– No es verdad -respondió la chica.
– ¿Qué no es verdad? -él estaba sorprendido. -Quizá quiera comulgar con Dios. Pero no es verdad que quiera quedarse solo.
Brida se arrepintió. Dijo todo aquello impulsivamente y ahora era demasiado tarde para remediar su error. Tal vez existiesen personas a quienes les gustase quedarse solas. Tal vez las mujeres necesitasen más a los hombres que los hombres a las mujeres.
El Mago, no obstante, no parecía irritado cuando volvió a hablar.
Voy a hacerte una pregunta -dijo-. Tienes que ser absolutamente sincera en tu respuesta. Si me dices la verdad, te enseñaré lo que me pides. Si mientes, nunca más debes volver a este bosque.
Brida respiró aliviada. Era tan solo una pregunta. No precisaba mentir, eso era todo. Siempre consideró que los Maestros, para aceptar a sus discípulos, exigían cosas más difíciles.
Se sentó enfrente de ella. Sus ojos estaban brillantes. -Supongamos que yo empiece a enseñarte lo que aprendí -dijo, con los ojos fijos en los de ella-. Comience a mostrarte los universos paralelos que nos rodean, los ángeles, la sabiduría de la Naturaleza, los misterios de la Tradición del Sol y de la Tradición de la Luna. Y, cierto día, vas hasta la ciudad para comprar algunos alimentos y encuentras en mitad de la calle al hombre de tu vida.
"No sabría reconocerlo", pensó ella. Pero resolvió quedarse callada; la pregunta parecía más difícil de lo que había imaginado.
– Él percibe lo mismo y consigue acercarse a ti. Os enamoráis. Tú continúas tus estudios conmigo, yo te muestro la sabiduría del Cosmos durante el día, él te muestra la sabiduría del Amor durante la noche. Pero llega un determinado momento en que ambas cosas ya no pueden seguir andando juntas. Necesitas escoger.
El Mago paró de hablar por algunos instantes. Incluso antes de preguntar, tuvo miedo de la respuesta de la joven. Su venida, aquella tarde, significaba el final de una etapa en la vida de ambos. El lo sabía, porque conocía las tradiciones y los designios de los Maestros. La necesitaba tanto como ella a él. Pero ella debía decir la verdad en aquel momento; era la única condición.
Ahora respóndeme con toda franqueza -dijo, al fin, tomando coraje-. ¿Dejarías todo lo que aprendiste hasta entonces, todas las posibilidades y todos los misterios que el mundo de la magia te podría proporcionar, para quedarte con el hombre de tu vida?
Brida desvió los ojos de él. A su alrededor estaban las montañas, los bosques y, allí abajo, la pequeña aldea comenzaba a encender sus luces. Las chimeneas humeaban, dentro de poco las familias estarían reunidas en torno a la mesa para cenar. Trabajaban con honestidad, temían a Dios y procuraban ayudar al prójimo. Sus vidas estaban explicadas, eran capaces de entender todo lo que pasaba en el Universo, sin jamás haber oído hablar de cosas como la Tradición del Sol y la Tradición de la Luna.
– No veo ninguna contradicción entre mi búsqueda y mi felicidad -dijo ella.-
Responde a lo que te he preguntado -los ojos del Mago estaban fijos en los de ella-. ¿Abandonarías todo por esa persona?
Brida sintió unas ganas inmensas de llorar. No era apenas una pregunta, era una elección, la elección más difícil que las personas tienen que hacer en toda su vida. Ya había pensado mucho sobre esto. Hubo una época en que nada en el mundo era tan importante como ella misma. Tuvo muchos novios, siempre creyó que amaba a cada uno de ellos, y siempre vio al amor acabarse de un momento a otro. De todo lo que conocía hasta entonces, el amor era lo más difícil. Actualmente estaba enamorada de alguien que tenía poco más que su edad, estudiaba Física y veía al mundo de manera totalmente diferente a la de ella. Nuevamente estaba creyendo en el amor, apostando a sus sentimientos, pero se había decepcionado tantas veces que ya no estaba segura de nada. Pero, aun así, ésta continuaba siendo la gran apuesta de su vida.
Evitó mirar al Mago. Sus ojos se fijaron en la ciudad con sus chimeneas humeando. Era a través del amor como todos procuraban entender el universo desde el comienzo de los tiempos.
