– Lo sé -añadió alguien más.
Renee/Michelle miró hacia la puerta, como comprobando si Robert podía oírlas.
– Una vez vino al spa -se giró hacia Charity-. Regento un spa en la ciudad. Deberías venir a que te diera un masaje algún día.
– Um, claro -no podía creer que estuvieran hablando así de Josh.
– Quería que le hiciera la cera -continuó Renee/Michelle dirigiéndose a Charity-. Todos se depilan con cera para evitar la fricción del aire -volvió a centrar su atención en el grupo-. Estaba sobre la camilla con esos diminutos calzoncillos. Oh, ¡madre mía!, lo único que puedo decir es que esos rumores sobre su equipamiento no exageran.
Renee/Michelle se echó atrás en su silla y respiró hondo.
– Esa noche mi marido tuvo el mejor sexo de su vida y nunca supo por qué -se abanicó con la mano.
Robert volvió a entrar en la sala con una lata de refresco en la mano. Miró alrededor de la mesa y suspiró.
– Estáis hablando de Josh, ¿verdad?
Charity resistió la tentación de retorcerse de vergüenza en su silla.
– Claro -dijo Pia-. No podemos evitarlo.
Charity quería decir que era un chico más, pero temía que pudieran pensar que tenía algo que ocultar.
– Es el hombre -dijo Robert sacudiendo la cabeza.
– Un gran inversor del este vino queriendo abrir una escuela o un campamento de ciclismo -dijo Gladys-, pero Josh no accedió. Dijo que no explotaría su fama de ese modo.
La mayoría de las mujeres en la sala suspiraron.
Charity pensó que probablemente no había accedido porque eso implicaría que no tendría tantas horas libres para holgazanear. Si había alguien especial, ése era Robert, no Josh. Robert era un tipo normal que trabajaba honestamente aunque su labor pasaba desapercibida. Claro que Josh era famoso y un gran atleta, pero no era un dios por mucho que sus hormonas intentaran decirle lo contrario.
Marsha se puso sus gafas de leer.
– ¿Podríamos volver al tema que teníamos entre manos? -dijo ella con una calmada voz que inmediatamente acalló el resto de voces-. Tiffany vendrá en cualquier momento y preferiría estar discutiendo algo importante cuando llegue.
– ¿Tiffany? -preguntó Alice, la jefa de policía-. ¿En serio?
– Tiffany Hatcher -dijo Marsha mientras leía el papel que tenía delante-. Tiene veintitrés años y está sacándose el doctorado en Geografía Humana. Y antes de que me lo preguntéis, sí, he buscado información en Internet. Estudia por qué la gente se instala donde lo hace. En otras palabras, está estudiando por qué no tenemos suficientes hombres en Fool's Gold.
Todas las mujeres se miraron y Robert se rió.
– Me tenéis a mí.
– Y por eso te estaremos eternamente agradecidas -le dijo Gladys-, pero eres un solo hombre.
– Hago lo que puedo.
Charity intentó no reírse. Él la miró y sonrió.
Marsha sonrió.
– Por mucho que me gustaría no airear nuestro problema, eso no va a pasar. Tiffany está muy emocionada con la oportunidad de publicar su tesis cuando esté terminada, así que todo el mundo lo sabrá.
– A menos que nadie lo lea -dijo Alice.
– No creo que vayamos a tener tanta suerte -respondió Pia-. Los hombres, o una escasez de ellos, es un tema sexy y a los medios les encantan esos temas.
– ¿Cómo puede ser sexy una escasez de hombres? -preguntó Gladys.
Justo en ese momento alguien llamó a la puerta tímidamente. Charity se giró y vio a una diminuta joven de pie en la entrada de la sala. Marsha había dicho que era una veinteañera, pero perfectamente podía haber pasado por una niña de trece. Tenía unos ojos grandes, el cabello largo y oscuro y una expresión seria y concienzuda que le dijo a Charity que sería un gran fastidio con sus preguntas.
– Su secretaria me ha dicho que pasara directamente -dijo Tiffany con tono de disculpa.
