Y según consta en mis notas, se llama señor Eugene Randall, no «muchacho».
– De acuerdo, señoría. -Goode se aclaró la garganta, dio un paso atrás y se introdujo las manos en los bolsillos-. Veamos, señor Eugene Randall, según su opinión de experto ha dicho que estaba a unos sesenta metros de la carga y que el señor Skinner se encontraba aproximadamente a la mitad de esa distancia de la dinamita. ¿Recuerda haber dicho esto?
– No, señor. He dicho que estaba a unos veinticinco metros en el interior de la mina, por lo que estaba a unos sesenta metros de la carga. Y he dicho que encontré a Diamond a unos cuarenta metros de donde yo me encontraba. Eso significa que él estaba a unos treinta metros de donde puse la dinamita. No tengo forma de decirle a qué distancia salió disparado.
– De acuerdo, de acuerdo. ¿Ha ido a la escuela alguna vez, señor Randall?
– No.
– ¿Nunca?
– No, señor.
– Entonces nunca ha estudiado matemáticas, no ha aprendido a sumar y a restar. Y está aquí testificando bajo juramento sobre todas estas distancias exactas.
– Sí.
– ¿Cómo es posible que un hombre de color sin estudios, que nunca ha sumado uno más uno bajo la mirada de un maestro, diga estas cosas? ¿Por qué debería creerle este honorable jurado cuando habla de todas estas cifras?
Eugene no apartó ni un solo momento la vista de Goode.
– Me sé los números muy bien -dijo-. Sé sumar y restar. La señora Louisa me enseñó. Y yo soy muy mañoso con el clavo y la sierra. He ayudado a mucha gente de la montaña a levantar sus establos. Para ser carpintero hay que saber de números. Si cortas una tabla de un metro para rellenar un hueco de un metro y medio, ¿cómo te va a salir bien?
Volvieron a oírse risas en la sala y, de nuevo, Atkins no puso orden.
– Bien -dijo Goode-, de modo que sabe cortar tablones. Pero en una mina muy oscura y con recovecos, ¿cómo puede estar tan seguro de lo que dice? Vamos, señor Randall, cuéntenos. -Goode miró al jurado mientras lo decía, con un atisbo de sonrisa en los labios.
– Porque está marcado en la pared -respondió Eugene.
Goode lo miró de hito en hito.
– ¿Cómo dice?
– He marcado las paredes de esa mina con cal en tramos de tres metros a lo largo de ciento veinte metros. Mucha gente lo hace. Cuando haces volar una mina más vale saber cuánto tienes que alejarte para salir. Lo hice porque tengo la pierna mala. Y así recuerdo dónde están las vetas de carbón buenas. Si se agachara en la mina con un farol ahora mismo, señor abogado, vería las marcas claras como la luz del sol. Así que puede escribir lo que he dicho como si fuera la palabra del Señor.
Cotton lanzó una mirada a Goode. A sus ojos, el abogado del Estado adoptó la misma expresión que si acabaran de informarle de que en el cielo no admitían a los miembros del colegio de abogados.
– ¿Alguna pregunta más? -dijo Atkins a Goode. El abogado no respondió, sino que se limitó a regresar a su mesa y desplomarse en la silla.
– Señor Randall -dijo Atkins-, hemos terminado, y este tribunal quiere agradecerle su testimonio de experto.
Eugene se levantó y regresó a su asiento. Desde la galería Lou observó que su cojera apenas resultaba perceptible.
A continuación Cotton llamó a Travis Barnes al estrado.
– Doctor Barnes, a petición mía ha examinado los archivos correspondientes a la muerte de Jimmy Skinner, ¿verdad? Incluida una fotografía tomada en el exterior de la mina.
– Sí, así es.
– ¿Puede explicarnos la causa de la muerte?
– Graves heridas en el cuerpo y en la cabeza.
– ¿En qué estado quedó su cuerpo?
– Estaba literalmente desgarrado.
– ¿Ha atendido alguna vez a un herido por explosión de dinamita?
– ¿En una zona minera? Desde luego.
