Выбрать главу

– Hijo, quita tu trasero de mi camino o juro por todo lo sagrado que te lo despellejo con una vara.

Apenas lo dijo, Duncan palideció. De inmediato, el camino les quedó expedito.

– ¿De veras le zurrarías con una vara, Kyle? -preguntó James, divertido, mientras avanzaban.

– Y a ti, si me incordias demasiado, hermano.

– ¡Por Dios, qué genio! -se alejó. Le gritó a distancia- ¡No eres buena compañía, Kyle! ¿Lo sabes? ¡Preferiría viajar con un marrano antes que a tu lado!

Se escapó alguna carcajada y él sonrió. Las bromas de James eran siempre bien recibidas por los hombres y más aún cuando el centro de aquellas bromas era él. Se fue hacia él, para que el joven no se sintiera orgulloso de su triunfo y James se alejó, tomando distancias.

Capitulo 11

Avistaron la pequeña aldea después de rebasar la colina.

De algunas chimeneas, salía humo. Había una quietud que tranquilizaba el espíritu en aquel bucólico paisaje. Apenas había diez cabañas. Y el ganado pastaba al cuidado de dos hombres, un poco alejados del pueblo.

Atardecía ya, pero los montes no se resignaban a dejar de obsequiar a los viajeros con el malva de las flores de sus laderas. Era un momento propicio para atacar y hacerse con unas cuantas reses. Además, había luz suficiente para que supieran quien les atacaba. Siempre fue así entre los ellos y los McDurney, desde los tiempos de sus abuelos. Sin esconderse. Cara a cara, luciendo los colores de sus tartanes y lanzando al viento su grito de guerra. Llevaban tanto tiempo robándose ganado unos a otros, que era casi una tradición.

Kyle estaba a punto de orden bajar la colina cuando avistaron al grupo que se acercaba a la aldea. Se replegaron tras unos arbustos y vigilaron. Varios hombres y una mujer, en el centro, claramente protegida por los guerreros. No le importaba quienes eran. El ganado, sí.

Se aupó sobre su montura, pero la distancia no le permitió distinguir si iban armados, ni sus colores. Podían ser hombres de guerra y si comenzaban una pelea, alguno saldría herido, era inevitable. Kyle no deseaba arriesgar en esos momentos la integridad de ninguno de sus hombres. Mucho menos la de su hermano James. Los viajeros parecían ir de paso y seguramente pernoctarían en la aldea, lo que dilataba sus intenciones. Pero una noche bajo las estrellas nunca hizo mal a nadie, así que decidió esperar al día siguiente y así lo comunicó a sus compañeros.

– Pero, Kyle -protestó James-, hasta podría ser divertido. Hace mucho que no cruzamos armas con nadie. Supón que pertenecen al clan de los McDurney. Podríamos divertirnos un rato.

– No sé si son McDurney.

– Sean quienes fueran, son amigos de ellos. De otro modo no se atreverían a cruzar estas tierras con esa tranquilidad.

– Posiblemente. Pero hemos venido a por el ganado.

– Te estás volviendo blando, hermano.

– Posiblemente -repitió Kyle mientras ataba su caballo al arbusto.

El resto se apeó también. James no tuvo más opción que claudicar. Se acomodó junto a él y comenzó a mordisquear una brizna de hierba.

– Me habría gustado un poco de jaleo.

– Si tan ansioso estás, cuando regresemos a casa mediremos nuestras espadas.

James dió un respingo.

– ¡No estoy tan ansioso! Además, no puedo competir contigo. Siempre ganas -dijo, fastidiado.

– Pero te desahogarás. ¿No es lo que quieres?

James enmudeció. Los otros, escuchando el intercambio, sonrieron. Ahora era Kyle el que se burlaba.

Capitulo 12

Apenas clareó el día, Josleen y su escolta se pusieron en marcha. Agradecieron el alojamiento y la comida al cabecilla de la aldea y montaron. Aún les quedaba todo un día de viaje.

Kyle, agazapado, cuerpo a tierra, les observaba. Su humor no era el mejor, después de haber soportado las pullas de James durante buena parte de la noche. Cuanto antes tomaran el ganado y regresaran a Stone Tower, antes se quitaría a aquel pesado de encima. Ordenó montar.

