Brida, más sorprendida aún, hizo lo que le mandaba. Esparció las cartas y se quedó mirando, ausente, hacia la mesa, mientras esperaba instrucciones desde el otro lado de la línea. El valor para decir el motivo de la llamada se iba desvaneciendo poco a poco.
Wicca no paraba de hablar, y Brida resolvió escucharla con paciencia. Quizá consiguiese hacerse amiga de ella. Quizá, entonces, ella fuese más tolerante y le enseñase métodos más fáciles de encontrar la Tradición de la Luna.
Wicca, mientras tanto, iba pasando de un asunto a otro, después de hacer todas las quejas sobre los plomeros comenzó a contarle la discusión que había tenido, bien temprano, con la administradora sobre el sueldo del portero del edificio. Después enlazó ese asunto con unas consideraciones sobre las pensiones que estaban pagando a los jubilados.
Brida acompañaba todo aquello con murmullos afirmativos. Estaba de acuerdo con todo lo que la otra decía, pero ya no conseguía prestar atención a nada. Un tedio mortal se apoderó de ella; la conversación de aquella mujer casi extraña sobre plomeros, porteros y jubilados, a aquella hora de la mañana, era una de las cosas más aburridas que había escuchado en toda su vida. Intentó distraerse con las cartas de encima de la mesa, mirando pequeños detalles que habían pasado inadvertidos otras veces.
De vez en cuando Wicca le preguntaba si la estaba escuchando, y ella musitaba que sí. Pero su mente estaba lejos, viajando, paseando por lugares donde jamás estuviera. Cada detalle de las cartas parecía empujarla más hondo en el viaje.
De repente, como quien penetra en un sueño, Brida percibió que ya no conseguía escuchar lo que la otra le decía. Una voz, una voz que parecía venir de dentro de ella -pero que ella sabía que venía de afuera- comenzó a susurrarle algo. "¿Estás entendiendo?" Brida decía que sí. "Sí, estás entendiendo", dijo la misteriosa voz.
Esto, no obstante, no tenía la menor importancia. El tarot frente a ella comenzó a mostrar escenas fantásticas; hombres vestidos apenas con tangas, cuerpos bronceados al sol y cubiertos de aceite. Algunos usaban máscaras que parecían gigantescas cabezas de pez. Nubes pasaban corriendo por el cielo, como si todo estuviese en un movimiento mucho más rápido que el normal, y la escena cambiaba de repente a una plaza, con edificios monumentales, donde algunos viejos contaban secretos a unos muchachos. Había desesperación y prisa en la mirada de los viejos, como si un conocimiento muy antiguo estuviese a punto de perderse definitivamente.
"Suma el siete y el ocho y tendrás mi número. Soy el demonio y firmé el libro", dijo un muchacho vestido con ropas medievales, después que la escena se convirtió en una especie de fiesta. Algunas mujeres y hombres sonreían, y estaban embriagados. Las escenas se cambiaron a templos enclavados en rocas al lado del mar, el cielo comenzó a cubrirse de nubes negras, de donde salían rayos muy brillantes.
Apareció una puerta. Era una puerta pesada, como la puerta de un viejo castillo. La puerta se aproximaba a Brida y ella presintió que en poco tiempo conseguiría abrirla.
"Vuelve de allí", dijo la voz.
Vuelve, vuelve -dijo la voz del teléfono. Era Wicca. Brida quedó irritada porque estaba interrumpiendo una experiencia tan fantástica, para volver a hablar de porteros y plomeros.
– Un momento -respondió. Luchaba por retornar a aquella puerta, pero todo había desaparecido de su frente.
– Sé lo que pasó -repitió Wicca, ante el silencio de Brida-. Ya no voy a hablar más del plomero; estuvo aquí la semana pasada y ya arregló todo.
Antes de cortar, dijo que la esperaba a la hora convenida.
Brida colgó el teléfono, sin despedirse. Se quedó aún mucho tiempo mirando fijamente la pared de su cocina, antes de caer en un llanto convulsivo y relajante.
