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– ¿No debería alejarse de ahí?

– No. No se utiliza tanta dinamita para un cubo. Después de que explote y el polvo se asiente, os enseñaré cómo ha quedado.

– ¿Qué hay que ver en una vieja mina? -inquirió Lou.

De repente Diamond se inclinó hacia delante.

– Os lo voy a decir. Una noche vi a unos tipos merodeando por aquí. ¿Os acordáis de que doña Louisa me dijo que mantuviera los ojos bien abiertos? Pues eso es lo que he hecho. Llevaban linternas y entraron en la mina con unas cajas. Entremos y veamos qué traman.

– Pero ¿y si ahora están en la mina?

– No. He estado allí hace un rato, he echado una vistazo por ahí, he tirado una piedra dentro. Y había pisadas recientes que iban hacia el exterior. Además, Eugene los habría visto. -De repente se le ocurrió una idea-. ¡Eh!, a lo mejor destilan licor y utilizan la mina para guardar el alambique, el maíz y todo eso.

– Es más probable que no sean más que vagabundos que utilizan la mina para guarecerse por la noche -apuntó Lou.

– Nunca he oído decir que aquí arriba haya vagabundos.

– ¿Y por qué no se lo dijiste a Louisa? -le retó Lou.

– Ya tiene bastante de lo que preocuparse. Primero quería estar seguro. Es lo que tiene que hacer un hombre.

Jeb vio una ardilla y la persiguió alrededor de un árbol mientras todos observaban en espera de la explosión.

– ¿Por qué no vienes a vivir con nosotros? -sugirió Lou.

Diamond la miró, claramente turbado por la pregunta. Se volvió hacia su perro de caza.

– Déjala, Jeb. La ardilla no te ha hecho nada.

– Me refiero a que podrías ayudarnos -añadió Lou-. Otro hombre fuerte en la casa. Y Jeb también.

– No, yo soy un tipo que necesita libertad.

– Eh, Diamond, podrías ser mi hermano mayor. Así Lou no tendría que dar palizas ella sola.

Lou y Diamond cambiaron una mirada y sonrieron.

– A lo mejor deberías pensártelo -afirmó Lou.

– Tal vez. -Miró hacia la mina-. Ya falta poco.

Tomaron posiciones y esperaron. Entonces la ardilla salió del bosque y se dirigió rápidamente a' la mina. Jeb fue tras ella.

Diamond se puso en pie de un salto.

– ¡Jeb! ¡Jeb! ¡Vuelve aquí!

El muchacho corrió tras el perro y salió del bosque. Eugene intentó retenerlo pero Diamond lo esquivó y corrió hacia la mina.

– ¡Diamond! ¡No! -gritó Lou.

La muchacha corrió hacia la entrada de la mina.

– ¡Lou, no! ¡Vuelve! -chilló Oz. Antes de que pudiera llegar a la entrada, Eugene la sujetó.

– Espere aquí. Yo lo cogeré, señorita Lou.

Eugene cojeó rápidamente hacia el interior de la mina.

– ¡Diamond! ¡Diamond! -gritó.

Lou y Oz se miraron, aterrorizados. El tiempo seguía transcurriendo, inexorable. Lou caminaba impaciente describiendo círculos cerca de la entrada.

– Por favor, por favor, date prisa. -Fue a la entrada y oyó algo-. ¡Diamond! ¡Eugene!

Sin embargo, era Jeb el que salía corriendo de la mina detrás de la ardilla. Lou agarró al perro, pero la sacudida de la explosión la tumbó al suelo. De la mina salió polvo y tierra y Lou tosió y le entraron náuseas con tal torbellino. Oz se apresuró a ir en su ayuda mientras Jeb ladraba y saltaba.

Lou se tranquilizó, recuperó el aliento y se acercó a la entrada dando un traspié.

– ¡Eugene! ¡Diamond!

Al final oyó unos pasos. Cada vez se acercaban más y parecían vacilantes. Lou rezó en silencio. Parecían no llegar nunca, pero entonces apareció Eugene, aturdido, cubierto de polvo y sangre. Los miró con lágrimas en los ojos.

– Maldita sea, señorita Lou.