Pero el destino les jugó una mala pasada.

El grupo se dirigía directamente hacia ellos. Por tanto, hacia la ciudadela de McCallister. Eso les dejaba sólo dos salidas: o se les enfrentaban o huían como conejos. Y Kyle McFersson nunca había hecho lo segundo.

James se frotó las manos. A fin de cuentas habría un poco de jarana.

– Me pido a la dama -le dijo a Kyle al oído.

Kyle no le prestó atención. Estaba ya dispuesto a ordenar el ataque cuando una ráfaga de viento voló la capucha que cubría la cabeza de la mujer. El sol naciente saludó por un instante a unos cabellos dorado-rojizos. Ella se cubrió de inmediato, pero a él se le había cortado la respiración.

Pensando que era una confusión, achicó la mirada, fijando toda su atención en la dama. Joven. Delgada. Dominaba su caballo con maestría. La vio hablar algo con el hombre que se ceñía a su lado derecho y ella echó la cabeza hacia atrás, al parecer divertida. Ahora sí pudo ver bien los colores de sus tartanes. McDurney. ¡Y para colmo, aquella muchacha era…!

Un estremecimiento le recorrió la espalda al reconocerla. ¡Como no hacerlo, por las ubres de una vaca! No había pasado un solo día sin recordar el tacto de su pequeña mano sobre su cuerpo.

Soltó un taco. Echó un vistazo a sus hombres. Todos estaban ya montados y listos. Se aproximó a ellos.

– Quiero a la mujer -les dijo-. Ni un susurro y ni un herido.

Le miraron con asombro, pero asintieron en silencio. Sólo James protestó por lo bajo.

– A la dama me la he pedido yo.

– ¡Púdrete, James!

Tras los arbustos, aguardaron a que los otros se acercaran más. Entonces salieron. No hubo grito de guerra y el asalto se llevó a cabo en el más absoluto silencio.

La escolta de Josleen, pillados por sorpresa, apenas pudieron sacar sus espadas y, en medio de la confusión, se dispersaron. Fueron desarmados con una rapidez abrumadora. Los más cercanos a la joven intentaron protegerla, pero fueron atacados por la espalda y sendos golpes en la cabeza dieron con ellos en tierra.

Josleen hubo de hacer verdaderos esfuerzos para controlar su montura, repentinamente asustada. Para cuando lo consiguió, la corta pelea había finalizado y su escolta había sido vencida. Les indicaron que descabalgara, pero ella se negó. Regaló una mirada de desdén al hombre que se acercó a ella. Era joven y lucía los colores de los McFersson: fondo negro con cuadros verdes. El broche que sujetaba su tartán sobre el hombro era una torre, alrededor de la cual leyó: Honor o Muerte.

Él, alargó el brazo para atraparla por la cintura, pero se encontró con que ella levantó la pierna, propinándole tal patada, que le propulsó del caballo y acabó apeado.

Surgió una risotada general entre tus atacantes. Pero Josleen no saboreó demasiado su pequeño triunfo porque alguien, desde el otro lado de su caballo, la atrapó en una tenaza que apretó alrededor de su cintura, lastimándola. Aún así, luchó. Chilló cuando la soltaron de golpe y cayó al suelo, sobre rodillas y palmas, pero se resolvió como una fiera dispuesta a atacar…

Y se quedó paralizada ante unos ojos que le quitaron el aliento.

Hielo y oro.

Capitulo 13

Abrió la boca, pero sólo se le escapó algo parecido a un graznido.

Kyle descabalgó con lentitud, saboreando la imagen de ella así, medio agachada, despeinada, aparentemente vencida pero lista para el ataque. Una gata.

Josleen, aunque asombrada, no dejó de prestar atención a lo que le regalaba el destino. Ahora, a la luz del día, pudo fijarse mucho mejor en la complexión de éclass="underline" era alto, de fuertes brazos y poderosas y largas piernas enfundadas en botas de piel. Estrecha cintura que adquiría amplitud en un torso acabado en unos hombros de increíble anchura. Sus ojos, del color del oro, tenían, tal vez, una chispa de ironía. Era condenadamente guapo.