Liria la incorporó ligeramente y la obligó a beber. Luego, regresó el lastimado cuerpo de Josleen sobre los almohadones, recogió sus cosas y se dirigió a la puerta. Antes de salir se volvió y miró a su laird. Nunca había visto al joven en tan lamentable estado. Ni siquiera cuando su esposa, Muriel, maldijo al hombre y su hijo recién nacido. Ni siquiera cuando estuvo a punto de morir bajo la espada de Wain McDurney.
Kyle había estado dando vueltas por el cuarto, desgastando el suelo en un vano intento de calmarse. Había sido terror lo que sintió cuando, al regresar de la partida de caza, le anunciaron que Josleen había tenido un accidente. Fue Elaine quien le puso al tanto de los hechos y desde entonces estaba como loco.
Josleen había caído desde una altura considerable y la viga que se precipitó sobre ella duplicó el golpe. Tenía cardenales en todo el cuerpo y un enorme moratón en la sien derecha.
Cuando preguntó a Liria, la cocinera se encogió de hombros, llorosa. El pavor más absoluto se alojó en él. Desde ese instante no había querido comer ni dormir y había permanecido junto a la muchacha, rezando por su recuperación.
– No sentirá dolor -le dijo dicho Liria en voz baja-. La pócima que le he administrado la hará dormir.
Kyle miró a la criada sin verla y asintió. Con la barba crecida y las ropas arrugadas parecía un demente, pero no quiso salir de allí. No podía dejarla sola cuando tal vez podía morir y… Cerró los ojos y un gemido de desesperación se le escapó. La caída podía haber matado a un hombre y Josleen era una muchacha frágil. No había despertado más que un instante desde el accidente y sus ojos terriblemente azules, velados por el dolor, provocaron en él una angustia infinita. Por fortuna, había vuelto a desmayarse. Y él estaba agarrotado, temiendo que no despertase de nuevo.
Se acercó al lecho y la miró. Un mar de emociones le azotó sin piedad al ver su rostro, ahora pálido. Un nudo en la garganta le dificultaba respirar. Algo resbaló por su mejilla y alzó la mano para quitarlo. Sólo entonces se dio cuenta de que estaba llorando. No recordaba cuándo lloró por última vez. Ni siquiera recordaba haberlo hecho.
Josleen se removió y dejó escapar un gemido dolorido. Kyle se arrodilló junto al lecho y tomó una de sus manos entre las suyas. Su debilidad le hizo sentirse miserable. El tenía la culpa de que ella estuviera a las puertas de la muerte. Si no la hubiera raptado, si la hubiera dejado seguir su camino, si no…
– ¿Papá?
Kyle alzó la cabeza y miró hacia la puerta sin importarle las lágrimas que surcaban sus mejillas. Malcom le miró extrañado y se acercó a él despacio. El niño pasó un dedo por el rostro de su padre, enjuagando una lágrima.
– ¿Josleen está peor? -preguntó, temblándole la barbilla.
Kyle no pudo responder.
– No quiero que se muera -dijo el niño-. No quiero que ella se vaya como se marchó mi mamá.
– No lo hará, Malcom -le aseguró con un hilo de voz-. Te lo prometo.
– Tú no lo permitirás, ¿verdad? -la vocecita desesperanzada de su hijo le hizo más daño que una espada atravesada en el pecho-. Eres el jefe del clan. El laird. No puedes dejar que muera.
¡Por los dientes de Dios! Si pudiera dar su vida por la de ella lo haría, pero todo estaba en manos del destino. Sin levantarse del suelo alargó el brazo y atrapó el cuerpecito de Malcom abrazándolo con fuerza, tratando de encontrar un poco de consuelo, aunque no le había dado mucho de sí mismo. Era posible que nunca hubiera entregado demasiado de sí mismo a nadie y por eso pagaba ahora.
– No lo permitiré, hijo. No lo permitiré. Te lo juro.
