Выбрать главу

No sabía lo que decía. Las palabras brotaban locamente de mis labios, en un raudal incontenible de insensateces y exageradas emociones, y cuando llegué al final de mi ridículo discurso vi que Rachel estaba sonriendo, que sonreía por primera vez desde que entró en el restaurante. Quizá eso era todo lo que podía conseguir. Hacerle ver que estaba a su lado, que creía en ella, y que la situación probablemente no era tan negra como me la había pintado. Aunque sólo fuera eso, la sonrisa me decía que estaba empezando a tranquilizarse, y hablando la fui apartando despacio del tema, consciente de que la mejor medicina sería hacer que olvidara a Terrence durante un rato, que dejara de pensar en el problema que la obsesionaba desde hacía varias semanas. Capítulo a capítulo, la puse al corriente de todos los acontecimientos ocurridos desde la última vez que nos habíamos visto. En lo esencial, era una versión abreviada de todo lo que he consignado en este libro hasta el momento. No, no de todo; porque suprimí la historia de Marina y el otro collar (demasiado triste, demasiado humillante), no dije nada de la horrible conversación telefónica con la innombrable, y le ahorré los penosos detalles del fraude de La letra escarlata. Pero le di cuenta de todos los demás elementos: El libro del desvarío humano, el primo Tom, Harry Brightman, la pequeña Lucy, el viaje a Vermont, la aventura de Tom con Honey Chowder, el contenido del testamento de Harry, Tina Hott moviendo los labios con la letra de «No puedo dejar de amar a ese hombre». Rachel escuchó con atención, haciendo lo posible por asimilar tantas noticias sorprendentes mientras acompañaba la cena con buenos sorbos de vino. En lo que a mí se refiere, cuanto más hablaba, más me divertía. Había asumido el papel de viejo marinero, y podría haber seguido contando mis historias hasta el fin de la noche. Rachel se mostró especialmente deseosa de conocer a Lucy, de manera que quedamos en que vendría a mi apartamento el domingo siguiente; con o sin marido, como prefiriese.

También tenía ganas de ver a Tom, dijo, y entonces formuló la pregunta del millón de dólares:

– ¿Y qué sabes de Honey? ¿Crees que va a pasar algo?

– Lo dudo -contesté-. Tom dio su número al padre, con el encargo de que se lo pasara a ella, pero no ha llamado. Y que yo sepa, Tom tampoco la ha llamado. Si me diera por las apuestas, diría que nunca volveremos a ver a Honey. Una pena, pero parece que se ha acabado la historia.

Como de costumbre, me equivocaba. Exactamente dos semanas después de la cena con Rachel, el último viernes del mes, Honey Chowder se presentó en la librería con un vestido blanco de verano y una amplia pamela de paja. Eran las cinco de la tarde. Tom estaba sentado tras el mostrador, leyendo una vieja edición en rústica de Los artículos de la Confederación. Yo acababa de recoger a Lucy en el colegio, y ella y yo estábamos al fondo de la tienda, ordenando libros en la sección de Historia. Hacía dos horas que no entraba un solo cliente, y el único ruido que se oía era el apagado zumbido de! ventilador eléctrico.

La cara de Lucy se iluminó al ver entrar a Honey. Estuvo a punto de echar a correr hacia ella, pero le puse la mano en el brazo y musité:

– Todavía no, Lucy. Deja que hablen primero.

Honey, con los ojos clavados en Tom, no se había dado cuenta de que nosotros estábamos allí. Como dos agentes secretos, nuestra niña y vuestro seguro servidor se ocultaron tras una estantería y fueron testigos de la siguiente conversación.

– Qué hay, Tom -dijo Honey, dejando caer el bolso sobre el mostrador. Luego se quitó el sombrero y sacudió su larga y abundante melena-. ¿Cómo van las cosas?

Tom alzó la vista del libro y exclamó:

– ¡Pero bueno, Honey! ¿Qué estás haciendo aquí?

– Ya hablaremos luego de eso. Primero, quiero saber cómo estás.

– Pues, bien. Con mucho que hacer, un poco agobiado, pero bien. Han pasado muchas cosas desde la última vez que nos vimos. Se murió mi jefe, y por lo que parece yo he heredado la librería. Todavía estoy tratando de decidir lo que hacer con ella.

– No me refiero a los asuntos de trabajo. Me refiero a ti.

A tu vida íntima, a tu corazón.

– ¿Mi corazón? Sigue latiendo. Setenta y dos veces por minuto.

– Lo que quiere decir que sigues solo, ¿verdad? Si te hubieras enamorado, latiría más deprisa.

– ¿Enamorado? ¿De qué estás hablando?

– No habrás conocido a nadie este último mes, ¿verdad?

– No. Por supuesto que no. He estado demasiado ocupado.

– ¿Te acuerdas de Vermont?

– ¿Cómo podría olvidarlo?

– Y la última noche que estuviste allí, ¿la recuerdas?

– Sí. Recuerdo esa noche.

– ¿Y?

– ¿Y qué?

– ¿Qué ves cuando me miras, Tom?

– Pues no sé, Honey. Te veo a ti. Honey Chowder. A una mujer con un nombre increíble. A una mujer increíble con un nombre increíble.

– ¿Sabes lo que veo yo cuando te miro, Tom?

– No sé si quiero saberlo.

– Veo a un hombre maravilloso, eso es lo que veo. Veo a la mejor persona que haya conocido jamás.

– Ah.

– Sí, ah. Y como eso es lo que veo cuando te miro, he dejado todo lo demás y me he venido a Brooklyn a vivir contigo.

– ¿Que lo has dejado todo?

– Eso es. El curso escolar ha acabado hace dos días, y me he despedido. Soy libre como un pájaro.

– Pero, Honey, no estoy enamorado de ti. Si apenas te conozco.

– Llegarás.

– ¿A qué?

– Primero a conocerme. Y luego empezarás a quererme.

– Así, por las buenas.

– Exacto, por las buenas. -Hizo una pausa y al cabo de un momento sonrió-: Por cierto, ¿cómo está Lucy?

– Lucy está muy bien. Vive con Nathan, en la calle Uno.

– Pobre Nathan. Esa tarea es demasiado para éL La niña necesita una madre. De ahora en adelante, vivirá con nosotros.

– Estás muy segura de ti misma, ¿verdad?

– Tengo que estarlo, Tom. Si no estuviera segura de mí misma, no me verías aquÍ. No tendría todo mi equipaje ahí fuera, metido en el coche. No sabría que tú eres el hombre de mi vida.

En ese momento, calculé que ya se habían dicho bastante el uno al otro, y dejé que Lucy saliera de su escondite. Se precipitó por la estancia y fue derecha hacia Honey.

– ¡Pero si estás ahí, chiquitina mía! -dijo la ex maestra de escuela, estrechándola entre sus brazos y levantándola en volandas. Cuando finalmente volvió a dejarla en el suelo, le preguntó-: ¿Has oído lo que hablábamos Tom y yo?

Lucy asintió con la cabeza.

– ¿Y qué te parece?

– Que es un plan fenomenal -aseveró Lucy-. Si me voy a vivir con tío Tom y contigo, ya no tendré que comer en el restaurante. Me pondré morada con esa comidita tan rica que haces. Y tío Nat podrá comer con nosotros siempre que quiera. Y cuando tío Tom y tú salgáis al centro, él podrá hacerme de canguro.

Honey sonrió.

– Y vas a ser una niña buena, ¿verdad? La mejor niña del mundo.