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Señaló a Lou y añadió:

– El padre de esta muchacha escribió muchas historias maravillosas sobre esta zona, y abordó las mismas cuestiones sobre la tierra y la gente que vive de ella. Con sus escritos, Jack Cardinal ha permitido que este lugar viva para siempre. Al igual que las montañas. Tuvo una maestra ejemplar, porque Louisa Mae Cardinal ha vivido su vida como deberíamos haber hecho todos nosotros. Ha ayudado a muchos de ustedes en algún momento de sus vidas y no ha pedido nada a cambio. -Cotton miró a Buford Rose y algunos de los otros granjeros que tenían los ojos clavados en él-. Y ustedes también la han ayudado cuando ha sido necesario. Saben que nunca vendería sus tierras porque éstas forman parte de su familia y no es justo que sus biznietos estén a la espera de ver qué ocurrirá con ellas. No pueden permitir que Southern Valley se apodere de la familia de esta mujer. Allá en la montaña lo único que tienen es la tierra y sus habitantes. Eso es todo. Quizá no parezca gran cosa a quienes no viven allí o a aquellos cuya única intención es destruir la piedra y los árboles. Pero tengan por seguro que lo es todo para las personas que consideran que su hogar está en las montañas.

Cotton pareció ganar en altura al lado de la tribuna del

jurado y, aunque siguió hablando con voz pausada y constante, la gran sala parecía inadecuada para contener sus palabras.

– Amigos, no hace falta ser experto en leyes para tomar la decisión adecuada en este caso. Lo único que se necesita es corazón. Dejen que Louisa Mae Cardinal conserve sus tierras.

40

Lou contempló desde la ventana de su dormitorio la magnífica extensión de tierra que ascendía hasta las estribaciones y continuaba hasta las montañas, donde las hojas de todo tipo de vegetación, excepto la de los pinos, habían caído. Los árboles desnudos formaban una imagen impresionante, aunque en aquel momento a Lou le pareció que marcaban la ubicación de las tumbas de miles de muertos, después de que los dolientes se hubieran quedado con bien poco.

– Deberías haber vuelto, papá -dijo a las montañas que él había inmortalizado con palabras y luego rechazado el resto de su vida.

Había regresado a la granja con Eugene después de que el jurado se retirara para deliberar. No tenía ningunas ganas de estar presente cuando se leyera el veredicto. Cotton dijo que iría a informarles de la decisión. Dijo también que creía que no tardarían mucho en pronunciarse. Cotton no especificó si consideraba que eso era bueno o malo pero no parecía muy esperanzado. Ahora a Lou sólo le quedaba esperar. Y era duro porque todo lo que le rodeaba podía desaparecer al día siguiente, dependiendo de la decisión de un grupo de desconocidos. Bueno, uno de ellos no era un desconocido, más bien se trataba de un enemigo mortal.

Lou siguió con el dedo las iniciales de su padre en el escritorio. Había sacrificado las cartas de su madre por un milagro que nunca iba a producirse y eso le dolía. Bajó a la planta baja y se detuvo en el dormitorio de Louisa. Por la puerta entreabierta vio la vieja cama, el armario, una jofaina con la jarra correspondiente. La habitación era pequeña y austera, igual que la vida de esa mujer. Lou se tapó el rostro. No era justo. Entró con paso vacilante en la cocina para empezar a preparar la comida.

Mientras sacaba una olla, oyó un ruido detrás de ella y se volvió. Era Oz. Se secó los ojos porque todavía quería mostrarse fuerte frente a él. No obstante, cuando se fijó en su expresión, Lou se dio cuenta de que no tenía por qué preocuparse por su hermano. Algo se había apoderado de él, aunque no sabía de qué se trataba. Sin embargo, Oz nunca antes había adoptado esa expresión. Sin mediar palabra, condujo a su hermana por el pasillo.

Los miembros del jurado entraron en la sala en fila; eran doce hombres, de las montañas y del pueblo, y Cotton confiaba en que al menos once de ellos tomaran la decisión correcta. El jurado había deliberado durante varias horas, más de lo que Cotton había esperado. No sabía si eso constituía un buen presagio o no. Sabía que su mayor inconveniente era la desesperación. Se trataba de un adversario poderoso porque rápidamente podía apoderarse de quienes tan duro trabajaban todos los días para sobrevivir, o para aquellos que no veían futuro alguno en un lugar al que poco a poco despojaban de sus riquezas. Cotton odiaría al jurado si el veredicto no le era favorable, aunque sabía que esta posibilidad existía. Bueno, como mínimo la duda estaba a punto de disiparse.

– ¿El jurado tiene ya un veredicto? -preguntó Atkins.

El portavoz se puso en pie. Era un humilde tendero del pueblo, tenía el cuerpo hinchado de tanto comer buey con patatas y del poco esfuerzo que realizaba con los brazos y los hombros.

– Sí, señoría -repuso con voz queda.

Casi nadie había salido de la sala desde que el jurado se había retirado para deliberar por orden del juez. Todos los presentes se inclinaron hacia delante, como si de repente se hubieran quedado sordos.

– ¿Qué han decidido?

– Hemos fallado a favor… de Southern Valley. -El portavoz bajó la cabeza, como si acabara de dictar una sentencia de muerte para uno de los suyos.

Los presentes prorrumpieron en gritos, algunos eran vítores y otros no. La galería pareció balancearse bajo el peso colectivo de la decisión de aquellos doce hombres. Hugh Miller y George Davis asintieron con la cabeza y se miraron esbozando una sonrisa con expresión triunfal.

Cotton se echó hacia atrás en el asiento. El proceso legal era agua pasada, si bien la principal ausente había sido la justicia.

Miller y Goode se dieron la mano. El primero intentó felicitar a Wheeler, pero el hombre se marchó indignado.

– ¡Orden, orden en la sala u ordenaré desalojarla! -Atkins golpeó varias veces con el mazo, y al final los ánimos se apaciguaron-. El jurado puede retirarse. Gracias por su servicio -dijo no muy amablemente.

Un hombre entró en la sala, vio a Cotton y le susurró algo al oído. La desesperación de Cotton aumentó de forma perceptible.

– Señoría, ahora sólo nos queda nombrar a alguien que represente los intereses de la señora Cardinal y actúe como tutor de los niños -dijo Goode.

– Señor juez, acabo de recibir una noticia que la sala debe saber. -Cotton se puso en pie lentamente, con la cabeza gacha y una mano apretada contra el costado-. Louisa Mae Cardinal ha muerto.

Los presentes volvieron a prorrumpir en gritos, pero esta vez Atkins no intentó poner orden. Davis sonrió y se acercó a Cotton.

– Vaya -dijo-, esta jornada mejora por momentos.

A Cotton se le nubló la mente por unos instantes, como si alguien acabara de golpearlo con un yunque. Agarró a Davis y pensó en mandarlo al condado vecino de un puñetazo, pero se contuvo y se limitó a apartarlo de su camino como si se tratara de un saco lleno de estiércol.

– Señoría -intervino Goode-, sé que a todos nos apena la muerte de la señora Cardinal. Yo tengo una lista de personas muy respetables que podrían representar a los niños en la venta de la propiedad que acaban de heredar.

– ¡Y yo espero que te pudras en el infierno por esto! -exclamó Cotton. Se acercó corriendo al estrado seguido por Goode.