– ¡Dejaré libres a los hombres!
– ¿Y lady Josleen?
– Ella se queda. No está en condiciones de ir a ningún lado.
El emisario de Wain se irguió como si le hubieran atravesado el pecho. Hizo girar su montura y regresó al abrigo de los suyos.
El silencio cayó sobre los hombres de Kyle como una losa. Todos sabían ya que habría batalla. Muchos de ellos la admitían con entusiasmo, no en vano los McDurney eran sus más fieros rivales. Y les habían robado en demasiadas ocasiones. Ellos habían hecho lo propio, claro estaba, pero eso no venía ahora al caso.
Poco después, el emisario regresó a las murallas. El trapo blanco que lucía en el asta que apoyaba con desgana sobre su muslo, parecía más un símbolo de guerra que de tregua.
– ¡McDurney no quiere derramar más que una sangre: la tuya! -gritó a voz en cuello-. ¡Te reta a lucha abierta!
– ¿Para eso tiene que enviar un emisario? -gritó Kyle a su vez- ¿Por qué no viene él mismo?
– ¿Qué respondes, McFersson?
– ¡Puede pudrirse esperando, díselo!
El hombre asintió y volvió a dar la vuelta. A Kyle le pareció vislumbrar una sonrisa satisfecha. Todos parecían estar ansiosos de pelear. Todos excepto él, porque tenía las manos atadas.
Se apartó y maldijo en voz alta el condenado embrollo en que había metido a su gente. Estaba entre la espada y la pared. No podía enfrentarse a Wain. No podía dejar que Josleen regresara con los suyos. ¡Ella le pertenecía! La sola idea de que se marchara le encolerizaba. Y Wain no aceptaría sus excusas. Tampoco él lo haría si la muchacha hubiera sido su hermana.
Josleen había cambiado tantas cosas en Stone Tower que ya pertenecía al lugar. Había conseguido que sus hermanos se comportasen, que él recuperase a su hijo, que se dedicara a él como un verdadero padre y no sólo como el jefe del clan. Su madre volvía a ser feliz gracias a ella. Su gente confiaba en ella, la habían admitido de buena gana porque día a día su amor y dedicación le granjearon el afecto de todos. ¿Y Wain pretendía que la dejase marchar?
Duncan le advirtió y volvió a prestar atención. Los enemigos se movían, acabando de destruir el poblado. A sus espaldas, algunos protestaron por aquel desastre. No era la primera vez que batallaban contra otro clan y no sería la última en que se perderían viviendas y enseres, animales o vidas. Pero ninguna tan absurda como la que se avecinaba. Todo por su lujuria. Por su falta de control. Por haber seducido a una mujer.
Kyle se preguntó si tenía derecho a sacrificar el bienestar de toda su gente por no humillarse y decidió que no. No, condenado fuese, no tenía ese derecho por muy jefe del clan que fuera. Su vida era un tributo muy bajo a pagar a cambio de la de los suyos. No le importaba morir. Sólo sentía no poder volver a tener a Josleen.
– Ondea bandera blanca, James.
Su hermano se quedó mirándole como si hubiera perdido el juicio.
– ¿Qué has dicho?
– Ondea bandera blanca. ¡Y hazlo ya, antes de que acaben por incendiar todo el poblado y ataquen!
Segundos después la camisa blanca de Duncan, que renegaba por lo bajo, se mecía al viento. Kyle vio que Wain McDurney hacía un gesto con la mano. De inmediato, sus guerreros retrocedieron y dejaron de saquear las cabañas. Y casi al mismo tiempo las puertas de la muralla se abrían ligeramente para dejar paso a los recién liberados prisioneros. Todos apuraron el paso al verse libres para unirse a los de su clan. Kyle se felicitó por haber ordenado que se les tratara bien. Realmente, no tenía nada contra ellos y Verter había terminado por caerle bien.
Fue él quien se volvió hacia la muralla y le buscó con la mirada. Kyle esperaba su alarido, pero aún así le sobresaltó cuando llegó.
– ¡¡Mc.Fersson, te mataré por esto!!
Capitulo 43
Desde su posición, Josleen se alegró al verlos marchar. Se le escaparon unas lágrimas, viendo que Kyle había cedido. Sin embargo, algo dolía en el pecho. Algo profundo, como una daga clavada entre las costillas. Kyle dejaba libres a los hombres y seguramente la dejaría a ella antes o después. Deseaba volver a abrazar a su hermano, a Sheena y a sus parientes, pero dejar a Kyle se le hacía insoportable. Tratando de contener el llanto, tomó a Malcom de la mano.
