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Se marchó por una puerta lateral que conducía al aparcamiento de empleados.

La cena con Robert sería un agradable modo de pasar una noche, se dijo antes de estremecerse. ¿Agradable? ¿Es que no podía ocurrírsele nada mejor? ¿Y qué si no sentía chispas cuando estaba con él? Las chispas eran peligrosas, eso sin mencionar que estaban sobrevaloradas. Mejor la sustancia que una chispa.

Volvió al segundo piso, pero antes de llegar a su despacho, Sheryl salió corriendo para buscarla.

– Vas a llegar tarde -le dijo su secretaria-. Será mejor que te des prisa.

– ¿Para qué? Hoy no tengo ninguna reunión.

– Ahora tienes una -parecía encantada-. Marsha ha llamado hace un momento y lo ha añadido a tu agenda. Estoy celosísima. No es que necesite hacer ninguna excursión, pero ojalá fuera yo.

A Charity no le gustó cómo sonaba todo eso.

– ¿En qué consiste la reunión?

– ¡Josh viene hacia aquí para enseñarte la ciudad! -los ojos de Sheryl se iluminaron de emoción-. Solos los dos. Con eso se harían realidad todas mis fantasías. Bueno, no todas, claro, pero por lo menos sí esas de las que puedo hablar.

¿Pasar tiempo con Josh?

– ¿Y por qué iba Marsha a preparar algo así? Puedo conocer la ciudad yo sólita.

– ¡Es con Josh! Tienes mucha suerte. Marsha te está haciendo un gran favor.

Charity pensó que no necesitaba esa clase de favores, pero eso no se lo diría a Sheryl. Marsha no sólo era la alcaldesa y su jefa, sino que simplemente intentaba ser amable. El problema era que Charity no podía confesar la falta absoluta de control que tenía cada vez que Josh estaba a escasos metros de ella.

La reacción que había tenido ante él ya había sido lo suficientemente exagerada, pero ser un cliché hacía que la cosa empeorara. Al parecer, todas las mujeres del pueblo reaccionaban del mismo modo. ¡Pobrecillo, tan abrumado por el interés femenino! Seguro que era increíble que pudiera terminar algo en un día aunque, tal vez no hacía nada que tuviera que terminar. Por lo que ella sabía, se pasaba la vida sentado y viviendo de lo recaudado en las carreras y de los derechos de propiedad de sus fotografías con el trasero desnudo.

Pero nada de eso importaba, se recordó. Tenía una reunión a la que asistir.

– ¿Cuándo se supone que tengo que quedar con él? -le preguntó a Sheryl.

– Ahora -respondió una grave voz de hombre a su lado.

La repentina explosión de su ritmo cardíaco le robó el aliento. Sus muslos temblaron y vio cómo el mundo se iba estrechando hasta limitarse a una sola persona iluminada por una luz casi sobrenatural.

¿Qué tenía él que lograba que todo su cuerpo conspirara para traicionarla? Tenía que ser la química o alguna clase de deficiencia por su parte, nutricional, o posiblemente mental. Tal vez debería ir más al gimnasio. O mejor dicho, debería ir al gimnasio.

– Hola -dijo ella intentando calmarse-. Me alegro de volver a verte. Tengo entendido que tenemos una reunión programada.

– Marsha ha pensado que debía enseñarte la ciudad.

– ¿No es ella la persona más indicada para hacerlo? -preguntó Charity intentando no apretar los dientes-. Y aunque se lo agradezco, se me da bastante bien moverme sola por Fool's Gold, así que si tienes otra cosa que hacer…

Él no captó la indirecta y sonrió.

– Tú eres mi única prioridad.

«Está de broma», se dijo ella. Tenía que estarlo. Aun así, había algo en la forma con que hablaba que la hizo querer gemir… o ronronear.

– Oh, Dios mío -dijo Sheryl entre suspiros.

Charity se tiró del bajo de su clásica chaqueta de tweed.

– Bien. Entonces iremos a dar esa vuelta -vaciló-. No iremos en bici, ¿verdad?

La boca perfecta de Josh se curvó en una sonrisa de complicidad.

– Habéis estado hablando de mí.

A Charity no le gustó cómo sonó eso, ya que implicaba un interés que ella se negaba a admitir.

