Louisa no habló demasiado de la muerte de Diamond. Sin embargo, Lou la vio leer la Biblia más a menudo junto a la luz de la lumbre y advirtió que se le empañaban los ojos de lágrimas cuando oía su nombre o al mirar a Jeb. Era duro para todos ellos, pero lo único que podían hacer era seguir adelante y, además, les esperaba mucho trabajo.
Recolectaron las alubias pintas, las introdujeron en bolsas Chop, las pisaron para extraer la cascarilla y las tomaron todos los días para cenar con salsa de carne y galletas. Recogieron las judías trepadoras, que habían crecido alrededor de los tallos del maíz, con cuidado, tal como Louisa les había enseñado, para evitar los gusanos verdes que picaban y vivían bajo las hojas. Contaron el maíz y liaron las mazorcas en gavillas, que más tarde utilizarían como pienso para los animales. Llenaron el granero hasta los bordes. Desde la distancia el vertido de mazorcas semejaba un montón de avispas jugando con frenesí.
Las patatas salieron grandes y carnosas, y acompañadas de mantequilla constituían una comida completa. Los tomates también crecieron gordos y rojos como la sangre; los comían enteros o en rodajas, y los troceaban y enlataban en un enorme hervidor de hierro en los fogones, junto con alubias, pimientos y muchas otras hortalizas. Apilaron las latas en la despensa y debajo de la escalera. Llenaron cubos con fresas, grosellas silvestres y manzanas, hicieron confituras y pasteles, y con lo que sobró, conservas. Molieron los tallos de caña de azúcar e hicieron melaza y pelaron parte del maíz para hacer harina y pan frito crujiente.
A Lou le pareció que no se desperdiciaba nada; era un proceso eficiente y le producía admiración, aunque ella y Oz trabajaran hasta caer agotados desde antes del amanecer hasta bien pasado el atardecer. Allá donde aparecieran con un instrumento o aun sus manos desnudas, la comida abundaba. Esto dio que pensar a Lou sobre Billy Davis y su familia, que no tenían nada que llevarse a la boca. Pensó tanto sobre el tema que habló con Louisa al respecto.
– Quédate levantada mañana por la noche, Lou, y te darás cuenta de que tú y yo pensamos lo mismo.
Ya bien entrada la noche todos ellos esperaban junto al granero cuando oyeron que un carro bajaba por el camino. Eugene enfocó con la linterna y la luz cayó directamente
sobre Billy Davis mientras hacía parar a las muías y miraba nervioso a Lou y a Oz.
Louisa se acercó al carro.
– Billy, creo que nos iría bien una ayuda. Quiero estar segura de que te llevas una buena carga. La tierra ha sido generosa con nosotros este año.
Billy se mostró avergonzado.
– Venga, Billy -intervino Lou-, necesito tus músculos para levantar este cubo.
Después de que lo animaran así, Billy se bajó del carro para ayudar. Todos se pasaron la siguiente hora cargando el carro con bolsas de harina de maíz, cubos y tarros con conservas de judías y tomates, colinabos, col rizada, pepino, cebolla e incluso lonchas de carne de cerdo curada.
Mientras Lou cargaba vio que Louisa se llevaba a Billy a una esquina del granero y le examinaba el rostro con una linterna. Luego vio que le hacía levantar la camisa y le miraba aquí y allá con resultado al parecer satisfactorio.
Cuando Billy se marchó, las muías casi no podían avanzar debido al peso, pero el muchacho desplegó una amplia sonrisa al sacudir las riendas y desapareció en la oscuridad de la noche.
– No pueden esconderle toda esa comida a George Davis -apuntó Lou.
– Hace muchos años que hago esto. Él nunca se ha preocupado por saber de dónde provenía.
Lou parecía enfadada.
– No es justo. Vende su cosecha y gana dinero, y nosotros tenemos que alimentar a su familia.
– Lo que es justo es que una madre y sus hijos coman bien -replicó Louisa.
– ¿Qué estabas mirando bajo la camisa? -preguntó Lou.
