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NATHAN: El chico está con la depre, Harry. Necesita hablar.

HARRY: Ya me doy cuenta. Tengo ojos en la cara, ¿no? Si a Tom no le parece bien mi Hotel Existencia, quizá quiera contarnos algo del suyo. Todo el mundo tiene uno, ya sabes. Y como no hay dos personas iguales, cada Hotel Existencia es distinto de todos los demás.

TOM: Lo siento. No quiero ser un pesado. Esta noche teníamos que pasarlo bien, y os estoy aguando la fiesta.

NATHAN: No digas eso. Contesta a Harry.

TOM (un largo silencio; luego, en voz baja, como hablando para sus adentros): Quiero vivir de otra manera, eso es todo. Si no soy capaz de cambiar el mundo, al menos puedo tratar de cambiarme a mí mismo. Pero no me apetece hacerla en solitario. Ya me encuentro bastante solo, y sea o no culpa mía, Nathan tiene razón. Estoy con el ánimo por los suelos. Desde que hablamos de Aurora el otro día, no he dejado de pensar en ella. La echo de menos. Echo en falta a mi madre. Añoro a todas las personas que he perdido. A veces me pongo tan triste, siento que me oprime un peso tan enorme, que es un milagro que no me caiga redondo al suelo. ¿Que cuál es mi Hotel Existencia, Harry? No sé, pero quizá tenga algo que ver con estar con otra gente, escapar de la ratonera de esta ciudad y compartir la vida con personas a las que quiera y respete.

HARRY: Una comuna.

TOM: No; una comuna, no: una comunidad. Es distinto.

HARRY: ¿Y dónde estaría situada esa pequeña utopía tuya?

TOM: Pues en alguna parte, en el campo, supongo. En un sitio con mucho terreno y casas suficientes para albergar a toda la gente que quisiera vivir allí.

NATHAN: ¿Cuánta gente calculas?

TOM: No sé. Todavía no he pensado en nada de eso. Pero vosotros dos seríais muy bien recibidos.

HARRY: Me halaga ocupar un puesto tan preferente en tu lista. Pero si me vaya vivir al campo, ¿qué pasará con mi librería?

TOM: Te la llevas contigo. De todas maneras, ya obtienes el noventa por ciento de las ganancias por vía postal. ¿Qué más te da la oficina de correos que utilices? Sí, Harry, claro que me gustaría que participaras en esto. Y Flora también, quizá.

HARRY: Mi querida y demente Flora. Pero si se lo propones a ella, también habría que invitar a Bette. Está enferma, ¿sabes? Condenada a una silla de ruedas con Parkinson, la pobre. No estoy seguro de cómo reaccionaría, pero al final acabaría aceptando la idea. Y luego está Rufus.

NATHAN: ¿Quién es Rufus?

HARRY: El muchacho que atiende la caja en la librería. El jamaicano alto de piel clara que lleva ese boa rosa. Hace unos años lo encontré llorando a lágrima viva en el portal de una casa del West Village y me lo traje a casa. A estas alturas puede decirse que lo he adoptado. Lo de la librería le sirve de ayuda para pagar el alquiler, pero aparte de eso es uno de los mejores travestidos de la ciudad. Trabaja los fines de Semana con el nombre de Tina Hott. Un artista fabuloso Nathan. Tendrías que verlo actuar alguna vez.

NATHAN: ¿Y por qué querría Rufus marcharse de la ciudad?

HARRY: Porque me quiere, en primer lugar. Y porque es seropositivo y el pobre está asustadísimo. Un cambio de aires le vendría bien.

NATHAN: Estupendo. Pero ¿de dónde vamos a sacar el dinero para comprar una finca en el campo? Yo podría contribuir con algo, pero no sería suficiente.

TOM: Si Bette quiere venir con nosotros, quizá esté dispuesta a abrir sus arcas para echarnos una mano.

HARRY: De eso, nada. Un hombre tiene su orgullo, señor mío, y preferiría diñarla diez veces antes que volver a pedir un céntimo a esa mujer.

TOM: Bueno, si vendes tu edificio de Brooklyn, podríamos sacar lo suficiente para arreglar las cosas.

HARRY: Un simple grano de arena. Si voy a pasar mis años de decadencia en el quinto pino, quiero hacerlo a lo grande. Nada de hacer el paleto, Tom. Me convierto en un hacendado o no hay trato.

TOM: Entonces, un poco de aquí y un poco de allá. Ya pensaremos en más gente que quiera participar, y si hacemos fondo común, quizá podamos sacar la cosa adelante.

