– Estoy de acuerdo, pero los embarazos suceden. Supongo que hace una generación la gente se casaba cuando se enteraba y ahora no tiene tanta prisa.
Él se inclinó hacia ella.
– Ya han pasado un par de semanas. ¿Cómo estás adaptándote? ¿Disfrutas de la vida en una pequeña ciudad?
– Me encanta. Estoy conociendo a mucha gente y me gusta poder ir caminando a casi todas partes. Tienes razón. No hay ningún secreto, pero yo tampoco tengo nada que ocultar.
– Entonces estarás bien. ¿Has empezado a buscar casa?
– En realidad no. Aún estoy conociendo las distintas zonas.
– Yo vivo en la zona del campo de golf. Hay unas vistas fantásticas. Las casas están bien construidas y tienen muy buen tamaño. Deberías venir a verla algún día.
– Claro.
Se preguntó cómo podía permitirse una de esas casas. Ella las había visto al conducir por la ciudad e incluso había consultado un folleto, pero a menos que la alcaldesa tuviera un plan secreto para doblarle el salario durante la próxima semana, Charity no podría empezar a pagar algo así. Los precios estaban muy bien en Fool's Gold, pero incluso allí una casa en el campo de golf era muy cara.
– Has dicho que creciste en pequeñas ciudades -dijo ella-. ¿En California?
– Oregón. Fui a la escuela en Eugene que es una ciudad de un tamaño considerable. Me licencié en Contabilidad y empecé a trabajar en una empresa de contabilidad de tamaño medio. Después me metí en el área gubernamental del negocio y al cabo de unos cinco años, me pasé al sector privado. Uno de mis primeros trabajos fue una auditoría de las empresas de Josh Golden y eso es lo que me trajo aquí.
– ¿Josh tiene empresas?
Robert enarcó las cejas.
– ¿No lo sabías?
– No. No es que hayamos pasado mucho tiempo charlando -el recorrido por la ciudad apenas había durado una hora-. Lo que sí sé es que era famoso por montar en bici.
Robert se rió.
– Esa descripción sí que lo haría sentirse orgulloso.
– Ya me entiendes, no estoy muy metida en deportes. Había oído algo sobre él, pero nada concreto.
– Tiene varias empresas, la tienda de deportes y es socio de la estación de esquí y del hotel.
Ella agarró su vino y casi se le cayó.
– ¿Es el dueño del hotel donde estoy alojada?
Robert asintió.
No le extrañaba que hubiera decidido vivir allí, pensó avergonzada por haber creído que era un irresponsable.
– No tenía ni idea.
– Contrató a la empresa para la que yo trabajaba y vine a hacer una auditoría. Me gustó la ciudad y cuando se lo dije a Josh, él dijo que estaban buscando un tesorero. Me presenté como candidato al puesto y lo conseguí.
– Está lejos de Oregón -dijo ella mientras intentaba asimilar el hecho de que Josh era un magnate de los negocios.
– No tengo mucha familia. Soy hijo único y mis padres eran muy mayores cuando me tuvieron -sonrió tímidamente-. Mi madre siempre dijo que fui un milagro -la sonrisa se desvaneció-. Murieron hace unos años. Tengo un primo, pero nada más. Pensé que crearía mi propia familia.
– Conozco esa sensación -dijo ella, sorprendida de que tuvieran tanto en común-. Me crió mi madre y nunca conocí a mi padre. Mi madre se marchó cuando se quedó embarazada y nunca me dijo de dónde era. Siempre me pregunté si tendría parientes on alguna parte, si alguien nos conocía, y cuando la perdí, me sentí verdaderamente sola y deseaba tener un lugar al que pertenecer.
– ¿Y por eso viniste a Fool's Gold?
Ella asintió.
– Un responsable de recursos humanos se puso en contacto conmigo y yo estaba deseando hacer un cambio -en especial debido a una mala ruptura sentimental, pero ¿por qué mencionarlo?
– Me alegra que te hayas mudado -dijo Robert mirándola fijamente con sus oscuros ojos.