– Yo abandonaría -dijo finalmente.
Aquel hombre que estaba frente a ella jamás entendería lo que pasaba en el corazón de las personas. Era un hombre que conocía el poder, los misterios de la magia, pero no conocía a las personas. Tenía los cabellos grisáceos, la piel quemada por el sol, el físico de quien está acostumbrado a subir y bajar aquellas montañas. Era encantador, con unos ojos que reflejaban su alma, llena de respuestas, y debía estar una vez másd ecepcionado con los sentimientos de los seres humanos comunes. Ella también estaba decepcionada consigo misma, pero no podía mentir.
– Mírame -dijo el Mago.
Brida estaba avergonzada. Pero, aun así, miró. -Has dicho la verdad. Te enseñaré.
La noche cayó por completo y las estrellas brillaban en un cielo sin luna. En dos horas, Brida contó su vida entera a aquel desconocido. Intentó buscar hechos que explicasen su interés por la magia -como visiones en la infancia, premoniciones, llamadas interiores-, pero no consiguió encontrar nada. Tenía ganas de conocer, y eso era todo. Y por este motivo había frecuentado cursos de astrología, tarot y numerología.
– Esto son apenas lenguajes -dijo el Mago- y no son los únicos. La magia habla todos los lenguajes del corazón del hombre.
– ¿Qué es la magia, entonces? -preguntó ella.
A pesar de la oscuridad, Brida percibió que el Mago había girado el rostro. Estaba mirando al cielo, absorto, quién sabe si en busca de una respuesta.
– La magia es un puente -dijo, finalmente-. Un puente que te permite ir del mundo visible hacia el invisible. Y aprender las lecciones de ambos mundos.
– Y, ¿cómo puedo aprender a cruzar ese puente? -Descubriendo tu manera de cruzarlo. Cada persona tiene su manera.
– Fue lo que vine a buscar aquí.
– Existen dos formas -respondió el Mago-. La Tradición del Sol, que enseña los secretos a través del Espacio, de las cosas que nos rodean. Y la Tradición de la
Luna, que enseña los secretos a través del Tiempo, de las cosas que están presas en su memoria.
Brida había entendido. La Tradición del Sol era aquella noche, los árboles, el frío en su cuerpo, las estrellas en el cielo. Y la Tradición de la Luna era aquel hombre frente a ella, con la sabiduría de los antepasados brillando en sus ojos.
– Aprendí la Tradición de la Luna -dijo el Mago, como si estuviese adivinando sus pensamientos-. Pero jamás fui un Maestro en ella. Soy un Maestro en la Tradición del Sol.
– Muéstreme la Tradición del Sol -dijo Brida, desconfiada, porque había presentido una cierta ternura en la voz del Mago.
– Te enseñaré lo que aprendí. Pero son muchos los caminos de la Tradición del Sol.
"Es preciso tener confianza en la capacidad que cada persona tiene de enseñarse a sí misma."
Brida no estaba equivocada. Había realmente ternura en la voz del Mago. Aquello la asustaba, en vez de tranquilizarla.
– Soy capaz de entender la Tradición del Sol -dijo. El Mago dejó de mirar a las estrellas y se concentró en la chica. Sabía que ella todavía no era capaz de aprender la Tradición del Sol. Aun así, debía enseñarla. Ciertos discípulos eligen a sus Maestros.
– Quiero recordarte una cosa, antes de la primera lección -dijo-. Cuando alguien encuentra su camino, no puede tener miedo. Tiene que tener el coraje suficiente para dar pasos errados. Las decepciones; las derrotas, el desánimo, son herramientas que Dios utiliza para mostrar el camino.
– Herramientas extrañas -dijo Brida-. Muchas veces hacen que las personas desistan.
El Mago conocía el motivo. Ya había experimentado en su cuerpo y alma estas extrañas herramientas de Dios. -Enséñeme la Tradición del Sol -insistió ella.
El Mago pidió a Brida que se recostara en un saliente de la roca y se relajara.
– No necesitas cerrar los ojos. Mira el mundo a tu alrededor y percibe todo cuanto puedas percibir. A cada momento, ante cada persona, la Tradición del Sol muestra la sabiduría eterna.