Lou dio un paso atrás y luego otro, y otro más. Entonces se volvió y corrió por el sendero lo más rápido que pudo gimiendo con desesperación.

Unos hombres transportaron el cuerpo cubierto de Diamond a un carro. Tuvieron que esperar un rato para que se disipara el humo y asegurarse de que la mina no se derrumbaría sobre ellos. Cotton observó que los hombres se llevaban a Diamond y luego se dirigían a Eugene, que estaba sentado en una piedra grande y se cubría la cabeza ensangrentada con un trapo húmedo.

– Eugene, ¿estás seguro de que no necesitas nada más?

Eugene miró hacia la mina como si esperara ver a Diamond salir de ella con su sonrisa bobalicona.

– Lo único que necesito, señor Cotton, es que esto sea una pesadilla y me despierte cuanto antes.

Cotton le dio una palmada en la espalda y luego dirigió una mirada a Lou, sentada en un pequeño montículo de tierra de espaldas a la mina. Se acercó a ella y se sentó a su lado.

Lou tenía los ojos rojos de llorar y un reguero de lágrimas le corría por las mejillas.

– Lo siento, Lou. Diamond era un buen chico.

– Era un hombre. ¡Un hombre bueno!

– Supongo que tienes razón. Era un hombre.

Lou miró a Jeb, sentado con expresión lastimera en la entrada de la mina.

– Diamond no debería haber entrado a buscar a Jeb a la mina.

– Bueno, ese perro era todo lo que tenía. Cuando quieres algo, no puedes quedarte sentado sin hacer nada.

Lou cogió unas agujas de pino y dejó que algunas cayeran entre sus dedos. Pasaron unos minutos hasta que volvió a hablar.

– ¿Por qué ocurren cosas como ésta, Cotton?

Cotton dejó escapar un profundo suspiro.

– Supongo que debe de ser la manera que Dios tiene de decirnos que amemos a las personas mientras están aquí, porque mañana quizá no estén. Imagino que se trata de una respuesta un tanto penosa, pero me temo que es la única que se me ocurre.

Permanecieron en silencio un rato más.

– Me gustaría leerle a mi madre -dijo Lou al fin.

– Es la mejor idea que he oído -admitió Cotton.

– ¿Por qué te parece buena idea? -inquirió ella-. Necesito saberlo.

– Porque si alguien que ella conocía, alguien a quien ella… quería le leyese, creo que se notaría la diferencia.

– ¿De verdad crees que ella se da cuenta?

– Cuando saqué a tu madre de la casa aquel día, sostenía a una persona viva que luchaba con denuedo por superar su estado. Lo noté. Y algún día lo conseguirá. Lo creo de todo corazón, Lou.

Ella sacudió la cabeza.

– Es duro, Cotton, querer a alguien a quien sabes que nunca tendrás.

Cotton asintió lentamente.

– Eres madura para tu edad. Y lo que dices tiene sentido. Pero creo que con respecto a los asuntos del corazón, el sentido común quizá sea lo último a lo que uno quiera hacer caso.

Lou dejó que se cayera el resto de agujas de pino y se limpió las manos.

– Tú también eres un hombre bueno, Cotton.

La rodeó con el brazo y permanecieron sentados juntos pues ninguno de ellos deseaba mirar la cavidad ennegrecida e hinchada de la mina de carbón que les había arrebatado a su amigo para siempre.

30

Hubo suficiente lluvia continuada y alguna tormenta eléctrica de propina, de forma que prácticamente todos los cultivos crecieron sanos y abundantes. Cayó una fuerte granizada que dañó parte del maíz, pero no demasiado. Un torrente de lluvia fuerte borró un barranco de una colina, como si fuera una bola de helado, pero ninguna persona, animal o cultivo resultaron dañados.

La época de la cosecha había llegado y Louisa, Eugene, Lou y Oz trabajaban duro y durante muchas horas, lo cual era positivo porque así apenas les quedaba tiempo para pensar en el hecho de que Diamond ya no estaba con ellos. De vez en cuando escuchaban la sirena de la mina y luego, un poco después, el lento estruendo de la explosión. En cada ocasión, Louisa les hacía cantar una canción para que intentaran olvidar que el muchacho había muerto de forma tan terrible.