– No quise dejarte tanto tiempo sola -se disculpó.
– ¡Ojalá te hubiese tragado la tierra! -estalló la muchacha, dejándole perplejo.
Kyle se envaró.
– ¿Qué diablos te pasa?
– Quiero un cuarto para mi sola -le dijo Josleen.
– ¡Y un cuerno!
– Insisto en ello McFersson.
Él se quiso afianzar en su idea de que todo era un juego para seducirle. Una buena bronca y después una mejor reconciliación.
– No hay habitaciones libres, señora mía.
– Dudo mucho que eso sea cierto en una torre como esta. Búscala.
Su insistencia comenzó a irritarle. Se quitó la chaquetilla y cuando la emprendió con la camisa dijo:
– Sólo quedan libres algunas mazmorras y no me imagino que quieras…
– Una mazmorra, entonces -cortó Josleen-. La soportaré hasta que Wain venga a buscarme.
Kyle la miró como si estuviera loca, como si acabara de confirmar que el mundo había desaparecido por completo. ¿Qué mosca le había picado?
– No estás en tus cabales.
Josleen, irritada ante su pasividad se arrojó hacia él y trató de golpearle. Acabó atrapada entre sus brazos.
– Quiero salir de este cuarto, McFersson.
– ¿Se te ha olvidado mi nombre? Esta mañana lo pronunciabas con mucho ardor, mujer.
– Esta mañana -dijo ella entre dientes, notando el bochorno al recordar que habían estado revolcándose como posesos sobre la cama- no tenía las ideas claras.
– ¿Y ahora sí? -gritó él- ¿Pidiendo una celda?
– ¡Cualquier sitio en el que no estés tú, maldito seas mil veces!
Kyle la soltó como si quemara. Parpadeó, sin entender qué demonios había sucedido para que ella hubiera cambiado tan repentinamente. Al despertar, con el cuerpo delgado y cálido de Josleen junto al suyo, una fiebre de deseo le atacó sin piedad. Había comenzado a acariciar su espalda desnuda y ella, medio en sueños medio despierta, gimió y se entregó a sus besos. Se unieron de un modo salvaje y él había partido de caza de un humor inmejorable. Cada instante del día deseó reunirse de nuevo con aquella mujer que le había robado el alma. Sin embargo, ahora se le mostraba como una arpía, deseosa de perderle de vista.
– Te quedarás aquí. Punto -dijo con voz ronca.
– Entonces tú te irás a otro lado.
– Ni lo sueñes, princesa. La torre es mía, el cuarto es mío y lo que hay dentro me pertenece y no voy a dejarlo.
– Llévate tus baúles entonces. Y tu cama -se le enfrentó-. Yo puedo dormir en el suelo.
Kyle encajó los dientes y trató de ser paciente.
– Me refiero a ti, Josleen.
– ¡Yo no te pertenezco!
– ¡No me ha parecido eso cuando te he hecho el amor!
La joven le miró fijamente y luego se echó a reír.
– ¡Amor! ¿Qué puede saber un hombre como tú de amor? Alguien que no se preocupa de las necesidades de su madre, que no atiende a su hijo cuando éste desea más que nada en el mundo estar a tu lado. ¡Pero dices que a mí me haces el amor! -quiso soltar una carcajada pero le salió un gemido de agonía- ¡Eres como un pavo real, orgulloso de sus plumas, pero al que no le importa si el suelo que pisa está lleno de excrementos! No, McFersson. Tú no me haces el amor. Sólo me utilizas para que caliente tu cama y sacie tu verga. Por eso prefiero una mazmorra que seguir en este cuarto.
Una nube roja arrasó la cordura de Kyle. El deseo de agarrarla del cuello y zarandearla para hacerla entrar en razón fue tan fuerte que incluso dio un paso hacia ella. La mirada de odio que Josleen le regaló acabó por derrotarle. Ya había pasado por eso otra vez y no estaba dispuesto a que se repitiera. De modo que su furia también estalló.
– ¡Sea, entonces! Tendrás lo que quieres, mujer. ¡Y que el diablo te lleve! -de dos zancadas llegó a la puerta y la abrió golpeando el muro- ¡¡Seil!!
