– Puede que sí. ¿Qué? ¿Estás preparado para enfrentarte a mí, Golden?
– ¿Y que me gane una chica? No, gracias.
– Ya lo sabes, soy muy dura. Ethan está aquí -añadió en voz baja.
– Ya lo he visto.
– Podrías hablar con él.
– Podría.
No preguntó cómo Jo, que sólo llevaba tres años en la ciudad, sabía lo de su pasado con Ethan. Jo sabía cómo descubrir cosas.
– Sois los dos unos idiotas -dijo-, y a él se le da igual de mal que a ti actuar como un crío.
Josh se rió.
– Te apuesto diez dólares a que eso no se lo dices a la cara.
– No necesito el dinero. Tú estás regodeándote en la culpabilidad y él está haciéndose el mártir. Es como vivir dentro de Hamlet.
Él frunció el ceño.
– ¿Por qué has dicho eso?
– No lo sé, es la única obra de Shakespeare que se me ha ocurrido. Bueno, siempre está Romeo y Julieta, pero aquí no encaja. Ya sabes a qué me refiero. Anda, ve a hablar con él.
Tenía razón, se dijo Josh mientras dejaba la cerveza sobre la barra. Se acercaría y…
Se giró sobre el taburete, pero Ethan y sus amigos ya se habían ido y la mesa estaba vacía.
– La próxima vez -dijo Jo cuando él volvió a mirarla.
– Claro. La próxima vez.
Ella se marchó para atender a otro cliente y Josh se tomó su cerveza mientras pensaba en Ethan y en cómo habrían cambiado las cosas si él hubiera resultado herido en lugar de su amigo. Tenía la sensación de que Ethan habría tenido agallas y que seguiría montando.
La partida de billar terminó y uno de los tipos se acercó a Josh y se sentó a su lado junto a la barra.
– Hola, Josh.
– Hola, Mark.
– ¿Aún estás pensando en ir a Francia este verano? Nos vendría muy bien otro triunfo.
¡Claro! ¡Como si una persona se levantara un día y pensara «Voy a participar en el Tour de Francia»!
– Este año no. Sigo retirado.
Mark, un fontanero de la ciudad, le dio un suave puñetazo en el brazo.
– Eres demasiado joven para retirarte, pero no demasiado rico. ¿Estoy en lo cierto?
Josh asintió y sonrió y después se preguntó por qué se había molestado en entrar en el bar.
No le interesaba ganar otra carrera; en ese momento, lo único que quería era la capacidad de competir, de hacer lo que hacía antes.
– Mi hijo es muy bueno -dijo Mark cuando Jo le dio una cerveza-. Corre mucho en la bici y quiere participar en carreras, igual que hacías tú. Estamos pensando en enviarlo a una de esas escuelas. Me lo suplica cada día.
– Hay unos cuantos sitios buenos. ¿Cuántos años tiene?
– Catorce.
– Es muy joven.
– Eso es lo que le decimos su madre y yo. Es demasiado joven para estar solo, pero no hay manera de quitarle la idea. ¿No ibas a abrir una escuela de ciclismo aquí en la ciudad?
Ése había sido el plan antes del accidente. Josh tenía gran parte del dinero necesario y una propiedad donde construirla, además de los permisos pertinentes, pero hacerlo, comprometerse a formar parte de la escuela, suponía volver a montar y ésa era una humillación que no estaba dispuesto a sufrir.
– He pensado en ello -admitió y después deseó no haber dicho nada.
– Deberías hacerlo y así solucionarías nuestro problema. Eres famoso, nombre, y mucha gente vendría a aprender contigo. Seguro que hasta te dedicaban un programa en la CNN.
«Eso es lo que me temo», pensó Josh.
– Pensaré en ello -le dijo al hombre antes de terminarse la cerveza. Dejó unos billetes sobre el mostrador y se levantó-. Hasta luego, Mark.
– Sí. Piensa en ello. La escuela de ciclismo podría ser genial.
«Podría», pensó Josh al salir del bar y dirigirse de vuelta al hotel. Podría ser un milagro, porque eso era lo que haría falta para que sucediera.