– Ya ha oído el testimonio de Eugene. En su opinión, dadas las circunstancias, ¿pudo la carga de dinamita haber causado las heridas que presentaba Jimmy Skinner?
Goode no se molestó en levantarse para elevar su protesta.
– Está pidiendo una especulación por parte del testigo -dijo con brusquedad.
– Señor juez, creo que el doctor Barnes está perfectamente capacitado para responder a esa pregunta -dijo Cotton.
Atkins asintió y dijo:
– Adelante, Travis.
Travis observó a Goode con expresión de desprecio.
– Sé perfectamente el tipo de cargas de dinamita que usa la gente de aquí para extraer un cubo de carbón. A esa distancia de la carga y después de una curva, es imposible que la dinamita causara las heridas que vi en ese muchacho. Me cuesta creer que nadie se lo planteara hasta ahora.
– Supongo que si una persona entra en una mina y explota la dinamita, la gente se limita a creer que eso es lo que la mató. ¿Había visto esa clase de heridas con anterioridad?
– Sí. Una explosión en una planta manufacturera. Mató a una docena de hombres. Quedaron literalmente desgarrados. Igual que Jimmy.
– ¿Cuál fue la causa de aquella explosión?
– Una fuga de gas natural.
Cotton se volvió y miró a Hugh Miller de hito en hito.
– Señor Goode, a no ser que usted quiera interrogar al testigo, llamo al señor Judd Wheeler al estrado.
Goode, que se sintió traicionado, miró a Miller.
– No tengo preguntas.
Wheeler, que daba muestras de nerviosismo, no dejaba de moverse en la silla mientras Cotton se le acercaba.
– ¿Es usted el geólogo jefe de Southern Valley?
– Sí.
– ¿Y encabezó el equipo que exploraba los posibles depósitos de gas natural de las tierras de la señora Cardinal?
– Sí.
– ¿Sin su permiso o conocimiento?
– Bueno, eso no lo sé…
– ¿Tenía su permiso, señor Wheeler? -exigió Cotton.
– No.
– Encontraron gas natural, ¿no es así?
– Cierto.
– Y era algo que a su empresa le interesaba sobremanera, ¿verdad?
– Bueno, el gas natural es una energía muy valiosa como combustible. Sobre todo utilizamos gas manufacturado, el llamado gas ciudad, que se obtiene a partir del carbón. Es lo que alimenta las farolas de este pueblo. Pero con el gas ciudad no se gana demasiado dinero. Además, ahora tenemos tuberías de acero de una sola pieza, lo cual nos permite enviar el gas en las tuberías a larga distancia. Por tanto, sí, estábamos muy interesados en el asunto.
– El gas natural es explosivo, ¿verdad?
– Si se utiliza correctamente…
– ¿Lo es o no lo es?
– Lo es.
– ¿Qué hicieron exactamente en esa mina?
– Hicimos mediciones y pruebas y localizamos lo que parecía ser un yacimiento de gas enorme en un interceptor no demasiado por debajo de la superficie del pozo de la mina
y a unos mil ochocientos metros en el interior de la misma. A menudo se encuentra carbón, petróleo y gas porque los tres se forman a partir de procesos naturales similares. El gas siempre está en la parte superior porque es más ligero. Hicimos una perforación y encontramos el yacimiento de gas.
– ¿El gas ascendió al pozo de la mina?
– Sí.
– ¿En qué fecha encontraron el yacimiento de gas?
Cuando Wheeler les dijo el día, Cotton se dirigió de forma directa y clara al jurado.
– ¡Una semana antes de la muerte de Jimmy Skinner! ¿Habría sido posible oler el gas?
– No, en su estado natural es incoloro e inodoro. Cuando las compañías lo procesan, le añaden un olor característico, de forma que, si se produce una fuga, la gente puede detectarlo antes de que sea demasiado tarde.
– ¿O antes de que algo lo inflame?
– Eso es.
– Si alguien hiciera explotar una carga de dinamita en el pozo de una mina en la que hubiera gas natural, ¿qué ocurriría?