Brida hizo lo que el Mago le mandaba pero pensó que estaba yendo muy rápido.
– Ésta es la primera y más importante lección -dijo él-. Fue creada por un místico español, que entendió el significado de la fe. Su nombre era Juan de la Cruz.
Miró a la chica, entregada y confiada. Desde el fondo de su corazón, imploró que ella entendiese lo que iba a enseñarle. A fin de cuentas, ella era su Otra Parte, aun cuando todavía no lo supiera, aun cuando todavía fuese demasiado joven y estuviera fascinada por las cosas y por las personas del mundo..
Brida llegó a ver, a través de la oscuridad, la figura del Mago entrando en el bosque y desapareciendo entre los árboles que había a su izquierda. Tuvo miedo de quedarse sola allí y procuró mantenerse relajada. Ésta era su primera lección: no podía mostrar ningún nerviosismo.
"Él me aceptó como discípula. No puedo decepcionarlo."
Estaba contenta consigo misma y al mismo tiempo sorprendida por la rapidez con que todo había sucedido. Pero jamás había dudado de su capacidad -estaba orgullosa de ella-, y de lo que la había llevado hasta allí. Estaba segura de que, desde algún lugar de la roca, el Mago estaba observando sus reacciones, para ver si era capaz de aprender la primera lección de magia. Él había hablado de coraje, pues, hasta con miedo -en el fondo de su mente comenzaban a surgir imágenes de serpientes y escorpiones que habitaban aquella roca-, ella debía demostrar valor. Dentro de poco él volvería, para enseñarle la primera lección.
"Soy una mujer fuerte y decidida", repitió, en voz baja, para sí misma. Era una privilegiada por estar allí, con aquel hombre, a quien las personas adoraban o temían. Revivió toda la tarde que habían pasado juntos, se acordó del momento en que percibió alguna ternura en su voz. "Quién sabe si también me encontró una mujer interesante. Tal vez incluso quisiera hacer el amor conmigo." No sería una mala experiencia; había algo extraño en sus ojos.
"Qué pensamientos tan tontos." Estaba allí, detrás algo muy concreto -un camino de conocimiento de repente, se percibía a sí misma como una simple mujer. Procuró no pensar más en esto y fue cuando dio cuenta de que ya había pasado mucho tiempo di de que el Mago la dejara sola.
Comenzó a sentir un inicio de pánico; la fama que corría respecto de ese hombre era contradictoria. Algunas personas decían que había sido el más poderoso Maestro que jamás conocieran, que era capaz de cambiar la dirección del viento, de abrir agujeros en las nubes, utilizando apenas la fuerza del pensamiento. Brida, como todo el mundo, quedaba fascinada por prodigios de esa naturaleza.
Otras personas, sin embargo -personas que frecuentaban el mundo de la magia, los mismos cursos y clases que ella frecuentaba-, garantizaban que él era un era un hechicero negro, que cierta vez había destruido a un hombre con su Poder porque se había enamorado de mujer de ese hombre. Y había sido por esa causa que pesar de ser un Maestro, había sido condenado a vagar en la soledad de los bosques.
"Quizá la soledad lo haya enloquecido más aún" y Brida comenzó a sentir de nuevo un inicio de pánico. A pesar de su juventud, ya conocía los daños que la soledad era capaz de causar en las personas, principalmente cuando se hacían mayores. Había encontrado personas que habían perdido todo el brillo de vivir porque no conseguían ya luchar contra la soledad, y acabaron viciadas en ella. Eran, en su mayoría, personas que consideraban al mundo un lugar sin dignidad y sin gloria, que gastaban sus tardes y noches hablando sin parar de los errores que los otros habían cometido. Eran personas a quienes la soledad había convertido en jueces del mundo, cuyas sentencias se esparcían a los cuatro vientos, para quien las quisiere oír. Tal vez el Mago hubiera enloquecido con la soledad.
De repente, un ruido más fuerte a su lado la sobresaltó e hizo que su corazón se disparase. Ya no había ningún vestigio del abandono en que se encontraba antes. Miró a su alrededor sin distinguir nada. Una ola de pavor parecía nacer desde su vientre y difundirse por el cuerpo entero.
