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Se alejó hacia la fogata que ya habían preparado sus compañeros y se acomodó para cenar un poco de pan y queso bañado con whisky.

Los dientes de Kyle castañeaban. Lo intentaba, pero era imposible frenar los temblores. Ella, deseaba poder hacer algo más por él. Se acercó al bullicioso grupo, tomó pan, queso y un pellejo de whisky y regresó a su lado bajo la atenta y malhumorada mirada de Barry.

Kyle aceptó el whisky. El ambarino líquido cayó en su estómago vacío como una piedra, pero al menos le calentó un poco. Tentado estuvo de despreciar la comida, pero no era cuestión de comportarse como un mezquino, de modo que dejó que ella le fuera dando los alimentos. La miró con gratitud y hasta estuvo en un tris de agradecérselo verbalmente. Sin embargo, cuando Josleen estiró una manta cerca de él, dispuesta a pasar la noche, todo su cuerpo se tensó. El suave aroma a lavanda que desprendía su cabello le estaba causando desazón. Llevaba demasiado tiempo sin estar con una mujer y aquélla, no podía negarlo, resultaba cada vez más atractiva. El dorado de sus ojos se tornó glacial. Tanto, que ella alejó su manta un poco.

– Sólo trato de ser amable -le dijo-. Y más valdría que dijeses a esos dónde están los caballos. Mucho me temo que Barry tiene pensado arrancarte la piel de la espalda a latigazos. Los ánimos están bastante alterados después de este último robo.

– No tengo que ver con eso -respondió entre un castañeteo de dientes.

– Podría creerte. Pero ellos, no. Además, te han pillado en nuestras tierras.

Kyle maldijo mentalmente. ¡Qué demonios iban a haberle pescado en sus dominios! Conocía perfectamente la delimitación de su territorio y el de los jodidos McDurney. ¡No había traspasado la frontera, por Dios! ¿O sí? ¿Pudo haber estado tan ebrio que no se fijó dónde se encontraba? ¡No, condenación! ¡Ellos debieron de ser quienes cruzaron los límites, atacándole por la espalda! Juró que si conseguía escapar, se vengaría de los McDurney de una forma u otra.

Capitulo 7

El silencio reinaba en el campamento.

Todos dormían a excepción de Will, al que le tocó la primera guardia. Atento a cualquier cosa que se moviera, se encontraba algo alejado, sobre una pequeña ladera desde la que se podía vigilar el terreno circundante.

Josleen, sin embargo, se despertaba a cada momento, consciente de la proximidad del guerrero. El prisionero acabó por dejarse vencer por un sueño inquieto y temblaba de cuando en cuando. Habría deseado acercarse a él y reconfortarle. Le observó, apoyada en un codo, la barbilla sobre los nudillos.

No comprendía la extraña y perturbadora fascinación que le provocaba aquel hombre. Estaba convencida de que no era un simple ladrón de caballos. Nadie con un cuerpo como el suyo podía ser un vulgar bandido. Pero ¿qué hacía en sus tierras? ¿Podía tratarse de algún espía de los McFersson? ¿Qué buscaba?

Echó un rápido vistazo al grupo y aproximó su manta a él. Ojalá ninguno se percatara, porque de otro modo, podría tener una buena reprimenda al llegar a Durney Tower. Porque seguro que el deslenguado de Barry le iría con el cuento, tergiversando las cosas.

Kyle se movió. La manta se ladeó lo suficiente para permitirla ver su pecho. Josleen clavó su mirada en aquella demostración de fortaleza y le costó trabajo respirar.

¡Dios, como deseaba tocarlo!, pensó, ahogando una risita nerviosa. ¿Se estaría volviendo loca? ¿O es que, de repente, le alertaban sus necesidades? Su madre la educó para que no reprimiera sus sentimientos. Le contó la magia que podía envolver una caricia. Y la instruyó en las diferencias que existían entre el cuerpo de un hombre y el de una mujer. Era una mujer sabia y, tal vez, adelantada a su tiempo. A su lado aprendió todo: a cocinar, a curar las heridas, a cuidar de los enfermos… Y a vislumbrar cómo podía ser la relación con su futuro esposo.