A la carrera, un hombre de aspecto imponente se acercó.
– Lleva a la prisionera McDurney a las mazmorras.
La orden de Kyle le dejó mudo.
– ¿No has oído lo que dije?
– Claro, laird, pero…
– Que ocupe la que está al lado de su escolta -miró a la muchacha y se encogió de hombros-. Imagino que, al menos, me aceptarás esa concesión.
Josleen sintió el sabor de la hiel en la garganta. Se había enamorado de aquel imbécil, pero quedaba claro que él no lo estaba de ella. De acuerdo que le había gritado, que le había insultado y dicho cosas atroces, pero podía haber intentado calmarla, demostrarla que la quería. Sin embargo apenas había hecho falta una discusión para que él la alejara. Soportó las ganas de pedirle perdón porque deseaba, más que nada en el mundo hacerlo y volver a estar entre sus brazos. Así que, asintió con gesto seco y pasó a su lado con aires de reina destronada sin siquiera mirarle.
– Seil, lleva su baúl. Seguramente nuestra "invitada" deseará cambiarse de ropa para las cuatro paredes de su celda.
Josleen estuvo a punto de echarse a llorar. Pero no lo hizo.
Capitulo 32
– ¡¿Que has hecho qué?!
El grito de Duncan cuando James le dijo al oído lo que se rumoreaba por toda la torre hizo dar un respingo a uno de los criados. Como consecuencia, una bandeja de cuencos de avena para el desayuno se fue al suelo. Kyle miró a su hermano pequeño con ánimos de asesinarle.
– Modera tus gritos o vete, Duncan.
– ¡Por el amor de Dios, James me ha dicho que has mandado encerrar a Josleen en una mazmorra! ¿Como quieres que no grite?
– Me molestan los rebuznos -dijo Kyle sin desear entrar en más detalles.
– De acuerdo, te fastidian mis rebuznos, pero no me has contestado. ¿Josleen ha pasado toda la noche en una mazmorra? ¿Es cierto?
Evelyna miraba a Kyle con adoración. Si era cierto lo que acababa de decir Duncan su problema había quedado solucionado. La zorra McDurney había ido a parar donde se merecía y ella volvería a ocupar su puesto sin necesidad de arriesgarse con un asesinato.
Malcom lanzó una mirada siniestra a su padre. Sabía que él debía hacer a veces cosas que desagradaban a los demás, cuando castigaba a alguien por portarse mal, pero no llegaba a entender qué había podido hacer Josleen para ser castigada.
En cuanto a Elaine, no levantó la vista de su plato, pero apretó con tanta furia el trozo de pan que éste de deshizo sobre la mesa.
– Es cierto -acabó asintiendo Kyle-. La he enviado a una mazmorra, junto a sus camaradas.
– ¿Por qué, por todos los dioses celtas?
– Ella lo pidió.
– ¿Lo pidió? -preguntó James, también a voz en grito- ¿Lo pidió ella? ¡Hermano, serás el jefe del clan, pero eres también un capullo!
– Nadie en su sano juicio pediría una mazmorra cuando puede estar libre por todos lados -apoyó Duncan.
– ¿Puedo ir a visitarla? -intervino Malcom.
– Puede que te hayas precipitado, hijo -susurró Elaine.
Kyle encajó los dientes. Luego se incorporó hecho un basilisco y golpeó la mesa con las palmas de las manos.
– ¡Basta ya! -gritó, haciendo callar el aluvión de protestas-. Josleen McDurney es una prisionera y se acabó. Está en el lugar que le corresponde.
– Hasta ahora ese lugar era tu cuarto -dijo el pequeño Malcom con aire inocente.
– Vamos, cariño -intervino Evelyna, tan radiante que hasta debía haber engordado unos kilos al enterarse de la noticia-. Tu papá ha hecho lo correcto y no debemos poner en tela de juicio sus decisiones. A fin de cuentas, esa mujer debería haber estado desde el principio en una celda, de modo que… Imagino que se habrá llevado un disgusto al verse privada de las comodidades -se acercó a Kyle y le acarició el brazo-. Ya sabes que estoy dispuesta a volver cuando quieras, cariño. A mí me parece bien que hayas decidido castigar a esa perra.