Josleen cabalgaba erguida, sin atreverse a mirar de nuevo al prisionero. Con una vez había sido suficiente para que su corazón latiera desbocado. ¡Por Dios, era como una estatua dorada! Su cabello largo y oro, su piel tostada… ¡Y sus ojos! Josleen nunca había visto nada igual. Ámbar líquido. Grandes y vivaces, orlados de pestañas espesas ligeramente más oscuras. La nariz recta, el mentón denotando autoridad. Su boca… Parpadeó, recordándola y se puso más tiesa sobre la silla.
«¿Un ladrón de caballos?» se preguntó a sí misma. ¡Barry debía de estar loco!
Kyle olvidó a la hembra cuando su caballo pisó un desnivel y una punzada le atravesó. Prestó atención al terreno por el que cabalgaban antes de acabar con la crisma rota por culpa de ella.
Josleen luchaba por olvidar que él cabalgaba detrás, aunque tenía la sensación de que la vigilaba. Acabó por medio volverse, instigada por la repentina necesidad de comprobar si realmente él tenía los ojos dorados. Y recibió una mirada desdeñosa que la hizo regresar a su posición de inmediato, como una jovencita pillada en falta. ¡Realmente eran dorados! Fuego y hielo. Pasión y desdén al mismo tiempo.
Kyle no volvió a fijarse en ella ni una sola vez durante las horas siguientes. Se lo propuso y lo consiguió. Aunque fue muy consciente de su proximidad. Una mujer del clan McDurney. ¡Por toda la corte del infierno! ¡Sólo le hacía falta en esos momentos, sentirse atraído por una zorra del clan enemigo! Tenía cosas más importantes en las que pensar. Por ejemplo, el modo de escapar.
Capitulo 5
Barry ordenó descabalgar un par de horas más tarde para dar un descanso a caballos y jinetes. Josleen saltó a tierra antes incluso de que alguien la ayudara, deseosa de un momento de intimidad y harta de saltar en la silla.
Kyle, apeado de forma ruda, cayó de rodillas y soltó una nueva maldición.
Apenas ataron los caballos, la muchacha desapareció unos momentos tras unos arbustos. Los guerreros, sin ella a la vista, vaciaron sus vejigas allí mismo. Al regresar, dándoles tiempo suficiente para cubrir sus necesidades, tomó una marmita y se acercó al río para llenarla de agua. Buscó luego un paño limpio en su bolsa de viaje y se dirigió hacia el cautivo. Pensar en acercársele hacía que su estómago brincase, pero le era imposible arrinconar la necesidad de acudir en su auxilio.
Barry, insistente y fastidioso, volvió a interponerse.
Ella, estuvo a punto de estrellar la marmita contra su cabeza.
– Eres agobiante, Barry -le dijo-. Sólo quiero limpiarle la herida de la ceja. ¿Acaso quieres hacerlo tú?
Moretland gruñó algo entre dientes escuchando la repentina risa de sus compañeros. Acabó por hacerse a un lado.
Kyle estaba recostado contra un árbol. Le dolía todo el cuerpo y necesitaba un momento de intimidad, pero aquellos mal nacidos ni siquiera repararon en eso. En otras circunstancias, hubiera agradecido los cuidados de aquella joven, pero en ese momento solamente deseaba que desapareciera.
Josleen vio su adusto semblante, capaz sin duda de atemorizar a cualquiera. Y contra todo pronóstico, sonrió. Su ceño se alisó y dos hoyuelos asomaron a sus mejillas.
– Tranquilo. Yo no soy tan bestia como ellos.
Kyle no dijo una palabra. Pero respingó cuando le pasó el paño sobre la herida. Y hasta hizo un movimiento despótico para ahuyentarla. No consiguió nada. Ella estaba decidida a atenderle y restañó el corte con manos hábiles.
– Tienes un buen tajo -comentó-. No deberías haberse enfrentado a ellos.
– Me atacaron por la espalda -repuso él-. Claro que, así es como actúan siempre los McDurney, ¿no es verdad?
Josleen se tensó por la puya y por sus ojos azules atravesó un relámpago de indignación.
– Eres muy poco agradecido. Otros, seguramente, te hubieran atravesado con una espada.
– Imagino que aún puede suceder -soltó.
– ¡Botarate! -la irritación soltó la lengua de ella-. No te confundas. No somos como los McFersson, que atacan sin previo aviso y asesinan.