Pero nunca le dijo que pudiera sentirse atraída repentinamente por un desconocido. Y era justamente eso lo que le estaba pasando. Debería preguntarle en cuanto la viera de nuevo.

Vagó su mirada por aquel rostro virilmente atractivo. Su cuerpo era un canto al poder. Estúpidamente, imaginó qué sentiría si él la besara.

Kyle se movió de nuevo y la manta se ladeó, descubriendo su costado y una larga y musculosa pierna. Se fijó en el ancho cinturón que sujetaba su kilt: una torre. Frunció el ceño. Le resultó vagamente familiar. Pero se olvidó de eso de inmediato y sus ojos se aferraron a la piel desnuda. Se humedeció los labios.

Sin ser consciente de su descaro, alargó la mano para tocarlo.

Kyle se debatía en sueños. Los ojos de Muriel, la muchacha con la que hubo de casarse apenas cumplir los veinte años, le observaban. Ella le gritaba, diciéndole que le odiaba. Él alargaba su mano para sentirla, pero cada vez estaba más lejos. Nunca volvió a tocarla después de aquella horrible y desagradable noche de bodas. Pero había dejado en ella su semilla y le había dado un hijo, Malcom, al que ella odió tanto como a él mismo…

Sin embargo, Muriel le estaba tocando ahora y él vibraba bajo aquella delicada caricia. No la amaba, nunca llegaron a intimar lo suficiente. Pero la necesitaba. Ardía bajo el tacto suave de su mano. Su bajo vientre cobraba vida…

Se debatió en su alucinación. Las manos de Muriel eran cálidas, suaves. Gimió, encendido como una hoguera, deseando que el tibio contacto continuara, su cuerpo pidiendo ya compensación…

Josleen se mordió los labios al sentir bajo sus dedos su sedosa piel. Acalorada por su propia desfachatez, le acarició. Él suspiró y ella se detuvo, el corazón latiéndole en la garganta.

Lo que estaba haciendo no era correcto, se dijo. Pero su mano, con vida propia, bajó por su costado hasta el muslo.

Kyle, afiebrado, susurró un nombre:

– Muriel…

Josleen respingó. Pero no movió un músculo. Entonces se dio cuenta de que él estaba ardiendo. Al retirar la mano, tocó la hebilla del cinturón. Una torre trabajada sobre metal. Y se quedó así, pensativa, con su mano sobre el estómago de aquel guerrero. No podía respirar apenas y un temblor repentino alertó al durmiente.

Kyle despertó, pero no se movió. Tardó un poco en darse cuenta de que había estado soñando con su esposa, pero que no era ella, desde luego, quién le había acariciado. Sus músculos se tensaron, adivinando ya lo que sucedía. Apretó los puños. El placer se mezcló con la irritación. Nunca se habían aprovechado de él de modo tan mezquino, mientras deliraba. ¡Por amor de Dios! Aquella maldita muchacha le había estaba toqueteando con todo el descaro del mundo… ¡Y él estaba excitado!

Apretó los párpados y ralentizó su respiración. Los dedos femeninos ya no se movían, varados sobre su vientre. Luego, la escuchó suspirar, y volvió a cubrirlo. Los insistentes y humillantes latidos bajo su kilt le enfurecieron. ¿Era una nueva clase de tortura para que hablara, diciéndoles lo que querían oír? ¿Le excitaba adrede para dejarlo después deseoso de más, para rendirlo, cuando no lo hicieron ni los golpes ni el frío?

Tardó en mirarla. Ella parecía dormida.

Era bonita, sí, pensó. Su joven rostro mostraba tranquilidad y su boca se fruncía en un gesto casi infantil que le hizo desear besarla. Si hubiese estado libre de las ligaduras…

De repente, Josleen abrió los ojos y se incorporó. Le miró y respingó al verse observada. Su cara, arrobada, adquirió el color de los melocotones maduros. Pero se repuso de inmediato. Él no se había dado cuenta de sus caricias, de manera que no debía preocuparse. Era otra cosa la que la despertó súbitamente, con el corazón en la garganta. ¡La torre! Se acercó, quedando casi pegada a él, sentada sobre sus talones. Echó la ropa a un lado y pasó los dedos por la hebilla. Y sus grandes ojos volaron, llenos de estupor, hacia los dorados pozos dorados que la miraban fijamente.