– Volvamos abajo.
– ¿Por qué? No ha terminado. Ahora viene lo mejor. Mi padre se enfrentará al McDurney.
– Ese McDurney es mi hermano, cariño -se mordió los labios-. Y yo no quiero que salga herido, como no quiero que hieran a tu padre. No puedo permitirlo. Nadie debe morir, Malcom. He de marcharme. Conseguiré que mi hermano deje vuestras tierras.
El muchachito tiró y se soltó. Frunció el ceño, en aquel gesto idéntico al de Kyle.
– Papá no te dejará marchar. Me lo prometió cuando estaba llorando junto a tu cama.
Josleen parpadeó. Las lágrimas rodaron ya sin control. ¿Kyle había llorado por ella?
– ¿Te lo prometió?
– Lo hizo, de veras.
– ¿Y lloraba? -preguntó, confusa.
– Supongo que pensaba que te ibas a morir. Cuando estabas dormida, después de la caída. ¿Sabes?, nunca había visto llorar a papá. Él es un guerrero y los guerreros no lloran ¿no es cierto? Yo procuro no hacerlo.
Un vahído la hizo apoyarse en la pared. Si le quedaba alguna duda del amor de Kyle, ahora desaparecía. La felicidad estalló dentro de ella con tanta fuerza que las piernas le temblaron.
Escuchó el retumbar de muchas voces a la vez y se asomó para ver qué sucedía. Se quedó sin aliento. Kyle estaba a punto de salir de las murallas. Solo. Montado en su caballo. El pánico se apoderó de ella.
– Malcom -tomó al niño por los hombros con tanta fuerza que él hizo una mueca de dolor-. Malcom, cariño, escúchame. ¿Conoces alguna salida secreta? ¿Sabes cómo puedo salir de aquí?
El niño la miró con atención.
– ¿Para qué quieres saberlo?
– ¿Conoces o no el modo de salir sin ser visto?
– Es posible.
– Enséñame.
– No puedo, Josleen. Mi padre me mataría. Y mis tíos.
– Malcom, tesoro -le abrazó-. Tu papá está en peligro. Ahora mismo está saliendo de Stone Tower.
– ¿Va a rendirse?
– No creo. Seguramente quiere hablar con mi hermano, pero él está furioso. ¿Lo comprendes? Pueden hacerse daño.
– ¿Tu hermano tratará de matar a mi papá? -se asustó.
No pudo responderle a eso, pero le dijo:
– Tenemos que ayudarle.
Los ojos del niño se abrieron como platos.
– ¿Nosotros? ¿Te refieres a ti y a mí?
– Exactamente. Quieres ser un buen guerrero el día de mañana, ¿no es verdad? -Malcom asintió- Para ser un gran hombre hay que tomar a veces decisiones difíciles. Ahora es una de ellas. Puedes desobedecer a tu papá y mostrarme esa salida secreta para que yo impida su muerte, o puedes no decir nada y cargar con ello sobre tus espaldas. Debes decidirte y debes hacerlo ahora.
– Mi padre vencerá al McDurney.
– Pero da la casualidad de que yo quiero también a ese condenado McDurney, Malcom.
– Y a mí. ¿Me quieres, Josleen? -preguntó, esperanzado- ¿Te importaría ser mi mamá?
Josleen apretó su cuerpecito contra el pecho y estalló en llanto. Dios, no entendía por qué la vida era tan injusta a veces. Pensó que todos los hombres eran idiotas. Orgullosos e idiotas. Nada la satisfaría más que convertirse en la esposa de Kyle y en la madre del pequeño, pero el destino estaba a punto de arrebatarle a los dos. Debía sacrificar su felicidad a cambio de saber que ellos vivirían. Wain no cesaría hasta regresarla a su lado y para eso era capaz de matar a Kyle y a medio clan McFersson o morir en el intento. Debía ir a su encuentro y convencerle para que cesara toda belicosidad. No se sentía con valor para asumir la pérdida de Wain. Ni para ver el rostro lloroso de su madre si el que perdía la vida era Warren. Los hados habían decidido ya por ella.