– Claro -dijo Oz con cortesía-. Encantado de hacerlo.
– Dijiste que había mucho trabajo -apuntó Lou.
Louisa miró a Eugene.
– Mejor enseñar que hablar. Mañana por la mañana comenzaré a enseñaros.
Diamond no pudo contenerse más.
– El padre de Johnny Bookers dijo que algunos tipos han estado rondando por aquí.
– ¿Qué tipos? -preguntó Louisa con brusquedad.
– No lo sé. Pero han estado haciendo preguntas sobre las minas de carbón.
– Mantente alerta, Diamond. -Louisa miró a Lou y a Oz-. Y vosotros también. Dios nos pone en esta tierra y nos lleva cuando lo cree conveniente. Mientras, la familia debe cuidar de sí misma.
Oz sonrió y dijo que mantendría las orejas tan abiertas que le llegarían al suelo y se le llenarían de tierra. Todos se rieron salvo Lou, quien se limitó a mirar a Louisa sin decir nada.
Recogieron la mesa y, mientras Louisa fregaba los platos, Lou agitaba con fuerza la bomba de mano del fregadero para que brotara un fino hilo de agua. Louisa le había dicho que en el interior de la casa no había instalación de agua; también les había explicado cómo funcionaba el excusado exterior y les había mostrado los pequeños rollos de papel higiénico apilados en la despensa. Les había dicho que al anochecer necesitarían linternas, y enseñó a Lou a encender una. Debajo de las camas había un orinal por si las necesidades eran tan apremiantes que no tenían tiempo de llegar al excusado exterior. Sin embargo, Louisa añadió que quien utilizara el orinal debería limpiarlo. Lou se preguntó cómo el tímido Oz, que solía ir al baño a altas horas de la noche, se acostumbraría a aquel objeto. Imaginó que muchas veces tendría que esperar fuera del excusado mientras Oz hacía sus necesidades; sólo de pensarlo se sentía cansada.
Después de cenar Oz y Diamond habían salido de la casa con Jeb. Lou observó que Eugene tomaba el rifle que estaba sobre la chimenea. Cargó el arma y salió.
– ¿Dónde va con ese rifle? -preguntó Lou a Louisa.
– A vigilar el ganado -respondió la anciana al tiempo que restregaba los platos con energía con una mazorca de maíz endurecida-. Hay que vigilar las vacas y los puercos, porque el Viejo Mo anda por aquí.
– ¿El Viejo Mo?
– El puma. El Viejo Mo es tan viejo como yo, pero el maldito sigue causando problemas. No a las personas. También deja tranquilas a las yeguas y a las muías, sobre todo a las muías, Hit y Sam. Nunca contraríes a una mula, Lou. Son las criaturas más duras que Dios ha creado y te guardan rencor hasta el día del Juicio Final. Si hace falta, fustígalas o clávales las espuelas. Algunos dicen que son tan listas como el hombre. Puede que por eso sean tan malas. -Sonrió-. Pero Mo persigue a las ovejas, los puercos y las vacas, de modo que debemos protegerlos. Eugene disparará para asustar al Viejo Mo.
– Diamond me ha contado que el padre de Eugene le abandonó.
Louisa la miró con severidad.
– ¡Mentira! Tom Randall era un buen hombre.
– Entonces, ¿qué le pasó? -preguntó Lou a pesar de que Louisa no parecía dispuesta a continuar hablando sobre el tema.
La anciana terminó de lavar un plato y lo puso a escurrir.
– La madre de Eugene murió joven. Tom dejó el bebé con su hermana, aquí, y se marchó a Bristol, Tennessee, en busca de un empleo. Trabajó en las minas de carbón, pero entonces llegaron muchas personas en busca de trabajo, y a los primeros que echan siempre es a los negros. Murió en un accidente sin poder ir a por Eugene. Cuando la tía de Eugene falleció, yo me ocupé de él. Todo lo demás son mentiras de personas que tienen el corazón lleno de odio.
– ¿Eugene lo sabe?
– ¡Claro que sí! Se lo dije cuando se hizo mayor.
– Entonces, ¿por qué no le cuentas la verdad a los demás?