– George es listo. La mayor parte de las veces pega donde no se ve por estar oculto por la ropa.
– ¿Por qué no le preguntaste a Billy si le había pegado?
– Los niños mienten cuando se sienten avergonzados -respondió Louisa.
Con todos sus excedentes, Louisa decidió que los cuatro llevarían el carro lleno de los productos de la cosecha al campamento maderero. El día en que debían emprender el viaje Cotton fue a la granja a cuidar de Amanda. Los hombres de la madera les esperaban, ya que se había reunido una buena muchedumbre en el momento de su llegada. El campamento era grande y tenía escuela, tienda y oficina de correos propias. Como el campamento se veía obligado a trasladarse con frecuencia cuando se agotaban los bosques, todo el pueblo estaba sobre rieles, incluso las casas de los trabajadores, la escuela y la tienda. Se hallaban dispuestas en varios ramales, como un barrio. Cuando había que hacer un traslado, las locomotoras se acoplaban a los vagones y rápidamente todo el pueblo se ponía en movimiento.
Las familias del campamento maderero pagaban las cosechas con dinero en efectivo o haciendo trueques con café, azúcar, papel higiénico, sellos, papel y lápiz, algunas prendas y zapatos usados, y periódicos viejos. Lou había bajado a Sue y ella y Oz se turnaban para dejar que los niños del campamento la montaran gratis, pero los clientes podían «donar» bastones de menta y otros dulces si lo creían conveniente, y muchos lo hacían.
Más tarde, desde lo alto de una colina, contemplaron un afluente del McCloud. Río abajo se había formado una acumulación de piedras y troncos que impedía el flujo del agua y dificultaba el transporte de troncos por el río. El río estaba cubierto de árboles de una orilla a la otra, álamos robustos en su mayoría cuya base estaba marcada con el nombre de la compañía maderera. Desde la altura a la que se encontraban parecían lápices pero entonces Oz y Lou advirtieron que las pequeñas motas que había sobre ellos eran en realidad hombres hechos y derechos montados sobre los troncos. Bajarían flotando hasta la presa, donde quitarían una cuña vital y la fuerza del agua arrastraría los troncos río abajo, para luego atarlos y hacerlos llegar de Virginia a los mercados de Kentucky.
Mientras Lou escudriñaba el terreno desde su posición privilegiada, tuvo la sensación de que faltaba algo. Tardó unos segundos en darse cuenta de que lo que faltaba eran los árboles. Hasta donde alcanzaba a ver, sólo había tocones. Cuando bajaron de nuevo al campamento, también advirtió que algunas de las vías férreas estaban vacías.
– Hemos arrasado con todos los árboles que hemos podido -explicó orgulloso uno de los leñadores-. Nos marcharemos pronto.
Aquello parecía importarle muy poco. Lou imaginó que probablemente estuviese acostumbrado a ello. Conquistar y seguir adelante, dejando como único rastro de su presencia trozos de corteza.
De regreso a casa sujetaron a Sue al carro y Lou y Oz se colocaron en la parte posterior con Eugene. Había sido un buen día para todos, pero Oz era el que estaba más contento, porque le había «ganado» una pelota de béisbol oficial a uno de los chicos del campamento lanzándola más lejos que todos ellos. Les dijo que era su posesión más preciada después de la pata del conejo de cementerio que Diamond Skinner le había dado.
31
Como lecturas para su madre Lou no escogió libros sino periódicos Grit y algunos ejemplares del Saturday Evening Post que habían conseguido en el campamento maderero. Lou se apoyaba en la pared del dormitorio de su madre sosteniendo el periódico o la revista delante de ella y le leía sobre economía, catástrofes del mundo, la guerra expansionista de Hitler en Europa, política, arte, cine y las últimas noticias sobre libros y escritores, lo cual hizo que Lou se diera cuenta del tiempo que hacía que no había leído un libro. El curso empezaba dentro de poco; aun así había ido con Sue a Big Spruce hacía unos días y había sacado en préstamo algo para leer para ella y Oz de la «biblioteca pública», con el permiso de Estelle McCoy, por supuesto.