Barry se acercó al escuchar el insulto. Su oscura mirada se clavó en su prisionero y éste le devolvió otra desapasionada.
– ¿Qué sucede?
– Tiene una nefasta opinión de nuestro clan.
– Empeorará cuando le tengamos atado a una argolla. De todas maneras, podemos alimentar un poco más su inquina -sonrió torcidamente.
Josleen no comprendió a qué se refería hasta que vio que le arrebataba la raída capa. ¿Qué pretendía Barry? El aire cortaba la piel y bajo la prenda, él no vestía más que una camisa y el kilt, abrigo del todo insuficiente para la baja temperatura que existía.
Kyle no opuso resistencia alguna, sabiendo que era del todo inútil. Pero no pudo remediar un ramalazo de frío al sentir sus ropas atravesadas por una ráfaga helada.
Josleen no podía apartar su mirada. Si bajo la capa ya se adivinaba un cuerpo fuerte y musculoso, ahora no había lugar para la imaginación. Un súbito deseo de alargar la mano y tocar la piel que se vislumbraba bajo el cuello de la camisa, la paralizó.
– Unos minutos y recordará el paradero de nuestros caballos -dijo Barry.
Josleen no podía creer que su medio primo estuviera haciendo gala de tanta crueldad.
– Deberías pensarlo mejor -le advirtió-, porque tal vez no llegue vivo.
Él, se encogió de hombros, desentendiéndose y alejándose para procurarse algo de comida. Y Josleen no tuvo más opción que apartarse también. Era evidente que no iban a hacer caso a sus súplicas. Pero ya les pasaría las cuentas cuando llegaran a casa.
Si Kyle suponía que iban a darle algo de comida o agua, se equivocó lamentablemente. Ni siquiera se acercaron a él durante el breve descanso. Y la joven, al parecer harta de batallar con el que comandaba el grupo, tampoco volvió a acercarse.
A la hora de partir, simplemente le obligaron a montar de nuevo, pero no le devolvieron la capa.
Capitulo 6
Pararon para revisar una herradura suelta de uno de los caballos.
Para entonces, Kyle no sentía ya los brazos. Su cuerpo era un témpano de hielo y estaba convencido de que querían matarle de frío. Además, hacía rato que comenzara a lloviznar y estaba empapado.
Desfallecido y entumecido, cayó al suelo cuando alguien le hizo desmontar bastante tiempo después. No pudo ni moverse. Tiritaba de manera incontrolada y era incapaz de articular ni un lamento. Lo arrastraron lejos del grupo y allí lo dejaron.
Josleen echó un rápido vistazo a sus hombres y le enfureció que ninguno pareciera interesado en el prisionero. Tanto les daba si vivía o moría. Así que tomó un par de mantas y se acercó a él, sin intenciones de preparar aquella noche algo de cena, lo que había estado haciendo desde que iniciaran el viaje.
– ¿Qué estás haciendo? -quiso saber su primo-. Prepara algo de comer, estamos hambrientos.
– ¡Prepáralo tú mismo! -le contestó. Cubrió el tembloroso cuerpo del prisionero con las mantas.
– Vamos, Josleen. Un poco de frío le ayudará a recordar.
– ¡El frío va a matarlo!
– No es asunto tuyo. Yo estoy al mando y sé lo que hago.
– ¿De verdad? Y ¿eso es todo cuanto sabes hacer? ¿Dejar que se congele? -observó que Kyle seguía tiritando bajo las mantas- Si no estás de acuerdo conmigo, puedes decírselo a mi hermano cuando lo tengas delante.
Moretland fijó sus ojos en ella. Le hubiese gustado golpearla, apretar su cuello… La odiaba. Lo mismo que odiaba a su hermano Wain y a todos los malditos McDurney. Sólo llevaba una parte de su sangre. Su madre había sido una criada en la casa de Rob McDurney, hermano menor del jefe del clan hacía años. Su aventura con él no pasó de ser eso, una aventura. Y nació él. Pero no llevaba el apellido McDurney. Wain era el heredero y él, aunque dos años mayor, nada más que un segundón, el bastardo que ni siquiera llegó a ser reconocido por la repentina muerte en una emboscada del hombre que le engendró. Creció y vivó a la sombra de Wain. Y aunque gozaba de cierta posición, quería más. Quería lo que le correspondía.