– El gas explotaría -repuso Wheeler.
Cotton se colocó frente al jurado.
– Supongo que Eugene tuvo la suerte de estar lejos del lugar por donde salía el gas. Y tuvo todavía más suerte de no prender una cerilla para encender esa mecha. Pero la dinamita, al estallar, provocó la deflagración. -Se volvió hacia Wheeler-. ¿Qué tipo de deflagración? ¿Lo suficientemente fuerte para causar la muerte de Skinner del modo descrito por el doctor Barnes?
– Sí -reconoció Wheeler.
Cotton puso las manos en el borde del banco de testigos y se inclinó hacia delante.
– ¿Nunca se les ocurrió colocar carteles para indicar a la gente que ahí había gas natural?
– ¡No sabía que ahí utilizaran dinamita! Pensaba que ya nadie extraía carbón de esa vieja mina.
A Cotton le pareció ver a Wheeler lanzando una mirada de enfado a George Davis, pero no estaba seguro de ello.
– Pero si alguien hubiera entrado, se habría visto expuesto al gas. ¿No quería advertir a la gente?
– Los techos del pozo de esa mina son lo bastante altos -dijo Wheeler- y hay ventilación natural a través de la roca, de modo que la concentración de metano explosivo no sería tanta. Además, íbamos a tapar el orificio, pero estábamos esperando una maquinaria que necesitábamos. No queríamos que nadie sufriera ningún daño. Ésa es la verdad.
– Lo cierto es que no podían poner carteles de aviso porque estaban allí de forma ilegal. ¿Es eso cierto?
– Yo me limité a obedecer órdenes.
– Se esforzaron mucho en ocultar el hecho de que estaban trabajando en esa mina, ¿verdad?
– Bueno, sólo trabajábamos de noche. Todo el equipo que llevábamos lo transportábamos con nosotros.
– ¿Para que nadie supiera que habían estado allí?
– Sí.
– ¿Porque Southern Valley esperaba comprar la granja de la señora Cardinal por mucho menos dinero si ella no se enteraba de que estaba sobre un yacimiento de gas?
– ¡Protesto!-exclamó Goode.
Cotton siguió preguntando.
– Señor Wheeler, usted sabía que Jimmy Skinner murió en la explosión de esa mina. Y lo lógico es que supiera que el gas había tenido parte de culpa. ¿Por qué no contó la verdad en aquel momento?
Wheeler estrujó el sombrero con las manos.
– Me dijeron que no hablara.
– ¿Quién se lo dijo?
– El señor Hugh Miller, el vicepresidente de la compañía.
Todas las miradas se posaron sobre Miller. Cotton lo miró mientras formulaba el resto de las preguntas. -¿Tiene usted hijos, señor Wheeler? Wheeler se sorprendió pero respondió. -Tres.
– ¿Están todos bien? ¿Sanos? Wheeler bajó la cabeza antes de contestar.
– Sí.
– Es usted un hombre afortunado.
Goode estaba dirigiéndose al jurado con su declaración final.
– Hemos oído más argumentos de los necesarios para que tengan claro que Louisa Mae Cardinal está incapacitada. De hecho, su propio abogado, el señor Longfellow, lo ha reconocido. Veamos, toda esta charla sobre el gas, las explosiones y todo eso, en fin, ¿qué relación real guarda con este caso? Si Southern Valley estuvo implicada de algún modo en la muerte del señor Skinner, entonces sus familiares quizá tengan derecho a una indemnización.
– No tiene familiares -apuntó Cotton.
Goode decidió hacer caso omiso de ese comentario.
– El señor Longfellow pregunta si mi cliente es una empresa adecuada para comprar esas tierras. Señores, lo cierto es que Southern Valley tiene grandes planes para su pueblo. Buenos trabajos que les devolverán a todos la prosperidad.
– Se acercó todavía más al jurado, su mejor aliado-. La cuestión es: ¿se debería permitir a Southern Valley contribuir a la prosperidad de todos ustedes, incluida la señora Cardinal? Creo que la respuesta es obvia.
Goode se sentó. Acto seguido, Cotton se acercó al jurado. Se movió despacio, con ademán seguro pero sin prepotencia. Tenía las manos en los bolsillos y apoyó uno de sus zapatos, ya un tanto gastados, en la barandilla inferior de la tribuna del jurado. Al hablar empleó un acento más sureño que de Nueva Inglaterra y todos los miembros del jurado, excepto George Davis, se inclinaron hacia delante para no perderse ni una sola de sus palabras. Habían visto a Cotton Longfellow exasperar a quien ellos suponían debía de ser uno de los mejores abogados de la gran ciudad de Richmond. Además, había humillado a una empresa que era lo más parecido a la monarquía en un país republicano. Sin duda, ahora querían ver si el hombre era capaz de culminar su actuación.
