– Son muchas cartas -continuó- pero forman parte de la misma baraja. Para entender su mensaje las necesitamos a todas, todas son igualmente importantes. Así también son las almas. Los seres humanos están todos interligados, como las cartas de esta baraja. En cada vida tenemos una misteriosa obligación de reencontrar, por lo menos, una de esas Otras Partes. El Amor Mayor, que las separó, se pone contento con el Amor que las vuelve a unir.
– ¿Y cómo puedo saber que es mi Otra Parte? -ella consideraba esta pregunta como una de las más importantes que había hecho en toda su vida.
Wicca se rió. Ella también se había preguntado sobre eso, con la misma ansiedad que aquella joven que tenía enfrente. Era posible conocer a la Otra Parte por el brillo en los ojos: así, desde el inicio de los tiempos, las personas reconocían a su verdadero amor. La Tradición de la Luna tenía otro procedimiento: un tipo de visión que mostraba un punto luminoso situado encima del hombro izquierdo de la Otra Parte. Pero todavía no se lo contaría; tal vez ella aprendiese a ver ese punto, tal vez no. En breve tendría la respuesta.
– Corriendo riesgos -le dijo a Brida-. Corriendo el riesgo del fracaso, de las decepciones, de las desilusiones, pero nunca dejando de buscar el Amor. Quien no desista de la búsqueda, vencerá.
Brida recordó que el Mago había dicho algo semejante, al referirse al camino de la magia. "Quizá sea una cosa sola", pensó.
Wicca comenzó a recoger la baraja de la mesa y Brida presintió que el tiempo se estaba agotando. Sin embargo, quedaba otra pregunta por hacer.
– ¿Podemos encontrar más de una Otra Parte en cada vida?
"Sí -pensó Wicca con cierta amargura-. Y cuando esto sucede, el corazón queda dividido y el resultado es dolor y sufrimiento. Sí, podemos encontrar tres o cuatro Otras Partes, porque somos muchos y estamos muy
dispersos." La chica estaba haciendo las preguntas certeras, y ella necesitaba evadirlas.
– La esencia de la Creación es una sola -dijo-. Y esta esencia se llama Amor. El Amor es la fuerza que nos reúne otra vez, para condensar la experiencia esparcida en muchas vidas, en muchos lugares del mundo. Somos responsables por la Tierra entera, porque no sabemos dónde están las Otras Partes que fuimos desde el comienzo de los tiempos; si ellas estuvieran bien, también seremos felices. Si estuvieran mal, sufriremos, aunque inconscientemente, una parcela de ese dolor. Pero, sobre todo, somos responsables por reunir nuevamente, por lo menos una vez en cada encarnación, a la Otra Parte que con seguridad se cruzará en nuestro camino. Aunque sea por unos instantes siquiera, porque esos instantes traen un Amor tan intenso que justifica el resto de nuestros días.
El perro ladró en la cocina. Wicca acabó de recoger la baraja de la mesa y miró una vez más a Brida. -También podemos dejar que nuestra Otra Parte siga adelante, sin aceptarla o siquiera percibirla. Entonces necesitaremos más de una encarnación para encontrarnos con ella. Y, por causa de nuestro egoísmo, seremos condenados al peor suplicio que inventamos para nosotros mismos: la soledad.
Wicca se levantó y acompañó a Brida hasta la puerta. -No has venido aquí para saber sobre la Otra Parte -dijo, antes de despedirse-. Tú tienes un Don, y después de que sepas de qué Don se trata, quizá pueda enseñarte la Tradición de la Luna.
Brida se sintió una persona especial. Necesitaba sentirse así; aquella mujer inspiraba un respeto que poca gente le había infundido.
– Haré lo posible. Quiero aprender la Tradición de la Luna.
"Porque la Tradición de la Luna no necesita bosques oscuros", pensó.
– Presta atención, jovencita -dijo Wicca con severidad-. Todos los días a partir de hoy, a una misma hora que tú elegirás, quédate sola y abre una baraja de tarot sobre la mesa. Ábrela al azar y no procures entender nada. Limítate a contemplar las cartas. Ellas, a su debido tiempo, te enseñarán todo lo que necesitas saber por el momento.