– A la gente no le interesa escuchar y de nada vale que intentes explicárselo. -Miró fijamente a Lou y añadió-: ¿Entiendes lo que quiero decir?
Lou asintió, pero lo cierto es que no estaba segura de entenderlo.
11
Cuando Lou salió vio a Diamond y a Oz junto al corral donde pastaba el caballo. Cuando Diamond advirtió la presencia de Lou, extrajo un papel de fumar y una caja de tabaco del bolsillo, lió un cigarrillo, lo cerró con un poco de saliva, prendió una cerilla frotándola contra uno de los troncos y lo encendió.
Oz y Lou quedaron boquiabiertos.
– Eres demasiado joven para eso -exclamó Lou.
Diamond hizo un gesto como para restarle importancia a aquello, sonriendo.
– Ya he crecido. Soy todo un hombre.
– Pero si eres apenas un poco mayor que yo, Diamond.
– Aquí es diferente.
– ¿Dónde vivís tu familia y tú?-inquirió Lou.
– Carretera abajo, poco antes de llegar a algún lugar. -Diamond sacó una pelota de béisbol del bolsillo y la lanzó. Jeb salió corriendo tras ella y la trajo de vuelta-. Un hombre me dio la pelota porque le leí el futuro.
– ¿Y cuál era su futuro? -preguntó Lou.
– Que le daría la pelota a un tipo llamado Diamond.
– Se está haciendo tarde -dijo Lou-. ¿No estarán preocupados tus padres?
Diamond apagó el cigarrillo en el peto y se lo guardó
detrás de la oreja mientras se preparaba para lanzar la pelota de nuevo.
– No, ya estoy crecidito. Si no quiero hacer nada, no hago nada.
Lou señaló algo que colgaba del peto de Diamond.
– Es la pata izquierda trasera de un conejo de cementerio -explicó el muchacho-. Aparte del corazón de un ternero, es lo que da más suerte en el mundo. Oye, ¿es que no os enseñan nada en la ciudad?
– ¿Un conejo de cementerio? -preguntó Oz.
– Eso mismo. Atrapado y muerto en un cementerio por la noche. -Sacó la pata de la cuerda y se la entregó a Oz-. Aquí tienes, puedo conseguir otra cuando quiera.
Oz la sostuvo con reverencia.
– ¡Caramba, Diamond, gracias!
Oz vio a Jeb correr tras la pelota.
– Jeb es un buen perro. Siempre coge la pelota.
Jeb trajo la pelota y la dejó caer delante de Diamond, quien la recogió y se la lanzó a Oz.
– Seguro que en la ciudad no hay mucho sitio para lanzar nada, pero inténtalo, chico.
Oz fijó la mirada en la pelota, como si nunca hubiera tenido una entre las manos. Luego miró a Lou.
– Adelante, Oz. Tú sabes -lo animó su hermana.
Oz se preparó y lanzó la pelota; el brazo chasqueó como un látigo y la pelota salió disparada de su pequeña mano como si fuera un pájaro liberado, elevándose cada vez más. Jeb corrió tras ella, sin conseguir darle alcance. Oz, sorprendido, observó lo que acababa de hacer. Lou tampoco salía de su asombro.
El cigarrillo cayó de la oreja de Diamond, que miraba perplejo.
– Santo Dios, ¿dónde aprendiste a lanzar así?
Oz se limitó a esbozar la sonrisa de un chico que acaba de percatarse de que tal vez esté dotado desde un punto de vista deportivo. Luego se volvió y corrió en busca de la pelota. Lou y Diamond permanecieron en silencio durante unos instantes y luego la pelota regresó volando. La oscuridad no les permitía ver a Oz, pero le oían venir a toda velocidad junto con Jeb.
– Y bien, ¿qué haces aquí para entretenerte, Diamond? -preguntó Lou.
– Sobre todo pescar. Oye, ¿alguna vez te has bañado en cueros en una gravera?
– En Nueva York no hay graveras. ¿Algo más?
– Bueno… -Diamond hizo un gesto teatral-. También está el pozo encantado.
– ¿Un pozo encantado? -exclamó Oz, que acababa de llegar seguido de Jeb.
– ¿Dónde está? -preguntó Lou.