A las nueve y media exactamente del martes por la mañana, ocho personas entraron en la sala de juntas y Charity estuvo preparada para recibirlos.
La alcaldesa Marsha fue la primera en hablar, les dio la bienvenida a Fool's Gold y le aseguró a todo el mundo lo mucho que la ciudad deseaba recibir el nuevo recinto del hospital. Marsha repasó una serie de aspectos importantes, las amnistías fiscales, el increíblemente razonable precio de la tierra y las subvenciones que ya habían empezado a solicitar.
Marsha y Charity habían pasado la mayor parte del día repasando lo que dirían, así que Charity estaba preparada para cada uno de los aspectos mencionados por Marsha. La alcaldesa terminó con un chiste sobre los campos de golf de la zona, que era la señal para que Charity supiera que había llegado su turno.
Gracias a su investigación sabía que de los ocho miembros del comité, el verdadero puntal del equipo era el doctor Daniels. Como médico acostumbrado a tratar situaciones imposibles, le gustaba ir al grano, tomar una decisión y seguir adelante. Había accedido a entregarle al comité parte de su tan importante tiempo y por ello quería que la situación se solucionara rápidamente. Charity tenía planeado utilizar eso en su provecho.
Pasó unas carpetas y abrió su ordenador.
– Sé que están todos muy ocupados -comenzó a decir-, así que primero quiero darles las gracias por haberse tomado la molestia de venir a Fool's Gold. Mi objetivo es darles la información que necesitan para tomar la decisión correcta en lo que concierne a la expansión de su hospital -se detuvo para sonreír-. Y quiero explicarles por qué Fool's Gold es el lugar correcto en el momento correcto. Además de ofrecerles viviendas excelentes para sus trabajadores, escuelas de calidad superior para sus hijos y una cálida y simpática comunidad llena de trabajadores cualificados, queremos que estén aquí. Estamos decididos a hacer lo que sea necesario para convencerles de que este lugar es donde tiene que estar su hospital.
Comenzó con su presentación en PowerPoint y cliqueó sobre varias fotografías espléndidas de la zona. El punto clave de la reunión llegó después, con muchas estadísticas sobre empleos cualificados, pacientes potenciales y temas sobre calidad de vida. Además, dirigiéndose al doctor Daniels, soltó un pequeño rollo publicitario.
– Necesitamos desesperadamente una unidad especial de atención de traumatismos -dijo mientras cliqueaba para mostrar otra fotografía-. Puede que no tengamos las heridas de bala de una ciudad infestada de bandas, pero tenemos accidentes de esquí y de excursionismo por la montaña y accidentes de coche sobre todo durante el invierno y las temporadas de turistas. El año pasado hubo tres caídas de escaladores. Dos murieron antes de poder llegar a la unidad de traumatismos de San Francisco. Si hubiéramos tenido una propia, esos dos jóvenes hoy seguirían vivos.
A continuación, pasó a comentar el número de nacimientos que se producían al año para ilustrar la necesidad de un nuevo centro de maternidad y para cuando llegó el mediodía, ya había repasado todos los detalles que Marsha y ella habían visto necesarios.
– Por favor, acompáñenme, nos servirán el almuerzo abajo -dijo señalando la puerta-. A la una en punto les ofreceremos una visita por la zona y a las dos ya podrán ponerse en camino para volver a casa, tal y como les prometimos.
Todo el mundo se levantó y fue hacia la puerta. El doctor Daniels, un guapo cuarentón, se detuvo.
– Ustedes sí que nos han escuchado. Les dijimos al resto de ciudades que hemos visitado que queríamos terminar a las dos y en uno de los sitios nos entretuvieron hasta las cinco y en el otro hasta las cuatro y media.
Charity se encogió de hombros.
– Por supuesto que hay más cosas que me gustaría que vieran, pero respetamos su tiempo. Tenemos mucho que ofrecer, doctor Daniels, y espero que nos den la oportunidad de mostrárselo.