Era un tipo agradable, pensó ella mientras le sonreía. Era amable, parecía comprensivo y compartían muchas ilusiones. Era el tipo de hombre que buscaba, por lo menos por fuera. Ojalá existiera alguna clase de conexión física entre los dos, algo que…
Se le erizó el vello de la nuca y una inesperada calidez la invadió. Durante un breve momento pensó que por fin había estallado la química y ese segundo de alivio fue seguido por un gemido mental cuando vio a Josh pasando por delante de su mesa y sentándose al otro lado del salón. Estaba con la alcaldesa Marsha y, al parecer, habían quedado para cenar.
– Hablando del rey de Roma -dijo Robert asintiendo hacia los recién llegados. Marsha los saludó con la mano.
– ¿Son estos los inconvenientes de la vida en una pequeña ciudad? -preguntó ella.
– Te lo dije. Ningún secreto. Ahora todo el mundo sabe que hemos salido juntos.
Vio a Josh sentarse y necesitó hasta la última gota de autocontrol para no mirarlo.
– No me importa que todo el mundo lo sepa -dijo ella forzándose a mirar a Robert como si fuera el hombre más interesante del mundo. Lo cierto era que quería correr a la mesa de Marsha, apartar a la mujer de un empujón y acurrucarse contra Josh. El hecho de que él tuviera un torrente de mujeres preparadas y dispuestas a estar con él cuando quisiera era lo único que evitó que se levantara de su silla.
– Bien -dijo Robert complacido-. ¿Estás lista para pedir?
– Em, claro.
Miró la carta mientras se preguntaba cómo iba a poder comer. Actuar del modo más cercano a la normalidad requeriría toda su energía y su atención. Sinceramente, cuando volviera al hotel, tendría que idear un modo de superar su encaprichamiento por Josh.
Eligió al azar un plato de pollo y pasta y después cerró la carta y agarró su copa de vino. Sin querer, su mirada se deslizó un poco a la derecha. Josh estaba mirándola con unos ojos brillantes y cargados de humor y ella quiso reírse.
A regañadientes volvió a centrar su atención en Robert, que era un hombre muy agradable y mucho mejor que Josh. Al parecer, tendría que seguir recordándose eso una y otra vez hasta que empezara a sentir algo por él. Tenía que hacerlo.
Josh se recostó en su silla.
– Lo has hecho a propósito.
Marsha no levantó la mirada de la carta.
– No sé de qué estás hablando.
– Claro que sí. Eres una de las personas más inteligentes que conozco.
Ella dejó la carta sobre la mesa.
– Y deja que te diga cuánto te agradezco que digas «personas» y no «mujeres».
– De nada, pero ésa no es la cuestión. Sabías que Robert y Charity vendrían a cenar.
– ¿Ah, sí? -Marsha logró parecer inocente y petulante al mismo tiempo-. ¿Es que están aquí? No me había fijado.
– Tú has pedido esta mesa. Querías que estuviera frente a ella.
Marsha se atusó su melena blanca.
– Soy una mujer muy ocupada, Josh. No tengo tiempo para preocuparme por tu última conquista, por muy interesante que pueda ser.
– No juegues a hacer de celestina.
– ¿Tienes miedo de que funcione?
El verdadero problema era que no quería hacerle daño a su amiga. Marsha había sido buena con él y él se lo debía.
– Intentar juntar a dos personas nunca funciona. ¿Es que no ves los programas de testimonios?
– No -respondió ella-. Y tú tampoco. ¿Por qué no te gusta Charity?
Josh observó a la mujer en cuestión. A pesar del hecho de que había quedado para cenar, iba vestida romo una maestra conservadora, con un vestido sencillo abotonado hasta el cuello con una chaqueta suelta y de corte cuadrado que no revelaba nada. ¿Es que tenía falta de confianza en sí misma o sentía que tenía algo que ocultar?
Se vio deseando descubrirlo tanto como deseaba desabrocharle lentamente cada botón y dejar al descubierto la suave y cálida piel que se ocultaría debajo. Por otro lado, deseaba hablar con ella. Hablar únicamente.
Pero eso no sucedería, se recordó. Sexo, de acuerdo, pero ¿tener una relación sentimental? No, de ninguna manera.