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Josh no había estado seguro de si decírselo o no, pero ahora que había empezado ya no había vuelta atrás.

Tal vez quería que alguien conociera su secreto, o tal vez era por el modo en que a Charity le sentaban los vaqueros, la sudadera de capucha y el pelo recogido hacia atrás en una coleta, porque todo ello la hacía parecer menos correcta y más cercana. Y no es que se hubiera visto intimidado por ella, jamás lo había intimidado una mujer, pero tal vez era por esa forma de mirarlo como si de verdad quisiera comprenderlo.

De todos modos, ella no debía de tener muy buena opinión de él, así que contárselo no cambiaría nada.

– ¿Cuánto sabes de mí? -le preguntó él.

Charity resopló.

– Por favor, no me digas que esto trata de tu ego porque si es así…

– No me refiero a eso. ¿Cuánto sabes sobre mi carrera como ciclista y por qué la dejé?

– Te retiraste, tú me lo dijiste. Es un deporte para los jóvenes.

– ¿Nada más?

– ¿Es que hay algo más?

– Siempre hay algo más.

Josh fue hacia la acera y ella lo siguió.

– Monto por las noches porque no quiero que nadie sepa que sigo haciéndolo. Si la gente me ve, hará preguntas. Querrán que participe en carreras benéficas o que me plantee volver y no puedo hacerlo.

– ¿Por qué no? ¿Estás lesionado?

– Un chico se cayó durante mi última carrera. Era un compañero de equipo. Se suponía que yo tenía que cuidar de él, pero se golpeó y murió.

– ¿Y te culpas por eso?

– En parte.

– ¿Fue culpa tuya?

Él dejó de caminar y se metió las manos en los bolsillos delanteros de los vaqueros.

– ¿Alguna vez has visto a un pelotón caer? Un tipo se tambalea, se choca contra otro y ahí acaba todo para todos. Lo único que puedes hacer es salvarte. Yo me salvé y Frank no.

Una vez más vio a su amigo volando por el aire y oyó el desagradable sonido del cuerpo del chico chocando contra la carretera.

Ella lo miró con sus ojos marrones cargados de preguntas.

– Pero tú no tuviste nada que ver con la caída, ¿verdad?

– No.

– Y no fuiste tú el que provocó su caída.

Él negó con la cabeza.

– Entonces no se puede decir que lo mataras tú.

Estaba afirmando más que preguntando.

«Impresionante», pensó, sorprendido de que ella ya hubiera dado en el clavo. Algunos amigos habían ido a hablar con él para intentar que volviera a reunirse con ellos; le habían dicho que no era culpa suya, que nadie lo culpaba y todos pensaban que se trataba de una cuestión de culpabilidad.

En cierto modo tenían razón, la culpabilidad estaba ahí. Fuerte. Poderosa. Lo perseguía y hacía todo lo posible por consumirlo, pero ése no era el verdadero problema.

– No puedo montar con nadie más -dijo en voz baja mirando por encima de la cabeza de Charity al negro cielo-. No puedo estar junto a otro ciclista sin perder el control. Me entra el pánico y no puedo respirar. Me pongo a temblar.

– ¿No es eso sólo ansiedad? ¿No puedes hablar con alguien o tomarte algo?

– Probablemente sí, pero no puedes ser ciclista profesional si estás débil o te medicas.

– Pero esto no se trata de estar débil.

– Claro que sí -se trataba de estar débil, roto y humillado. Se trataba del fracaso-. Por lo que tú ves y sabes, es un deporte individual, ¿verdad? Pero no es así del todo. Hay equipos. Corremos en grupo, formamos un pelotón, y ya no puedo hacerlo. No podría montar a tu lado sin apartarme. El deseo, el fuego, sigue dentro de mí, pero no puedo llegar a él ni tocarlo. Lo que fuera que había está enterrado en una pila de porquería muy dentro de mí y jamás podré desenterrarlo.

Pensó que en ese momento ella daría un paso atrás y que se daría la vuelta disgustada. Eso era lo que había hecho Angelique. Había arrugado sus perfectos labios, le había dicho que no le interesaba tener un marido tan cobarde porque quería un hombre de verdad y, con eso, se marchó.

