Kyle hubo de hacer un esfuerzo para quitar los ojos del escote y mirarla a la cara.
– ¿Mi ayuda? -preguntó al fin Josleen.
– Quieren que… Preguntaron si… -carraspeó, incómodo-. Decidieron que podías ser una excelente profesora para ellos.
– ¿Enseñarles?
– A nadar.
– Oh -se le encendió el rostro y tuvo deseos de besarla allí mismo, pero algunos ya les miraban intrigados por la discusión. Pelear con Josleen parecía haberse convertido en algo habitual y Kyle hubiese jurado que aquellas escaramuzas incluso divertían a los suyos. Acaso porque nunca antes conocieron a nadie que se hubiera atrevido a enfrentarse con él-. Así que quieren que les enseñe a nadar.
– Eso dijeron.
Josleen suspiró, tan profundamente, que su pecho casi escapó de los confines del escote y Kyle hubo de cerrar los ojos. Santo Dios, jamás una simple mujer, con un gesto tan sencillo como el de respirar, le había hecho sentirse así. Estaba embrujado por ella.
– El río es peligroso -la escuchó decir al cabo de un momento-. Hay corrientes.
– Existe una laguna a una milla. Ellas piensas que es el lugar ideal para que los críos aprendan. Dijeron que no te negarías -murmuró mientras veía de reojo que los mirones se congregaban ya en buen número.
– Podría negarme. Pero imagino que tienes un argumento inmejorable para convencerme -repuso ella, desdeñosa.
– Yo no. Ellas. Evitar una desgracia, como la que pudo sucederle a aquella pequeña.
Josleen alzó las cejas y le miró con detenimiento. A pesar de las profundas ojeras, su desaliño y la crecida barba de dos días, era el hombre más atractivo que jamás conoció. Su estatura, su complexión y aquel tono dorado de su cabello, sus ojos y su piel, la dejaban muda. Kyle lucía aquella mañana el kilt típico escocés y había dejado olvidados los pantalones que solía utilizar cuando salía de incursión. La tela le permitía, por tanto, ver unas piernas robustas y hermosamente formadas desde donde terminaba la tela hasta el inicio de unas cortas botas de cuero marrón. La camisa, amplia y blanca, aunque arrugada, abierta en el pecho, la dejaba admirar el vello que le cubría aquellos pectorales perfectos y duros. Sintió cosquillas en las palmas de las manos al recordar el tacto de su cuerpo.
Acabó, como no, aceptando. Y la voz se corrió de inmediato, llegando más allá de las murallas de la torre y extendiéndose por la aldea que circundaba la colina.
Para Kyle fue un respiro que ella admitiese, además, regresar a la torre, aunque exigió otra vez una maldita habitación independiente. El accedió, pero se juró mentalmente que Josleen no dormiría aquella noche sola. Lo juró por todos sus antepasados y cuando un McFersson juraba por eso, ni el cielo ni el infierno conseguían que incumpliese su palabra.
Josleen, por descontado, no lo sabía.
Capitulo 35
Sheena caminó con paso elegante, como todo lo que hacía, hacia el hombre con el que había compartido los últimos dos años de su existencia. En realidad, con el hombre con el que había comenzado a vivir de veras, porque se sintió realmente viva cuando le conoció, a pesar de las extrañas circunstancias.
Wain la había raptado para conseguir un rescate y el sometimiento de su clan después de seis meses de constantes escaramuzas. Pero acabó haciendo una boda y una alianza que benefició a ambas partes.
El laird del clan McDurney la vio acercarse mientras entrenaba con sus hombres. La sonrió, se despisto…y le costó perder su espada en el ataque repentino de su rival y acabar con el trasero en el suelo y su orgullo malparado cuando los hombres acogieron con algarabía su derrota. Lejos de enfadarse, Wain volvió a ponerse en posición vertical, abarcó a su esposa por la estrechísima cintura y la besó en la boca. Las risas les rodearon y ella se sintió encantada. Puso una mano en el pecho poderoso de Wain y le sonrió con ternura.