– Por supuesto, querida -respondió Marsha levantándose-. Estábamos esperándote. Es Tiffany y va a escribir una tesis sobre por qué los hombres se marchan de Fool's Gold.
– En realidad sois sólo un -dijo Tiffany con una voz tan diminuta como ella.
– Qué suerte tenemos -le susurró Charity a Pia.
Cinco
Charity entró en Angelo's exactamente a las siete de la noche del miércoles. El restaurante italiano estaba a escasos minutos a pie desde el hotel, como la mayoría de las cosas en la ciudad. La fachada estaba encalada y tenía una gran zona de terraza. Dentro, las mesas estaban cubiertas con manteles blancos y la tenue iluminación le daba al intimista lugar un aire elegante. Una docena de distintos aromas deliciosos competían por su atención y consiguieron que se le hiciera la boca agua y que le rugiera el estómago. La ensalada de su almuerzo de pronto parecía algo muy lejano.
Antes de poder atacar a un camarero que pasaba por allí y hacerse con un par de rebanadas de pan de romero de la bandeja que llevaba, vio a Robert sentado en una mesa cerca de la pared que había enfrente.
– Pase -le dijo la encargada-. Disfrute de su cena.
– Gracias.
Robert se levantó mientras ella se acercaba.
Ya había otros clientes en el restaurante. Tal vez estaba imaginándose cosas, pero tuvo la sensación de que todos ellos estaban observándola.
– ¿Están observándome a mí o a ti? -le preguntó Robert en voz baja mientras le retiraba la silla.
Ella se rió.
– Yo también me he fijado.
Se sentó.
– No puedo decidir si es porque soy la nueva o porque tú tienes una cita siendo un hombre soltero y un ser muy preciado y poco común por aquí.
Él se sentó enfrente.
– La escasez de hombres en esta ciudad te parece algo muy divertido.
– No creo que suponga una penuria para ti. ¡Pobre Robert! Hay demasiadas mujeres que quieren estar contigo.
– La fama puede ser difícil, te genera mucha responsabilidad.
Ella deseó que no hubiera pronunciado la palabra «fama» porque, por alguna razón, le hizo pensar en Josh y se había decidido a no dejarle entrometerse en su noche.
– Puedes sobrellevarlo -dijo ella mientras se colocaba la servilleta sobre su regazo.
Su camarera, una mujer mayor con cabello oscuro recogido en un moño, les llevó la carta.
– He pensado que podríamos charlar un poco antes de pedir -dijo Robert-. ¿Te apetece una copa de vino?
– Sí, gracias -sonrió ella-. Esta noche no conduzco, así que incluso puedo tomarme dos.
– Qué salvaje eres.
– Tengo mis momentos.
Los dos pidieron una copa del Chianti de la casa. Unos minutos después el ayudante de la camarera les llevó una cesta de pan y un cuenco con aceite de oliva para mojarlo.
– El pan es excelente -dijo Robert ofreciéndole la cesta.
– Eso me temía. Esperaré y lo probaré después -cuando estuvieran a punto de cenar para no tener oportunidad de inhalar cada rebanada-. ¿Qué tal el fin de semana con tus amigos?
– Bien. Fuimos a un partido de los Giants y ganaron. Mi amigo Dan se casa el próximo mes, así que el viaje fue más como una despedida de soltero.
– Me impresiona que fuerais al béisbol y no a ver un striptease.
Él se rió.
– Estamos demasiado viejos para eso, aunque si aún estuviéramos en la universidad…
– ¿Asientos en primera fila?
– Y tanto.
La camarera apareció con el vino y cuando se marchó, Robert levantó su copa.
– Por una gran noche.
Ella alzó su copa también.
– Dan y su novia ya tienen un hijo -siguió Robert-. Una niña pequeña. Tiene dieciocho meses y parece que mucha gente está haciendo lo mismo. Tienen un bebé y después deciden si quieren estar juntos. Supongo que estoy un poco anticuado, pero yo pensaba que debería suceder al revés.