Renegando entre dientes se marchó.
– ¿Qué mierda quería esa desgraciada? -preguntó Kyle, apenas se cerró la puerta.
– Pedir perdón. Juró que sólo quería asustarme.
– Ya veo. Y tú, dulce alma caritativa, te lo has creído.
– No sólo lo creí, mi irritado guerrero dorado -repuso-, sino que estoy segura de haber ganado una amiga para toda la vida. Ay, vamos, no frunzas el ceño de ese modo. Te hace parecer temible.
– Soy temible, señora.
Josleen se rió con ganas y él se acercó y depositó un beso en sus labios.
– ¿Te encuentras mejor?
– Me encuentro perfectamente. Sólo un poco magullada -los dedos masculinos trazaban círculos sobre el cardenal de la sien-. Por cierto… ¿conoces a Barrymore Moretland?
La pregunta le dejó perplejo.
– ¿Moretland?
– Eso he dicho. ¿Puedes colocarme los almohadones para estar un poco más derecha?
– Liria dijo que…
– Por favor.
– Está bien -accedió. La acomodó y ella emitió un largo suspiro de placer- ¿Mejor así?
– Mucho mejor, gracias. ¿Y bien?
– Y bien… ¿qué?
– Sobre Moretland.
Kyle hizo como si intentara recordar.
– Te daré unas pistas -dijo Josleen-. Moreno, de mediana estatura, ojos pequeños y pardos, con una cicatriz en forma de media luna en la barbilla. Creo que en ocasiones utiliza los colores de los Moogan. Imagino que cuando te pasa información sobre el ganado de mi hermano -todo el cuerpo de Kyle se tensó-. Otra pista más: estaba con mi escolta el día que te encontramos y te dieron aquella paliza y casi te matan de frío.
Su tonillo, realmente irónico, le hizo encajar la mandíbula.
– Si sabes que le conozco, ¿a qué viene entonces preguntarme?
– Curiosidad. Y para poder vengarme de ese cerdo. Evelyna me dijo que un hombre con esas señas la engatusó para que me matara y así volver a tenerte -Kyle se irguió en toda su estatura- ¿Qué vas a hacer?
– Ir a tierras de tu hermano, buscarlo y matarlo.
Justo en ese momento un grito anunció que estandartes de los McDurney, McCallister y Gowan se acercaban.
– Me parece que no te va a hacer falta ir a buscarlo -susurró Josleen, aterrada ante la idea de que un ejército completo estuviera a las puertas de Stone Tower.
Capitulo 42
Ante el contingente que se aproximaba, los aldeanos que vivían fuera de las murallas corrieron a refugiarse en el interior de la fortaleza, abandonando sus casas y enseres a los invasores.
Josleen se tiró de la cama apenas Kyle desapareció para hacerse cargo de la defensa. Rezó para que Wain no atacara de repente, para que primero pidiera explicaciones. Ella estaba bien, si no contaban los cardenales, y Verter y los demás gozaban de buena salud y mejor comida aunque estaban confinados en las mazmorras. Nadie había sufrido daño y un secuestro en aquellos tiempos era el pan de cada día. Pero sabía la cólera que embargaba a su hermano cada vez que el nombre de los McFersson salía a relucir. Wain podía ser imprevisible. Colman McFersson había matado a su bisabuelo y esa afrenta aún estaba por cobrar, según el joven.
A aquellas alturas, después de convivir en Stone Tower y conocer a sus gentes, Josleen se preguntaba qué había sucedido realmente entre sus bisabuelos. Dudaba mucho que Colman hubiera matado a sangre fría a su antepasado, y sabía que las habladurías y las leyendas se agrandaban y modificaban con el paso del tiempo, pasando de padres a hijos. No todo lo que se contaba era cierto. Si aquel Colman había sido la mitad de caballero que era Kyle, no pudo matar a su bisabuelo sino en limpia pelea.
Consiguió ponerse uno de los vestidos mientras rezongaba por el dolor y las molestias. Se lavó el rostro, se recogió el cabello en una trenza que dejó a la espalda y salió de allí para dirigirse a la muralla.