– Ha venido un hombre de McCallister -le informó.
La mirada de Wain se dulcificó aún más. Aparte de Sheena, amaba a su madre y a su hermana más que a nada y aquella visita significaba que traía noticias de ellas.
– ¿Le atendiste?
Ella, riendo por lo que sabía era una broma, porque era conocida como una anfitriona inmejorable a pesar de su juventud, hizo como que golpeaba el mentón de su esposo.
– No quiso más que un poco de vino.
Wain se volvió hacia sus hombres y dijo:
– Es suficiente por hoy, muchachos.
Atrayéndola por los hombros, se encaminaron hacia la torre sin dejar de dedicarse miradas tiernas. Wain se admiró de encontrarla cada vez más bonita. Su cara había adquirido un tono nacarado, sus ojos eran más luminosos y su piel se había tornado más suave, como si toda ella estuviese sufriendo una transformación. Como un pavo real, se dijo que era su amor el que la hacía estar cada día más hermosa. Poco se imaginaba que ella estaba a punto de decirle que la pócima no era otra que estar esperando un bebé. Pero primero eran sus deberes como laird del clan y la joven lo sabía, dado que Wain pensaba reunirse, como todos los años, con los clanes amigos para reforzar sus juramentos de cooperación y ayuda en caso de guerra. Para no distraerle, decidió que esperaría a que él volviese de aquella entrevista. Apenas tenía tres meses de embarazo y aunque deseaba ver el rostro de Wain cuando supiese que iba a tener un heredero, soportaría la espera.
Wain saludó efusivamente al enviado del hombre con el que su madre había decidido compartir un segundo matrimonio. Después de ver al laird, el sujeto aceptó comida y más bebida y dió saludos en nombre de su jefe y de Alien, la madre del joven laird.
– ¿Y mi hermana? -preguntó, bromeando Wain mientras saboreaba una buena jarra de cerveza- ¿Tan pronto se ha olvidado de nosotros desde que se cobija bajo las faldas de mi padrastro?
El gesto de estupor del enviado alertó a Sheena, que dejó de comer, aunque su apetito en el último mes había aumentado de forma alarmante.
– ¿Vuestra hermana, laird? Casualmente lady Alien me rogó que la apurase. Lady Helen se encuentra ya en avanzado estado de gestación, de hecho está a punto de dar a luz y desea tenerla allí antes de que la criatura…
– ¡¿Qué estas diciendo?¡ -el bramido de Wain hizo retumbar las paredes.
Enterarse de que Josleen y sus hombres jamás llegaron a la fortaleza de los McCallister llevó a Wain menos de dos minutos. Cinco más para sacar conclusiones: dos días después de marcharse Josleen, había recibido noticias de la aldea de Mawbry de un robo de ganado y uno de los hombres juró que el grito de guerra y los tartanes de los atacantes eran McFersson. Y menos de media hora poner a todos sus hombres en pie de guerra. La voz de que lady Josleen había sido, indiscutiblemente, raptada, se extendió como pólvora por todos lados y muchos labradores, desconocedores de las armas, tomaron sus guadañas y trataron de unirse al nutrido grupo de guerreros que iba a salir en su busca.
Por fortuna, Sheena hizo entrar en razón a Wain, indicado que aquellos hombres no estaban preparados para una confrontación y él los hizo regresar a sus casas. Dejó un pequeño destacamento armado para defender Durney Tower durante su ausencia y se dispuso a partir.
Montado ya en su caballo, sintió en su pierna el tacto de una mano. Bajó la cabeza y vio los ojos llorosos de su esposa. Se agachó y la beso con dulzura en los labios.
– Seca esas lágrimas, mujer, porque voy a traer a mi hermana sana y salva -le juró.
– Tráela a ella, Wain, pero regresa también. No quiero que mi hijo nazca sin padre.