Él le había mostrado su defecto más hondo, había expuesto su alma y ella se había marchado. Era lo que la gente hacía, se marchaban cuando estabas roto, y eso era algo que le había enseñado su madre.

Charity lo sorprendió al seguir mirándolo y después sacudió la cabeza.

– No te creo. Si ese fuego está aquí, encontrará un camino para salir.

«Ojalá», pensó él.

– ¿Quieres decirme cuándo? Tengo una vida que quiero recuperar.

– ¿Quieres decir que no estás satisfecho con tu vida como dios de una pequeña ciudad?

– Dejando a un lado el estatus de deidad, no quiero terminar así mi carrera -como un perdedor. Con miedo.

– No quiero ponerme demasiado metafísica contigo, pero tal vez haya una razón para lo que pasó.

– Si eso es verdad, entonces también lo es ese viejo refrán: la venganza es un arma de doble filo -se encogió de hombros-. No pasa nada, Charity. Éste no es tu problema. Vamos, venga, dime que todo se arreglará y que estaré bien.

– Eso no resolverá nada.

– Pero te sentirás mejor.

– Ya me sentí bien antes.

Ella comenzó a avanzar hacia el hotel y él caminó con ella.

– Te gusta que piensen que sales para tener relaciones sexuales con cincuenta mujeres distintas cada noche.

– Eso oculta la verdad -giró la cabeza hacia los edificios que tenía al lado-. Crecí aquí y la buena gente de Fool's Gold ha invertido mucho en mí. No quiero que sepan la verdad.

– No ha pasado nada malo. Tuviste una reacción natural ante una circunstancia horrible.

– Me asusté durante una carrera; no se puede decir que me enfrentara al fuego de un francotirador en una guerra.

– Eres demasiado duro contigo mismo.

– Eso no es posible.

– Oh, por favor. No seas tan hombre.

– Si no lo fuera, mi reputación sería todavía más interesante.

Charity se rió y el dulce sonido se dejó arrastrar por el aire de la noche. Era una persona de trato muy agradable, resultaba fácil estar con ella. Y no había salido corriendo, cosa que él agradecía, y por eso Josh creía que no le contaría a nadie lo que le había dicho.

Cuando estaban muy cerca del hotel, él se detuvo.

– Tú ve delante.

– ¿Por qué?

– ¿Quieres que la gente piense que hemos estado juntos?

– Sólo estábamos paseando.

– Vamos, Charity. Llevas aquí… ¿cuánto? ¿Tres semanas? ¿De verdad crees que dirán que sólo estábamos paseando?

– Probablemente no.

Él enarcó las cejas.

Ella sonrió.

– Definitivamente no. De acuerdo. Entendido. Yo iré primero.

Dio un paso al frente y se dio la vuelta.

– Te quieren. Lo entenderían.

– Quieren al tipo de los pósters.

– Tal vez te sorprenderían.

– No en un buen sentido.

– No sabía que eras un cínico.

– Soy realista -le dijo-. Y tú también.

– Creo que estás subestimando su afecto.

– No es un riesgo que esté dispuesto a correr.

Comenzó a decir algo y después sacudió la cabeza y cruzó la calle.

Él la vio irse. El contoneo de sus caderas lo obligó a posar la mirada en sus nalgas. Era bella de un modo discreto y sutil; la suya era una belleza de ésas que envejecían bien. En otra época, cuando él había sido de verdad Josh Golden, podría haberla tenido en un santiamén, aunque lo más irónico era que ni siquiera se habría detenido a fijarse en ella.

¡Qué gran sentido del humor tenía la vida!

Seis

Charity hizo todo lo que se le ocurrió para prepararse para la reunión con el comité del hospital. Era su primera oportunidad real de probarse a sí misma y quería que todo saliera a la perfección.

Había cargado la presentación en su nuevo portátil y después la había descargado en el de Robert, por si acaso. Había reunido información sobre los emplazamientos que se barajaban y había comprobado las recientes y grandes donaciones; se sentía segura con la información recopilada y preparada para actuar.