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– ¿Quien eres? -balbuceó en un susurro que apenas escuchó Kyle.

– Un McDuy.

Josleen movió la cabeza con fuerza. Su melena chispeó bajo los rayos lunares.

– No. No lo eres. Los McDuy son gente miserable. No guerreros. Y tú eres un guerrero.

– Si tú lo dices…

– ¿Por qué llevas este cinturón?

La verdad había estallado en su cabeza como un fogonazo. Pero necesitaba una confirmación porque… ¡No podía ser! ¡Por todos los infiernos!

Capitulo 8

– Eres un McFersson -le dijo.

Kyle guardó silencio. Se daba cuenta de que ella estaba atemorizada y un brillo diabólico atravesó su mirada. Se dijo que muy bien podría sacar partido de su descubrimiento.

– ¿Y qué si lo fuera, mujer?

– Pero… ¿Cómo…?

– Esto traerá la guerra. Lo sabes.

Ella se irguió. Los McFersson eran sus enemigos, pero hacía años que existía algo así como un acuerdo tácito entre los dos clanes. Los robos de ganado y el saqueo de algunas aldeas continuaban, era verdad. Pero hacía mucho tiempo que no se habían enfrentado con las armas. Sin embargo, si aquel hombre era realmente un McFersson, y no le cabía duda ahora que había recordado el escudo de armas del otro clan, iban a surgir problemas. ¡Y podría significar reanudar las belicosidades! La miseria para los campesinos, la muerte para muchos guerreros, el dolor por la pérdida de muchos seres queridos para las mujeres McDurney. Sabía que el jefe McFersson aprovecharía aquella oportunidad y atacaría con la excusa del agravio a uno de sus hombres.

– ¿Eres de verdad un McFersson?

– Sí.

Se tambaleó ligeramente.

– ¿Y si te dejo ir? -preguntó, resuelta.

Kyle parpadeó. Achicó la mirada y su voz sonó muy ronca.

– Podrías librar a los de tu clan de una muerte segura, muchacha.

– ¿No habrá guerra? ¿Olvidarás este incidente? Debes prometérmelo -le exigió.

Kyle pareció pensarlo durante un instante. ¿Qué había sucedido a fin de cuentas? Una ceja partida que sanaría en un par de días, unos cuantos golpes y, eso sí, un buen resfriado. Nada lo suficientemente importante como para emprender una guerra que a ninguno beneficiaba. Aunque la amenaza había surtido efecto.

Claro que, también hubo algo agradable: el tacto de su mano. Asintió.

– Prometido.

– Y no les harás nada a ellos cuando te suelte -señaló a los que dormían.

– Estoy desarmado.

Josleen se tranquilizó. Le hizo volverse de espaldas, sacó su daga y la acercó a las cuerdas. Pero se detuvo repentinamente.

– ¿Lo has pensado mejor? -pinchó Kyle.

Ella no contestó, pero comenzó a desatar los nudos. Si encontraban cortada la soga, todos sabrían que ella le había ayudado a huir.

Kyle contuvo un grito de alegría al verse liberado. Se la enfrentó. Y retrocedió un poco al ver la daga con que le apuntaba, sus ojos empañados de precaución.

Kyle sonrió. A pesar de todo se estaba divirtiendo. Y a ella se le secó la garganta. Era tan atractivo.

Kyle se levantó cuidando de no hacer ruido. Tenía que marcharse ahora que aún podía, pero algo parecía retenerle junto a ella. Además, le molestaba pensar que tal vez recibiera un castigo, si suponían que le había ayudado.

– Debería golpearte -le dijo.

Josleen elevó un poco su daga.

– ¡Ni te atrevas!

– ¿Y si suponen que tú me has liberado?

– No corté la cuerda.

Pero él tenía razón. Barry, sin duda, sospecharía de ella. ¿Cómo iba a explicarles? ¿Qué excusa podría dar más tarde a Wain? Suspiró y guardó la daga.

– No me golpees muy fuerte -le rogó.