La puerta se abrió con cierto estrépito obligándoles a volverse. Serman ocupaba casi todo el vano de la puerta con su enorme corpachón y estaba lívido de furia.
– Una trampa -dijo-. Josleen fue víctima de un intento de asesinato, Kyle. Las tablas del suelo de la torre habían sido cambiadas hacía poco, ya habían reparado las podridas. Estaban serradas por la mitad.
Capitulo 39
Más de dos mil hombres atravesaron el río a una señal de Wain McDurney.
Guerreros a caballo, soldados a pie, carros cargados de alimentos, máquinas para el asalto. Los estandartes de los clanes Gowan, McCallister y McDurney se mezclaron en una sinfonía de color mientras avanzaban, dispuestos a poner sitio a Stone Tower.
Había pasado demasiado tiempo desde que los clanes de Wain y Kyle se enfrentasen por última vez; desde que sus bisabuelos se enfrentaron en duelo singular y el de Wain murió bajo la espada del otro. Desde entonces, apenas unas cuantas escaramuzas, robos de ganado y alguna choza quemada en el fragor del combate, sin bajas personales.
El rey, Jacobo, les instaba constantemente a terminar con aquella rivalidad, más aún cuando la verdadera guerra había que presentarla contra otros enemigos cercanos, pero ni uno ni otro quisieron nunca hacer las paces. Existía demasiado rencor entre ellos para acceder a un pacto. Ni siquiera se aunaron para luchar contra los ingleses, haciéndolo cada uno por su lado.
Wain sabía que su rey bien podía acabar de perder la paciencia con ellos cuando se enterara de la confrontación que se acercaba, pero no le importaba. Él tenía argumentos para defenderse. ¿Acaso el maldito McFersson no había raptado a su hermana? ¿Acaso no la había deshonrado ya, con seguridad? ¡Por los colmillos de Satanás! Estaba seguro de que Josleen ya no era virgen, sabiendo lo que se decía de Kyle. ¿No contaban que asesinó a su mujer nada más darle un hijo? Wain sabía que los rumores del populacho aumentaban y aumentaban con el tiempo y no creía todas las historias que se achacaban a Kyle McFersson, pero estaba convencido de que su hermana había sufrido a manos de aquel condenado hijo del diablo e iba a pagar con su vida y con la de todo su clan.
Conocía la fortaleza de Stone Tower. Sabía que estaba bien custodiada por las cuatro torres que circundaban la principal, que la muralla que rodeaba el bastión era alta y lisa y que los hombres del clan enemigo eran valientes y sanguinarios en la lucha. De todos modos, él contaba con sus guerreros y con los de sus aliados y pillarían al McFersson en desventaja, puesto que no sabía que iban hacia él. No podría pedir ayuda a los clanes amigos. Para cuando quisiera darse cuenta, ya habrían pasado a todos los McFersson a cuchillo y quemado hasta los cimientos del castillo. Tres días a lo sumo le bastarían para llegar a las puertas de Stone Tower, dado el abultado contingente que llevaban.
Wain pensaba que también era posible que no encontrara ya a su hermana ni a sus hombres con vida, pero Kyle pagaría cada una de aquellas muertes. Lo juró ante Dios.
El rostro le ardía y el dolor la hizo abrir los ojos lentamente.
– ¿Qué me ha pasado?
Kyle acudió a su lado. Le temblaron las manos al tomar el amado rostro y sus labios descendieron para atrapar la boca de Josleen en un beso. Ella le empujó cuando le faltó el aire.
– Vas a ahogarme -protestó.
La carcajada de Kyle fue sincera y ella le miró como si estuviera loco. Cuando se calmó, se sentó a su lado y la colocó, de modo que su cabeza descansara sobre su rodilla. Ella suspiró, cómoda, y sonrió a medias.
– ¿Cómo te encuentras?
– Como si me hubiese caído por un barranco.