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– Lo dejo en manos de los niños, Miller. Haré lo que ellos digan.

Miller se agachó y dedicó una sonrisa a Lou y a Oz.

– Este dinero será para vosotros. Podréis comprar lo que queráis. Vivir en una casa con un buen coche y gente que cuide de vosotros. Una buena vida. ¿Qué decís, niños?

– Ya tenemos una casa -respondió Lou.

– ¿Y vuestra madre? Las personas en su estado necesitan muchos cuidados y no son baratos. -Goode le enseñó el talón a la niña-. Esto soluciona todos tus problemas. -Volvió la mirada hacia Oz-. Y así estaréis lejos, muy lejos, de esos desagradables orfanatos. Tú quieres estar con tu hermana, ¿verdad?

– Quédese con su dinero -dijo Oz-, porque ni lo necesitamos ni lo queremos. ¡Y Lou y yo siempre estaremos juntos! ¡En un orfanato o en otro sitio! -Tomó a su hermana de la mano y se marcharon.

Cotton miró a los hombres cuando se incorporaron y Miller se introdujo enfadado el cheque en el bolsillo.

– Todos deberíamos aprender de la sabiduría de estos niños -sentenció Cotton antes de marcharse también.

De regreso en la granja, Cotton habló del caso con Lou y Oz.

– Me temo que a no ser que Louisa aparezca por su propio pie en esa sala mañana, va a perder las tierras. -Los miró a los dos-. Pero quiero que sepáis que pase lo que pase, estaré con vosotros. Me ocuparé de vosotros. No os preocupéis. Nunca iréis a un orfanato. Y nunca os separarán. Lo juro.

Lou y Oz abrazaron a Cotton tan fuerte como pudieron antes de que se marchara para prepararse para el día final del juicio. Quizá su último día en aquellas montañas.

Lou preparó la cena para Oz y Eugene y luego fue a darle de comer a su madre. Después de eso se sentó frente al fuego para cavilar sobre la situación. Aunque hacía mucho frío, sacó a Sue del establo y llevó a la yegua hasta la loma que había tras la casa. Rezó delante de cada tumba y se detuvo especialmente ante la más pequeña, la de Annie. Si hubiera vivido, Annie habría sido su tía abuela. Lou deseó con todas sus fuerzas haber sabido cómo era aquella niñita, y le dolió que fuera imposible. Las estrellas brillaban con claridad y Lou miró a su alrededor, hacia las montañas teñidas de blanco; el brillo del hielo en las ramas resultaba casi mágico al multiplicarse como en aquel momento. La tierra no podía ayudar a Lou en aquellos momentos, pero había algo que sí podía hacer por sí sola. Sabía que tenía que haberlo hecho hacía tiempo. Sin embargo, cuando un error no se corregía seguía siendo un error.

Cabalgó de vuelta con Sue, cerró al animal en el establo y entró en la habitación de su madre. Se sentó en la cama, tomó la mano de Amanda y no se movió durante algún tiempo. Al final, Lou se inclinó y le dio un beso en la mejilla, mientras las lágrimas empezaban a correrle por el rostro.

– Pase lo que pase, siempre estaremos juntas. Te lo prometo. Siempre nos tendrás a mí y a Oz. Siempre. -Se secó las lágrimas-. Te echo mucho de menos. -Le dio otro beso-. Te quiero, mamá. -Salió corriendo de la habitación, por lo que nunca llegó a ver la lágrima solitaria que se deslizó por el rostro de su madre.

Lou estaba tumbada en la cama, sollozando en silencio, cuando Oz entró. Lou ni siquiera intentó disimular. Oz se subió a la cama y abrazó a su hermana.

– Todo irá bien, Lou, ya lo verás.

Lou se sentó, se secó la cara y lo miró.

– Supongo que lo único que necesitamos es un milagro. -Podría intentarlo de nuevo en el pozo de los deseos -propuso él.

Lou sacudió la cabeza.

– ¿Qué tenemos que dar para que se cumpla nuestro deseo? Ya lo hemos perdido todo.

Permanecieron unos minutos en silencio hasta que Oz vio la pila de cartas sobre la mesa de Lou.

– ¿Las has leído todas?

Lou asintió.

– ¿Te han gustado?-preguntó Oz.

Lou parecía volver a estar a punto de echarse a llorar.

– Son maravillosas, Oz. Papá no era el único escritor de la familia.

– ¿Por qué no me lees unas cuantas más? Por favor…

Lou acabó accediendo y Oz se puso cómodo y cerró los ojos con fuerza.

– ¿Por qué haces eso? -preguntó su hermana.