– Permítanme, amigos, que les explique en primer lugar el aspecto legal del caso. No es ni mucho menos complicado. De hecho es como un buen perro de caza: apunta en una única dirección, recta y certera. -Extrajo una mano del bolsillo y, como un buen sabueso, apuntó directamente a Hugh Miller mientras seguía hablando-. Las acciones temerarias de Southern Valley mataron a Jimmy Skinner, amigos, no les quepa la menor duda. Southern Valley ni siquiera lo cuestiona. Estaban ilegalmente en la propiedad de Louisa Mae. No colocaron ningún aviso que indicara que la mina estaba llena de gas explosivo. Permitieron que gente inocente entrara en esa mina aun sabiendo que corrían peligro de muerte. Podría haber sido cualquiera de ustedes. Y no contaron la verdad porque sabían que habían actuado de forma incorrecta. Y ahora pretenden aprovecharse de la tragedia de la apoplejía sufrida por Louisa Mae para apropiarse de sus tierras. La ley especifica con claridad que uno no puede aprovecharse de sus delitos. Por consiguiente, si lo que hizo Southern Valley no puede considerarse un delito, entonces nada de este mundo lo sería. -Hasta este punto había hablado con voz lenta y constante. A continuación, la elevó ligeramente, pero siguió señalando a Hugh Miller-. Algún día Dios les pedirá responsabilidades por la muerte de un joven inocente. Pero su misión es que reciban hoy su castigo.
Cotton miró uno por uno a los miembros del jurado, se detuvo en George Davis y se dirigió a él directamente.
– Ahora pasemos a la parte no legal de este asunto porque creo que la gente del lugar se deja llevar por las mentiras. Southern Valley ha venido aquí ofreciendo grandes cantidades de dinero, diciendo que ellos son los salvadores de nuestro pueblo. Pero es lo mismo que dijo la compañía maderera, que iban a quedarse aquí para siempre. ¿Lo recuerdan? Entonces, ¿por qué estaban sobre raíles todos los campamentos madereros? ¿Acaso se puede ser más temporal? ¿Y dónde están ahora? Que yo sepa Kentucky no forma parte del estado de Virginia. -Lanzó una mirada a Miller-. Y las empresas mineras les dijeron lo mismo. ¿Y qué hicieron? Vinieron, se apoderaron de todo lo que necesitaban y les dejaron sin nada, excepto montañas vacías, familias afectadas de neumoconiosis y los sueños convertidos en pesadillas. Y ahora Southern Valley viene cantando la misma canción. No es más que otra aguja en la piel de la montaña. ¡Un elemento más para extraer y no dejar nada! -Se volvió y se dirigió al grueso de la sala-. Pero en este caso lo importante no es Southern Valley, el carbón o el gas, sino todos ustedes. Pueden vaciar la cima de una montaña con facilidad, extraer el gas, instalar sus sofisticadas tuberías de acero y quizá funcionen durante diez, quince o incluso veinte años. Pero luego se acabará. ¿Saben?, esas tuberías transportan el gas a otros lugares, al igual que hicieron los trenes con el carbón y el río con los troncos. Y por qué, se preguntarán. -Se tomó su tiempo para mirar alrededor-. Les diré por qué. Porque ahí está la verdadera prosperidad, amigos. Por lo menos según la definición de Southern Valley. Y todos ustedes lo saben. Estas montañas poseen lo necesario para que siga habiendo prosperidad y ellos vayan llenándose los bolsillos. Y por eso vienen aquí y se la llevan.
»Dickens, Virginia, nunca será como la ciudad de Nueva York, y permítanme que les diga que eso no tiene nada de malo. De hecho, creo que ya tenemos suficientes ciudades grandes, y cada vez quedan menos sitios como éste. Nunca se harán ricos trabajando al pie de estas montañas. Quienes se enriquecerán serán las empresas como Southern Valley, que agotan la tierra y no dan nada a cambio. ¿Quieren un salvador verdadero? Mírense a la cara. Confíen los unos en los otros. Igual que Louisa Mae ha hecho durante toda su vida en esa montaña. Los granjeros viven sujetos a los caprichos del tiempo y de la tierra. Pero, para ellos, los recursos de la montaña nunca se agotan, porque no le arrancan el alma. Y la recompensa que reciben es poder llevar una vida decente, honesta, mientras lo desean, sin el temor a que unas personas cuya única intención es conseguir montones de oro expoliando las montañas aparezcan con grandes promesas y luego se marchen cuando ya no ganen nada quedándose y, mientras tanto, destruyendo vidas inocentes.