– Ya lo veo, ha sido una presentación excelente. Estoy impresionado.
– En ese caso, he hecho mi trabajo.
Josh abandonó el hotel un poco después de las siete de la tarde. Era pronto para que saliera a montar en bici porque los días estaban haciéndose más largos, pero estaba inquieto. Por lo general le gustaba estar en el hotel, pero últimamente se había sentido encerrado. Siempre podía mudarse a una de las casas que tenía en propiedad ya que, por lo general, siempre quedaba alguna de alquiler disponible, pero ¿qué haría en una casa propia?
Caminó por el centro de la ciudad y se detuvo enfrente del Bar de Jo, un lugar que llevaba años allí. Durante la última década había habido una docena de propietarios, la ubicación era buena, pero los dueños nunca habían parecido sacarle partido. Pero entonces, tres años antes, había aparecido Josephine Torrelli y lo había comprado. Había contratado unos obreros, había tirado abajo el local y lo había reconstruido hasta transformarlo en un bar tranquilo y agradable que solía servir principalmente a mujeres. Había un par de grandes pantallas de televisión que mostraban reality shows y teletiendas para el gran público femenino. Por su parte, los chicos tenían un par de televisiones situadas junto a la larga barra y cerveza a buen precio.
Corrían muchos rumores sobre Jo. Algunos decían que era hija de una antigua estrella con dinero que gastar y, ciertamente, sí que había tenido que gastarse mucho en la remodelación. Otros decían que estaba huyendo de un marido maltratador y utilizando un nombre falso. Otros cuantos creían que era una princesa de la mafia decidida a alejarse de su familia de la Costa Este.
Josh sospechaba que la historia más probable era ésa última. Jo, una mujer bella de treinta y tantos años, parecía saber demasiado sobre la vida como para haber crecido en un barrio residencial. Él sabía que guardaba una pistola cargada detrás de la barra y cuando se inició una pelea en el bar el año anterior, se había mostrado más que preparada para usarla, lo cual también le daba credibilidad a la historia del marido maltratador, pensó él mientras cruzaba la calle y entraba en el bar.
El lugar estaba bien iluminado sin romper el ambiente sutil y tenue del lugar. En las televisiones pequeñas se podía ver béisboclass="underline" los Giants en una y los Oakland en otra. Unos cuantos fans intransigentes de los Dodgers se arremolinaban alrededor de una de las pequeñas pantallas. La pantalla más grande mostraba unas modelos delgadísimas caminando sobre una pasarela. Había varios grupos de mujeres entre mesas redondas y globos celebrando el cumpleaños de alguien y unos cuantos chicos jugaban al billar en una mesa situada al fondo.
Varios de los clientes lo saludaron; él les devolvió el saludo y fue hacia la barra.
– Una cerveza -le dijo a Jo antes de girarse para ver a los Giants. En ese momento, un anuncio ocupaba la pantalla. Miró a otro lado, hacia las mujeres de las mesas, y cuando estaba a punto de volver a girarse hacia la barra, vio a alguien que conocía en una esquina.
Ethan Hendrix estaba sentado con uno de sus hermanos y otro hombre más. Josh se puso tenso. Parecía que era la semana de enfrentarse al pasado.
En un mundo perfecto se acercaría a Ethan y charlarían. Ya habían pasado años y había llegado el momento de superarlo. Había llamado a Ethan unas cuantas veces durante los últimos años, pero su viejo amigo nunca se las había devuelto. Ahora parecía que no podía moverse y su amigo no miró en su dirección en ningún momento.
Jo le puso una cerveza enfrente. Él dio un sorbo.
– Bien -dijo-. ¿De dónde es?
– De una destilería de cerveza artesanal en Oregón, al sur de Portland. Un chico vino con muestras y eso hay que respetarlo. Al parecer, viaja por la Costa Oeste intentando que le compren su cerveza.
– ¿Es que tienes debilidad por las historias tristes?
Ella sonrió.