– Fue un truco -dijo Wicca a una asustada Brida, cuando las dos se acomodaron en los sillones italianos-. Sé cómo te debes estar sintiendo -continuó-. A veces entramos en un camino sólo porque no creemos en él. Entonces, es fáciclass="underline" todo lo que tenemos que hacer es probar que no es nuestro camino. Sin embargo, cuando las cosas comienzan a suceder y el camino se revela ante nosotros, tenemos miedo de seguir adelante.
Wicca dijo que no entendía por qué muchos prefieren pasar la vida entera destruyendo los caminos que no desean recorrer, en vez de andar por el único que los conduciría a algún lugar.
– No puedo creer que fue un truco -dijo Brida. Ya no tenía aquel aire de arrogancia y desafío. Su respeto por aquella mujer había aumentado considerablemente.
– La visión no fue un truco. El truco al que me refiero fue el del teléfono. Durante millones de años, el hombre siempre habló con aquello que conseguía ver. De repente, en apenas un siglo, el "ver" y el "hablar" fueron separados. Creemos que estamos acostumbrados a esto y no percibimos el inmenso impacto que ello causó en nuestros reflejos. Nuestro cuerpo simplemente todavía no está acostumbrado. El resultado práctico es que, cuando hablamos por teléfono, conseguimos entrar en un estado muy semejante a ciertos trances mágicos. Nuestra mente entra en otra frecuencia, queda más receptiva al mundo invisible. Conozco hechiceras que tienen siempre papel y lápiz junto al teléfono; garabatean cosas aparentemente sin sentido mientras hablan con alguien. Cuando cuelgan, las cosas que han garabateado son generalmente símbolos de la Tradición de la Luna.
– Y ¿por qué el tarot se reveló ante mí?
– Este es el gran problema de quien desea estudiar magia -respondió Wicca-. Cuando comenzamos el camino, siempre tenemos una idea más o menos definida de lo que pretendemos encontrar. Las mujeres generalmente buscan la Otra Parte, los hombres buscan el Poder. Tanto unos como otros no quieren aprender: quieren llegar a aquello que establecieron como meta. Pero el camino de la magia -como, en general, el camino de la vida- es y será siempre el camino del Misterio. Aprender una cosa significa entrar en contacto con un mundo del cual no se tiene la menor idea. Es preciso ser humilde para aprender.
– Es sumergirse en la Noche Oscura -dijo Brida. -No me interrumpas -la voz de Wicca mostraba una irritación contenida. Brida percibió que no era por el comentario; a fin de cuentas, ella había dicho la verdad. "Quizá esté irritada con el Mago", pensó. Quién sabe si no estuvo enamorada de él algún día. Los dos eran más o menos de la misma edad.
– Disculpa -dijo ella.
– No tiene importancia -Wicca también parecía sorprendida de su reacción.
– Me estabas hablando del tarot.
– Cuando tú colocabas las cartas sobre la mesa, siempre tenías una idea de lo que sucedería. Nunca dejaste que las cartas contasen su historia; estabas tratando de que ellas confirmasen lo que tú imaginabas saber. Cuando comenzamos a hablar por teléfono, yo me di cuenta de ello. Percibí también que allí había una señal y que el teléfono era mi aliado. Comencé una conversación aburrida y te pedí que mirases las cartas. Entraste en el trance que el teléfono provoca y las cartas te condujeron a su mundo mágico.
Wicca le pidió que siempre se fijase en los ojos de las personas que estaban hablando por teléfono. Eran ojos muy interesantes.
– Deseo hacer otra pregunta-dijo Brida, mientras las dos tomaban té. La cocina de Wicca era sorprendentemente moderna y funcional-. Quiero saber por qué no dejaste que yo abandonase el camino.
"Porque quiero entender lo que el Mago vio además de su Don", pensó Wicca.
– Porque tienes un Don -respondió. -¿Cómo sabes que tengo un Don? -Es simple. Por las orejas.
"Por las orejas. Qué decepción -se dijo a sí misma Brida-. Y yo pensaba que ella estaba viendo mi halo." -Todo el mundo tiene un Don. Pero algunos nacen con este Don más desarrollado, mientras que otros -como yo, por ejemplo- tienen que luchar mucho para desarrollarlo. Las personas con el Don de nacimiento tienen los lóbulos de las orejas pequeños y pegados a la cabeza. Instintivamente, Brida tocó sus orejas. Era verdad. -¿Tienes coche?