba. No era más que una prisionera por la que conseguirían una buena cantidad de caballos y cabezas de ganado.
– ¿Entonces por qué me ha hecho el amor? -se preguntó en voz alta.
Nadie podía responderle a eso y la angustia cubrió sus ojos de lágrimas de desdicha. Se irguió. No iba a llorar. ¡No lo haría, condenación! Kyle la había perdido. Ahora nadie querría casarse con ella, su hermano no podría arreglar su unión con otro clan que afianzase el poder McDurney. Soltó un taco muy feo y se sentó en el lecho.
– Maldito si me importa.
Dejó escapar la risa. Oh, Dios, comenzaba a volverse loca. Empezar a hablar consigo misma era un síntoma clarísimo. Pero era cierto, la importaba muy poco si ningún hombre deseaba desposarla ya. Siempre soñó en casarse y tener hijos, claro, pero hasta entonces no había conocido a ningún hombre por el que pudiera sentir algo más que afecto. Jamás amó a nadie. ¡Y ya era imposible que eso ocurriese después de enamorarse de Kyle!
– Bastardo -susurró. Se levantó y comenzó a caminar por la amplia habitación a grandes pasos. De haberlo tenido delante en ese momento le hubiera arrancado los ojos. Kyle tenía la culpa de todos sus males. La había hecho prisionera, la mantenía allí con la estúpida amenaza de vengarse en los hombres de su hermano, la había deshonrado… Se le escapó un gemido y se tapó la cara con las manos- ¿Por qué he tenido que enamorarme de ti?
Le maldijo hasta que le dolió la garganta, de modo que más tarde, cuando la puerta se abrió, el humor de Josleen era algo así como un volcán a punto de estallar.
Kyle se quedó, una vez más sin respiración al mirarla. La luz del único candelabro a su espalda la envolvía en un halo dorado, su cabello relucía cayéndole sobre los hombros. Y la luz de la luna provocaba la ilusión de que tenía el rostro de alabastro.
Ella no se volvió a mirarlo pero Kyle imaginó que no era más que una treta femenina y que ella sabía que, en aquella postura, resultaba avasalladoramente hermosa. Bueno, el coqueteo de una hembra no le desagradaba, mientras no resultase agobiante. Cerró la puerta y entró mientras su cuerpo respondía al suave perfume que impregnaba el cuarto y que, indudablemente, provenía de Josleen.
Frunció el ceño viendo que ella apenas había probado la cena, pero tampoco él había cenado demasiado pensando en placeres mayores. Se acercó hasta Josleen y tomó una guedeja de cabello entre sus dedos, frotándolo y maravillándose de nuevo de su textura.
Josleen reaccionó como si la hubiera picado una serpiente. De un manotazo, le apartó y puso distancia entre ambos. Kyle alzó una ceja y esperó el sermón con una sonrisa. Había tardado mucho en subir, aunque su deseo más ferviente hubiera sido estar allí con ella, teniéndola desnuda entre sus brazos, desde hacía horas. Le fue imposible, sin embargo, desembarazarse de sus obligaciones cuando llegaron dos hombres del clan Galligan. Y aunque no había comido mucho, por deferencia a sus invitados, había ingerido más bebida de la prudente, de modo que se encontraba un poco risueño.