– Si cierro los ojos cuando me lees las cartas es como si mamá estuviera hablándome aquí mismo.

Lou contempló las cartas como si contuvieran oro.

– ¡Oz, eres un genio!

– ¿Ah, sí? ¿Por qué? ¿Qué he hecho?

– Acabas de encontrar nuestro milagro.

Unas nubes densas coronaban las montañas, al parecer sin intención de desplazarse hacia otro lugar a corto plazo. Lou, Oz y Jeb corrían bajo una lluvia helada. Llegaron al claro calados hasta los huesos justo delante del viejo pozo. Corrieron hasta el mismo. El osito de Oz y la foto seguían ahí, empapados y maltratados por las inclemencias del tiempo. Oz miró la fotografía y luego sonrió a su hermana. Ella se inclinó y cogió el osito para tendérselo a Oz.

– Quédate con el osito -dijo con cariño-. Aunque ya seas mayor. -Introdujo la fotografía en la bolsa que llevaba y extrajo las cartas de su interior-. Bueno, Diamond dijo que debíamos entregar lo más importante que tuviéramos en el mundo para que el pozo de los deseos funcione. No tenemos a mamá, pero tenemos algo casi tan valioso como eso: sus cartas.

Lou colocó con cuidado el paquete de cartas en el borde del pozo y lo protegió del viento con una piedra grande.

– Ahora hemos de pedir un deseo.

– ¿Que mamá vuelva?

Lou negó con la cabeza lentamente.

– Oz, tenemos que pedir que Louisa pueda ir a ese juzgado. Como dijo Cotton, es la única forma de que conserve la granja.

Oz adoptó una expresión de sorpresa.

– ¿Y qué pasa con mamá? Quizá no tengamos la posibilidad de pedir otro deseo.

Lou lo estrechó entre sus brazos.

– Después de lo que ha hecho por nosotros, le debemos esto a Louisa.

Oz asintió entristecido.

– Dilo tú.

Lou cogió a Oz de la mano y cerró los ojos, al igual que su hermano.

– Deseamos que Louisa Mae Cardinal se levante de la cama y demuestre a todo el mundo que está bien.

– Amén, Jesús -dijeron al unísono. Acto seguido, echaron a correr para alejarse lo más rápidamente posible de ese lugar, esperanzados y rezando para que sólo quedara un deseo por cumplir en aquel montón de ladrillos viejos y agua estancada.

Esa misma noche Cotton caminó por la desértica calle principal de Dickens, con las manos en los bolsillos, sintiéndose el hombre más solitario del mundo. Caía una lluvia incesante y fría, pero él era ajeno a ella. Se sentó en un banco cubierto y observó el parpadeo de las farolas de gas tras la cortina de agua. El nombre escrito en la placa de la farola se veía bien claro: «SOUTHERN VALLEY COAL AND GAS.» Un camión de carbón vacío bajó a la deriva por la calle. El tubo de escape produjo una detonación que desgarró con violencia el silencio de la noche.

Cotton observó la trayectoria del camión y se dejó caer de nuevo en el banco. Sin embargo, cuando su mirada volvió a topar con el parpadeo de la farola de gas, una idea parpadeó en su cabeza. Se incorporó, siguió el camión de carbón con la

mirada y luego volvió a mirar la farola de gas. El destello se convirtió entonces en una idea sólida. Acto seguido, Cotton Longfellow, calado hasta los huesos, dio una palmada que sonó como un portentoso trueno, pues la idea se había convertido en un milagro por derecho propio.

Al cabo de unos minutos Cotton entró en la habitación de Louisa. Se situó junto a la cama y tomó la mano de la mujer inconsciente.

– Te juro, Louisa Mae Cardinal, que no perderás tus tierras.

39

Cuando se abrió la puerta de la sala del tribunal, Cotton entró con aire resuelto. Goode, Miller y Wheeler ya se encontraban allí. Junto a ese triunvirato, el grueso de la población de la montaña y del pueblo parecía haber conseguido caber en dicha sala. El medio millón de dólares que estaba en juego había despertado sentimientos que habían permanecido adormecidos durante muchos años. Incluso un anciano caballero al que le faltaba el brazo derecho y desde hacía tiempo afirmaba ser el soldado de la Confederación más viejo superviviente de la guerra de Secesión había acudido a presenciar el asalto final de esta batalla legal. Entró con paso decidido, luciendo una barba blanca como la nieve que le llegaba a la cintura y vestido con el uniforme marrón claro de los soldados confederados. Quienes estaban sentados en la primera fila le hicieron sitio como muestra de respeto.