– Es difícil evitarte con tantos pósters, salvapantallas y muñecos.

– ¿Cuál es tu favorito?

Ella inmediatamente pensó en la fotografía del salvapantallas de Sheryl… ésa en la que se lo veía en la ducha… Desnudo y dándole la espalda a la cámara.

– No lo he pensado -mintió-. ¿Puedo decírtelo en otro momento?

– No puedo esperar a oír la respuesta.

– Seguro que sí. ¿No te cuesta a veces cargar con ese ego tan grande que tienes?

Él sonrió más ampliamente.

– Claro. Por eso tengo fans. Para que me ayuden a llevar el peso.

«Es un hombre imposible», pensó ella intentando no reírse. Señaló la puerta.

– Acabemos con esto.

– No finjas que no es lo que te ha alegrado el día.

– ¿Siempre estás tan seguro de ti mismo?

Él le sujetó la puerta.

– Es parte de mi encanto.

Seguro que sí… y eso significaba que estaba metida en un gran problema.

Cuatro

Josh dirigió el camino hasta un resplandeciente todoterreno negro, uno muy grande al que casi costaba subirse. Charity agradeció que su sencillo traje azul marino tapara sus rodillas y no fuera demasiado ajustado, porque ese estilo le permitió subir sin darles un espectáculo exhibicionista a los buenos ciudadanos que pudieran estar observándolos.

Josh subió a su lado con la agilidad de un atleta. Apoyó un brazo sobre la consola situada entre los dos y se acercó. Se acercó demasiado. Cuando ella tomó aire captó el aroma de su cuerpo, un cálido y masculino olor.

Era exactamente como los hombres que habían entrado y salido de la vida de su madre, pensó decidida a no dejarse hundir en el mismo dolor y tristeza que tantas veces había visto. Los hombres llamativos eran agradables de mirar, pero una apuesta horrible en lo que respectaba a las relaciones. ¿Cuántas veces le habían roto el corazón a su madre? ¿Diez? ¿Veinte? Era como si cada ciertos meses encontrara a alguien nuevo, alguien perfecto que le prometía todo para después dejarla destrozada.

Charity quería una pareja con la que poder ser feliz para siempre, alguien normal, y eso era algo que Josh jamás podría ser.

– ¿Qué te gustaría ver? -preguntó él con una voz baja y ligeramente sugerente.

Charity se obligó a mirar por el parabrisas del todoterreno y se dijo que estaba totalmente aburrida. Había miles de cosas en la oficina que requerían su atención, llamadas que hacer, planes que poner en marcha, listas que revisar y no había nada interesante en estar al lado de Josh.

Suspiró. Por lo menos cuando se mentía a sí misma, nadie le llevaba la contraria.

– Tú eres de aquí. Tú eliges la ruta.

– Bien, pero tendrás que ponerte el cinturón.

– Porque lo dicta la ley, ¿verdad? No vamos a subir una montaña ni nada.

Él se rió.

– No en la primera cita. Me gusta reservar lo más intenso para después para asegurarme de que puedes resistirlo.

Ella quería dejar claro que no era una cita, pero para eso tendría que hablar y las palabras de Josh le habían dejado la garganta seca.

Ese hombre era el encanto personificado, pensó mientras se preguntaba si sería un don divino o algo en lo que él tenía que trabajar. Seguro que era algo natural, seguro que ni siquiera sabía lo que provocaba entre las mujeres que lo rodeaban… y ella tampoco se lo diría.

Josh se incorporó al tráfico y se detuvo en un semáforo en una esquina.

– ¿Tomas la interestatal para entrar en la ciudad? -le preguntó él.

– Sí.

– ¿Has visto muchos lugares de la zona desde tu llegada?

– Sólo llevo aquí un par de semanas, no he tenido mucho tiempo.

– ¿No tienes los fines de semana libres?

– Mi primer fin de semana lo pasé preparándome pura la reunión con la universidad -se estremeció al pensar en lo desastrosa que había sido aquella mañana hasta que Josh había entrado en la reunión, había pronunciado las palabras mágicas y la había sacado del aprieto. No es que estuviera disgustada por el hecho de que se hubiera firmado el contrato, pero la actuación de Josh la había hecho sentirse mal con su trabajo… aunque tal vez eso era culpa suya.