Nadie la detuvo. Ni se fijó en ella. En Stone Tower reinaba la confusión y todos iban o venían preparándose para la batalla o el asedio. Un buen número de campesinos ayudaban en los quehaceres dirigidos por los guerreros, las mujeres ponían a los niños a buen recaudo. Se le encogió el estómago pensando lo que podía suceder.
Entre aquel jaleo, Josleen distinguió a Malcom y se acercó.
– ¿Dónde crees que vas, jovencito?
El niño la miró como a una aparición.
– ¡Estás bien! -gritó, alborozado.
– Más o menos, cielo. Ve dentro.
– ¡Pero nos están atacando, Josleen! Hay muchos guerreros fuera de las murallas.
– Casualmente por eso quiero que vayas dentro. ¿Dónde está tu abuela?
– Creo que buscándome -confesó-. Pero yo debo defender la fortaleza, igual que mi padre. Los campesinos son nuestra responsabilidad.
– Malcom, cariño, esos campesinos son más grandes y fuertes que tú. Tu padre y tus tíos se encargarán de ese trabajo. Ve dentro.
– Al menos quiero ver lo que pasa.
Josleen también quería. No en vano su hermano estaba fuera de las murallas. Y temía por él y por Kyle.
– ¿Hay algún lugar seguro desde el que ambos podamos fisgar? -Malcom asintió-. Muéstramelo.
El niño la condujo a través de la confusión ascendiendo por una escalera lateral. Llegaron a las almenas y desde allí, agazapados para no ser vistos, miraron hacia el exterior. A Josleen se le congeló la sangre al ver el abultado número de guerreros.
– Ahora guarda silencio, Malcom. Y no te asustes.
– No estoy asustado, sino nervioso. Es mi primera batalla, ¿sabes?
Kyle observó a sus enemigos. Sabía por qué estaban allí. Se preguntó cómo demonios se habían enterado de que Josleen se encontraban entre los muros de su fortaleza. Maldijo cien veces su mala suerte. Se daba cuenta de que había sido un inconsciente, de que había dilatado demasiado todo el asunto. Retener a Josleen le podía costar muchas bajas. Y muchas pérdidas. Las llamas que se elevaban en el poblado y que estaban consumiendo las chozas de sus gentes, daban clara muestra de que su rival no iba solamente a parlamentar. Pero estaba decidido a hacer un pacto con el maldito Wain McDurney. No podía enfrentarse a él. No al hermano de Josleen. Ella no le perdonaría nunca si lo mataba o mataba a alguno de sus familiares. Y tenía a todos a sus puertas.
– Saca a los prisioneros de la celda y déjalos marchar -le dijo a James.
– ¿Y ella?
Kyle contuvo las ganas de soltarle un puñetazo. Pero sólo apretó los dientes y murmuró:
– Ella se queda.
– Imagino que a McDurney no se conformará con recuperarlos a ellos solamente -intervino Duncan-. Ha venido a llevarse a su hermana.
– ¡Por encima de mi cadáver!
– Parece dispuesto a hacerlo -susurró James con un hilo de voz, señalando a lo lejos.
En efecto, Wain parecía dispuesto a todo. Estaban quemando toda la aldea, granero incluido.
Un jinete envuelto en el tartán McCallister hizo avanzar su caballo portando bandera blanca. Cuando estuvo a poca distancia de la muralla se detuvo.
– ¡Kyle McFersson!
Se asomó por encima del muro.
– ¡Aquí estoy!
– ¡Traigo un mensaje de Wain McDurney!
– ¡Suéltalo!
– Libera a lady Josleen y a los hombres que tienes retenidos. Cuando todos estén a salvo entre nosotros perdonará la vida de todos cuantos se cobijan bajo tus colores, se hablará de compensaciones y os enfrentaréis.
Kyle contuvo el aliento. Wain quería su cabeza pinchada en un palo y expuesta al sol. Y no era para menos. Seguramente imaginaba que su hermana no seguía siendo doncella. No cesaría hasta verle muerto. Pero, pasara lo que pasase, él no podía matar a Wain. Se lo debía a Josleen.