Kyle sintió un mazazo en el pecho ante su pasividad. Nunca hasta entonces había golpeado a una mujer y ahora las circunstancias le obligaban a hacerlo. ¡Y ella se ponía en sus manos sin temor alguno! Podría retorcer su delgado cuello, sin que sus compañeros se enterasen de nada. Y todo por evitar una guerra. Ponía en riesgo su propia vida para evitar muertes. Hasta ese momento, no conoció a una mujer tan valiente, capaz de sacrificarse por los demás hasta tal punto.

Se inclinó un poco hacia ella. Su mano derecha la atrapó por la nuca y ella le miró con los ojos muy abiertos, acaso dudando de hacer lo correcto. Él podría estrangularla si quería. Pero el contacto de aquellos largos dedos en su nuca, enredándose en su cabello, provocó un estremecimiento. No importaba demasiado, de todos modos. Una vida a cambio de muchas. Cualquier cosa antes que ver a su pueblo sumido en las penurias de una guerra.

– Confío en tí -musitó, cerrando los ojos.

Y sus palabras desarmaron a Kyle por completo. Si por algún instante hubiera pensado hacerle daño, la afirmación habría evaporado el rencor. Pero ¿cómo lastimarla?

Le quitó la daga de entre los dedos. Fulminante como un rayo, la necesidad de saborearla le atravesó. Su boca atrapó la de Josleen. Ella respingó ante el tibio contacto, pero antes de poder reaccionar, estaba en pie y pegada al cuerpo de aquel guerrero, respondiendo a la caricia.

Ambos respiraban aceleradamente al separarse. Kyle la miró, fascinado. ¿Quién era aquella bruja que le enardecía sólo con mirarla? En otro momento, aquella muchacha hubiera conocido el modo en que un McFersson… Pero no era lugar ni hora para escarceos amorosos. Apretó los dientes, pidió perdón mentalmente a Josleen y su puño se estrelló sin demasiada fuerza contra su mentón. Ella ni soltó un quejido, simplemente se desmayó.

Kyle la retuvo en sus brazos durante un momento. Le aturdía la sensación de plenitud que le embargaba sintiendo su cuerpo junto al suyo. Lamentó profundamente haber tenido que golpearla, pero era eso o arriesgarla a un castigo. La depositó sobre el suelo con mucho cuidado, sintiéndose el ser más ruin de la tierra por haber tenido que dañarla. Volvió a besar aquella boca afrutada, caliente y sedosa.

– Perdóname, princesa -susurró sobre sus labios.

Después, echó sus erráticos deseos al infierno, se incorporó, corrió agazapado hasta su caballo y montó sobre él. El semental, bien entrenado, no hizo ruido. Pero el grupo escuchó, inevitablemente, su galope.

Cuando los McDurney se dieron cuenta de que el prisionero escapaba, la preocupante inmovilidad de Josleen detuvo la persecución. Kyle aprovechó su ventaja, poniendo distancia entre ellos y dirigiéndose hacia sus tierras.

Capitulo 9

Era el antiguo culto a los árboles.

En tiempos remotos, los celtas adoraron al roble y fundaron su religión en el culto a la naturaleza. Ahora, el rito pagano había cambiado y no era un roble sino un poste adornado con multitud de cintas de colores, alrededor del cual la chiquillería danzaba hasta hermosear el sencillo palo de madera. Pero para el pueblo, aquel insípido poste seguía representando al roble. Se decía de las mujeres nacidas bajo su sino, en el mes de Agosto, como Josleen, eran sólidas aunque sensibles, que sólo permitían ser amadas por aquel que les brindara un cariño sincero, intranquilas y apasionadas y capaces de demostrar su enojo con creces incluso cuando no le diera motivo para ello.

Josleen sonrió ante el bullicio de los niños y apuró a los que iban a acompañarla en su viaje a la aldea de Mawbry para después llegar hasta la casa de su madre. Le hubiera gustado quedarse hasta la noche, disfrutando de la fiesta, pero había que partir.