El miércoles por la noche, Charity siguió las direcciones que Pia le había dado y fue caminando hacia la parte oeste de la ciudad donde las casas eran más viejas y más grandes y descansaban majestuosamente sobre enormes parcelas con árboles añejos. Vio la bien iluminada casa de dos plantas de la esquina y se acercó a la puerta principal que Pia abrió antes de que pudiera llamar.
– ¡Has venido! Bienvenida -dijo riéndose-. He traído una mezcla de tequila y margarita y he servido un poco para que lo probéis, aunque, ¡qué demonios! Ninguna vamos a conducir, así que a divertirnos.
¿Tequila?
– Yo sólo he traído un par de botellas de vino -dijo Charity preguntándose en qué se había metido al ir allí. Una noche de chicas sonaba divertido, pero no podía permitirse emborracharse de verdad, tenía reuniones a la mañana siguiente.
– El vino está genial -respondió Pia tambaleándose ligeramente y agarrándose al marco de la puerta-. Puede que tome un poco.
Una alta y guapa morena apareció detrás de Pia y la rodeó por la cintura.
– Deberías tumbarte un poco.
– Estoy bien -dijo Pia-. ¿Es que no crees que estoy bien? Me siento bien.
La mujer sonrió a Charity.
– No te asustes. De vez en cuando Pia siente la necesidad de ponerse a la altura de la fiesta, pero no es para tanto.
– Lo respeto -dijo Charity.
– Yo también. Soy Jo, tu anfitriona en esta noche de chicas. Vamos, pasa.
– Soy Charity.
– Me lo imaginaba. Nos alegramos de que hayas venido -Jo apartó a Pia de la puerta y Charity las siguió a las dos hasta dentro de la casa.
Era una de esas casas gigantescas y antiguas con suelos de madera maciza. Sospechaba que lo que una vez habían sido un montón de pequeñas habitaciones ahora se habían remodelado para quedar en varias habitaciones más grandes. Una chimenea lo suficientemente grande como para que cupiera una vaca entera dominaba la pared del fondo. Había varios sofás, sillones con aspecto muy cómodo y un grupo de mujeres que la miraban con curiosidad.
Una rubia delgada se levantó y se digirió hacia Pia.
– Siéntate a mi lado. Yo cuidaré de ti.
– Sólo esta noche -dijo Pia dejándose caer sobre un sofá-. Mañana yo cuidaré de ti.
– Mañana estarás echando hasta la primera papilla -la mujer sonrió a Charity-. Hola, soy Crystal.
– Encantada de conocerte.
Le presentaron al resto de mujeres e hizo todo lo que pudo por recordar sus nombres. Renee/Michelle estaba allí y Charity se sorprendió al enterarse de que su nombre era en realidad Desiree. Cuando terminaron las presentaciones, Jo llevó a Charity a la cocina.
– Aquí tienes lo que está abierto, lo que está en la licuadora y lo que puedes crear tú misma.
La cocina estaba parcialmente actualizada. La encimera y la pila parecían nuevas, pero los fuegos eran como de los años cuarenta y los armarios parecían ser originales de la época.
– Es una casa fantástica -dijo Charity.
– A mí me gusta. Sé que es grande para mí sola, pero me gusta disfrutar de tanto espacio -señaló el despliegue de botellas sobre la encimera-. Vino, de los dos colores, y margaritas en la licuadora, a menos que Pia se lo haya bebido todo. Combinados, vodka, Bailey's. Lo que quieras, lo tienes.
– Me vale con un vaso de vino -dijo Charity.
– No te quieres arriesgar en tu primera noche, ¿eh? Probablemente sea lo más sensato. Elige un color.
– Blanco.
Jo sacó una copa y se lo sirvió. Después de dárselo, Charity se apoyó contra la encimera.
– Bueno, ¿así que eres nuestra nueva urbanista? ¿Te gusta Fool's Gold?
– Me encanta estar aquí. Todas mis fantasías de vivir en una ciudad pequeña se están haciendo realidad.
Jo se rió.
– Me mudé aquí hace unos tres años desde la Costa Este. Fue un gran cambio, pero uno bueno. La gente es muy simpática. Pia me invitó a unirme a su grupo de amigas y me hicieron sentirme muy a gusto y bien recibida.
Charity miró hacia el salón.
– Agradezco la invitación. Quiero conocer a gente.