"Tengo que controlarme", pensó, pero era imposible. La imagen de las serpientes, de los escorpiones, los fantasmas de su infancia, comenzaron a aparecer frente a ella. Brida estaba demasiado aterrorizada para conseguir mantener el control. Otra imagen surgió: la de un hechicero poderoso, con un pacto demoniaco, que estaba ofreciendo su vida en holocausto.
– ¿Dónde estás? -gritó finalmente. Ya no quería impresionar a nadie. Todo lo que quería era salir de allí.
Nadie respondió.
– ¡Quiero salir de aquí! ¡Socorro!
Pero sólo estaba el bosque, con sus ruidos extraños. Brida se sintió desfallecer de miedo, creyó que iba a desmayarse. Pero no podía; ahora que tenía la certeza de que él estaba lejos, desmayarse sería peor. Tenía que mantener el control de sí misma.
Este pensamiento le hizo descubrir que alguna fuerza dentro de ella estaba luchando para mantener el control. "No puedo continuar gritando", fue lo primero que pensó. Sus gritos podían llamar la atención de otros hombres que vivían en aquel bosque, y hombres que viven en bosques pueden ser más peligrosos que animales salvajes.
"Tengo fe -comenzó a repetir, bajito-. Tengo fe en Dios, en mi Ángel de la Guarda, que me trajo hasta aquí y permanece conmigo. No sé explicar cómo es, pero sé que él está cerca. No tropezaré con ninguna piedra."
La última frase era de un Salmo que aprendió en la infancia y que hacía muchos años que no repetía. Su abuela, muerta poco tiempo atrás, se lo había enseñado. Le hubiera gustado tenerla cerca en aquel momento; inmediatamente sintió una presencia amiga.
Estaba empezando a entender que había una gran diferencia entre peligro y miedo.
"Lo que habita en el escondrijo del Altísimo…", así comenzaba el Salmo. Notó que estaba acordándose de todo, palabra por palabra, exactamente como si su abuela estuviese recitando en aquel instante para ella. Recitó durante algún tiempo, sin parar, y, a pesar del miedo, se sintió más tranquila. No tenía otra elección: o confiaba en Dios, en su Ángel de la Guarda, o se desesperaba.
Sintió una presencia protectora. "Necesito creer en esta presencia. No sé explicarla, pero existe. Y permanecerá conmigo toda la noche, porque yo sola no sé salir de aquí."
Cuando era pequeña, solía despertarse en mitad de la noche, espantada. Su padre, entonces, iba con ella
hasta la ventana y le mostraba la ciudad donde vivían. Le hablaba de los guardas nocturnos, del lechero que ya estaba entregando la leche, del panadero haciendo el pan de cada día. Su padre le pedía que expulsara a los monstruos que había colocado en la noche y los sustituyera por estas personas, que vigilaban la oscuridad. "La noche es apenas una parte del día", decía.
La noche era apenas una parte del día. Y del mismo modo que se sentía protegida por la luz, podía sentirse protegida por las tinieblas. Las tinieblas hacían que ella invocase aquella presencia protectora. Tenía que confiar en ella. Y esa confianza se llamaba Fe. Nadie jamás podría entender la Fe. La Fe era exactamente aquello que estaba sintiendo ahora, una zambullida sin explicación en una noche oscura como aquélla. Existía sólo porque se creía en ella. Así como los milagros tampoco tenían ninguna explicación, pero sucedían para quien creía en ellos.
"Él me habló de la primera lección", dijo ella, de repente, dándose cuenta. La presencia protectora estaba allí, porque creía en ella. Brida empezó a sentir el cansancio de tantas horas de tensión. Comenzó a relajarse de nuevo, y se sintió cada momento más protegida.
Tenía fe. Y la fe no dejaría que el bosque fuese de nuevo poblado por escorpiones y serpientes. La fe mantendría a su Ángel de la Guarda despierto, velando.
Se recostó otra vez en la roca y se durmió sin darse cuenta.
Cuando despertó ya había aclarado y un lindo sol coloreaba todo a su alrededor. Tenía un poco de frío, la ropa sucia, pero su alma se sentía feliz. Había pasado una noche entera, sola, en un bosque.