HARRY: No os preocupéis, muchachos. Tío Harry se ocupará de todo. Al menos eso espero. Si todo sale según el plan, podemos esperar una buena inyección de contante en un futuro próximo. Lo suficiente para inclinar la balanza y hacer realidad nuestro sueño. ¿No es de eso de lo que estamos hablando? Un sueño, el disparatado sueño de apartamos de las preocupaciones y penas de este mundo miserable y crear un mundo nuestro. Una posibilidad muy remota, desde luego, pero ¿quién dice que no es factible?

TOM: ¿Y de dónde va a venir esa «inyección de contante»?

HARRY: Digamos simplemente que he puesto en marcha una operación comercial, y dejemos a un lado los detalles hasta nueva orden. Si me toca la lotería, da por hecho el nuevo Hotel Existencia. Y si no…, bueno, caeré luchando por una buena causa. No se puede aspirar a más, ¿verdad? Tengo sesenta y seis años, y después de todos los altibajos de mi… carrera, un tanto dudosa, quizá sea ésta la última posibilidad de ganar dinero en cantidad. Y cuando digo en cantidad, quiero decir en gran cantidad. En cantidades más grandes de lo que os podéis imaginar.

PAUSA PARA FUMAR

Por entonces, no me tomé en serio nada de lo que se dijo en aquella conversación. Tom estaba alicaído -eso era todo- y Harry trataba simplemente de animarlo un poco, de insuflarle algo de viento en las velas y sacado de la ponzoñosa calma chicha. Debo decir que me gustó que Harry le siguiera la corriente a Tom con aquella fantasía suya tan impracticable, pero la idea de que se marchara de Brooklyn para irse a un poblado remoto en pleno campo me pareció una absoluta estupidez. Aquel individuo estaba hecho para la ciudad. Era una criatura de multitudes y contactos, de restaurantes buenos y ropa cara, y aunque sólo fuera medio marica, resultaba que su amigo íntimo era un negro travestido que iba a trabajar con unos pendientes de clip y un boa de color rosa. Si los paisanos de un lugar perdido en medio del campo vieran aparecer en su pueblo a un tipo como Harry Brightman, echarían mano de horcas y navajas e inmediatamente le harían poner pies en polvorosa

Por otro lado, yo estaba casi seguro de que el negocio de Harry era legal. El viejo réprobo se traía algo entre manos, y a mí me picaba la curiosidad por saber de qué se trataba. Si no quería dar explicaciones delante de Tom, era posible que conmigo hiciera una excepción. La ocasión se presentó justo después de pedir el postre, cuando Tom se disculpó y se dirigió al bar a fumar un cigarrillo (la nueva táctica en su campaña permanente para quitarse unos kilos).

– Gran cantidad de dinero -dije a Harry-. Parece interesante.

– La oportunidad de mi vida.

– ¿Hay alguna razón especial por la que no quieras hablar de ello?

– Temo decepcionar a Tom, eso es todo. Aún tengo que solucionar algunos pequeños detalles, y hasta que el asunto esté resuelto no tiene sentido entusiasmarse demasiado.

– Tengo un poco de dinero de sobra por ahí rodando, ya sabes. Un buen fajo, en realidad. Si necesitas otro socio que invierta en el negocio, quizá podría echarte una mano.

– Un ofrecimiento muy generoso de tu parte, Nathan. Afortunadamente, no ando en busca de un socio. Pero eso no significa que tu consejo no sea bien recibido. Estoy bastante seguro de que mis socios son legales; pero no me fío del todo. Y la duda es una carga difícil de sobrellevar, sobre todo cuando hay tanto en juego.

– ¿Qué me dices de otra cena, entonces? Tú y yo solos. Me explicas todo el asunto, y yo te doy mi opinión.

– ¿Te viene bien la semana que viene?

– Cuando quieras, no tienes más que decírmelo.

SOBRE LA ESTUPIDEZ DE LOS HOMBRES (2)

A las once de la mañana siguiente entré en una de las joyerías del barrio a comprar otro collar para Rachel. No quería molestar a la B. P. M. llamando a su puerta un domingo por la mañana, pero pedí expresamente a la dependienta que me enseñara todo lo que llevara la marca de Nancy Mazzucchelli. La mujer sonrió, dijo que era una vieja amiga de Nancy, y enseguida abrió una vitrina de la que extrajo ocho o diez artículos suyos, colocándolos uno tras otro en el mostrador para que yo los viera. Quiso la suerte que el último fuese un collar casi idéntico al que ahora se guardaba por la noche en la caja registradora del Cosmic Diner.