"Parece la Tradición del Sol; yo de nuevo enseñándome a mí misma", pensó Brida, mientras bajaba las escaleras. Y fue cuando estaba en el autobús, cuando se dio cuenta de que la mujer se había referido a un Don. Pero podrían conversar sobre esto en un próximo encuentro.
Durante una semana, Brida dedicó media hora al día a esparcir su baraja sobre la mesa de la sala. Acostumbraba acostarse a las diez de la noche y colocar el despertador a la una de la madrugada. Se levantaba, hacía un rápido café y se sentaba para contemplar las cartas, procurando comprender su lenguaje oculto.
La primera noche estuvo llena de excitación. Brida estaba convencida de que Wicca le había pasado alguna especie de ritual secreto, e intentó colocar la baraja exactamente como ella lo había hecho, segura de que mensajes ocultos acabarían por revelarse. Después de media hora, con excepción de algunas pequeñas visiones que ella consideró fruto de su imaginación, nada de especial sucedió.
Brida repitió lo mismo la segunda noche. Wicca había dicho que la baraja le contaría su propia historia y -a juzgar por los cursos que ella había frecuentado- era una historia muy antigua, de más de tres mil años de edad, cuando los hombres estaban aún próximos a la sabiduría original.
"Los dibujos parecen tan simples", pensaba. Una mujer abriendo la boca de un león, un carro tirado por dos animales misteriosos, un hombre con una mesa llena de objetos frente a él. Había aprendido que aquella baraja era un libro: un libro donde la Sabiduría Divina anotó los principales cambios del hombre en su viaje por la vida. Pero su autor, sabiendo que la Humanidad se acordaba con más facilidad del vicio que de la virtud, hizo que el libro sagrado fuese transmitido a través de las generaciones bajo la forma de un juego. La baraja era una invención de los dioses.
"No puede ser así de simple", pensaba Brida, cada vez que esparcía las cartas sobre la mesa. Conocía métodos complicados, sistemas elaborados, y aquellas cartas desordenadas comenzaron a desordenar también su raciocinio. La sexta noche tiró todas las cartas al suelo, irritada. Por un momento pensó que aquel gesto suyo tuviese una inspiración mágica, pero los resultados fueron igualmente nulos; apenas algunas intuiciones que ella no conseguía definir, y que siempre consideraba como fruto de su imaginación.
Al mismo tiempo, la idea de la Otra Parte no se le iba de la cabeza ni por un minuto. Al principio creyó que estaba volviendo a la adolescencia, a los sueños del príncipe encantado que cruzaba montañas y valles para buscar a la dueña de un zapatito de cristal o para besar a una mujer adormecida. "Los cuentos de hadas siempre hablan de la Otra Parte", bromeaba ella misma. Los cuentos de hadas fueron su primera inmersión en el mundo mágico en el que estaba ahora ansiosa por entrar, y más de una vez se preguntó por qué las personas terminaban alejándose tanto de este mundo, aun sabiendo las inmensas alegrías que la infancia dejaba en sus vidas.
"Quizá porque no estén contentas con la alegría." Encontró su frase medio absurda, pero la registró en su Diario como algo creativo.
Después de una semana con la idea de la Otra Parte rondándole en la mente, Brida empezó a ser poseída por una sensación aterradora: la posibilidad de escoger al hombre equivocado. La octava noche, al despertarse una vez más para contemplar sin ningún resultado las cartas del tarot, decidió invitar a su novio a cenar al día siguiente.
Escogió un restaurante que no era muy caro, pues él siempre quería pagar las cuentas a pesar de que el sueldo como asistente de catedrático de Física de la Universidad era bastante más bajo que el de ella como secretaria. Aún era verano y se sentaron en una de las mesas que el restaurante colocaba en la acera, a la orilla del río.
– Quiero saber cuándo los espíritus me dejarán dormir contigo otra vez -dijo Lorens, de buen humor. Brida lo miró con ternura. Le había pedido que estuviera quince días sin ir al departamento y él había accedido, haciendo tan solo las protestas suficientes para que ella entendiese cuánto la amaba. También él, a su manera, buscaba los mismos misterios del Universo; si algún día le pidiese que se mantuviera quince días alejada, ella tendría que aceptar.