Выбрать главу

– Buena observación, Josh.

– Simplemente os he mostrado algunas cosas que se os han podido pasar -dijo el rubio con modestia. Al parecer, el rubio se llamaba Josh-. Charity ha hecho todo el trabajo.

Ella frunció el ceño. Ese tipo estaba invadiendo su reunión y su sistema nervioso y además, ¿intentaba darle los méritos a ella?

– En absoluto -dijo ella, aliviada por haber recuperado el poder de la palabra-. ¿Quién podría competir con sus excelentes puntualizaciones?

Josh le guiñó un ojo y levantó la carpeta que había sobre la mesa.

– Ésta es la declaración de intenciones. Creo que la firma se ha demorado demasiado, ¿no te parece, Bernie?

El señor Berman asintió lentamente y sacó una pluma del bolsillo de la chaqueta de su traje.

– Tienes razón, Josh -después, como si nada, firmó el papel dándole a Charity la victoria que tanto había deseado.

Aunque, por alguna razón, se había esperado que esa victoria fuera un poquito más dulce.

En cuestión de minutos, todo el mundo se había estrechado la mano, había murmurado sobre fijar la siguiente reunión para poner en marcha el plan y se había marchado. Charity estaba sola en la sala de juntas donde ya sólo quedaban el olor a plástico quemado y un documento firmado demostrando que todo aquello había sucedido. Miró el reloj. Eran las nueve y diecisiete. Al ritmo que estaba sucediendo todo, podría haber curado varias enfermedades y haber solucionado el problema del hambre en el mundo para cuando llegara el mediodía. Bueno, ella no. Hasta el momento sus logros parecían limitados a la quema de inocentes aparatos electrónicos.

Recogió sus papeles y salió al pasillo a recoger a su ya frío y difunto ordenador. ¿De verdad había pasado todo eso? ¿Había entrado un tipo en su reunión, la había sacado del apuro y después había desaparecido? ¿Como un súper héroe local o algo así? Pero entonces, si lo era, ¿por qué no se había ocupado del problema hacía semanas?

Ella no hubiera podido descubrir de ningún modo que existía una donación privada, por mucho que hubiera investigado y preparado su trabajo. Aun así, se sentía ligeramente insatisfecha porque prefería alcanzar el éxito por sus propios medios y no gracias a un rescate.

Se dirigió a su nuevo despacho en la segunda planta. No había tenido mucho tiempo para instalarse entre la mudanza a Fool's Gold durante el fin de semana y preparar la presentación y por eso se había llevado una caja con objetos personales y la había soltado en el escritorio poco antes de las seis de esa misma mañana. A las seis y un minuto, ya se había presentado en la sala de juntas para repasar su presentación con la esperanza de que fuera perfecta. «Una absoluta pérdida de tiempo», se dijo mientras entraba en el segundo piso. Entre el fallecimiento de su ordenador y el chico misterioso, no tenía que haberse molestado.

Esa mañana a primera hora el espacio abierto del viejo edificio había estado vacío y tranquilo; ahora, media docena de mujeres trabajaban en sus escritorios, había puertas de despachos abiertas y el sonido de las conversaciones salía de ellos creando un sonido de fondo lleno de murmullos.

Se giró hacia su despacho. Su secretaria debería haber llegado para conocerse a pesar de que, técnicamente, llevaban trabajando juntas un par de semanas ya que Sheryl le había enviado información a Nevada.

Charity había visitado Fool's Gold durante el proceso de selección para ocupar el puesto y en aquel momento había conocido a la alcaldesa y a unos cuantos miembros del Ayuntamiento. Nunca antes había vivido en una ciudad tan pequeña. Lo único que conocía que se acercara a eso había sido Stars Hollow, el pueblo donde vivían las protagonistas de Las chicas Gilmore y que había visto en la serie mientras estaba en la universidad. Le había gustado todo lo que había visto en Fool's Gold y había podido imaginarse echando raíces en esa pequeña ciudad junto al lago. Incluso había estado en ese edificio y había echado un vistazo, aunque no se había fijado en el gigantesco póster que colgaba de la pared.

Ahora estaba frente a un enorme póster del chico misterioso, que le estaba sonriendo desde arriba con un casco de bici bajo un brazo, una camiseta ajustada y unos pantalones cortos que dejaban poco a la imaginación. Bajo la fotografía un breve texto decía que se trataba de Josh Golden, hijo predilecto de Fool's Gold.

Parpadeó una vez… parpadeó dos veces. ¿Josh Golden, el célebre ciclista Josh Golden? ¿El segundo ganador más joven del Tour de Francia y posiblemente de cientos de carreras más? Ella nunca había sido seguidora del ciclismo, ni de ningún otro deporte, pero incluso así sabía quién era. Había estado casado con alguna famosa, aunque no podía recordar quién, y ahora estaba divorciado. Era la imagen de bebidas energéticas y de una importante marca de prendas y artículos de deporte. ¿Vivía allí? ¿Se había presentado en su reunión y la había sacado de ese apuro?

«No puede ser», se dijo. Tal vez se había caído, se había dado un golpe en la cabeza y ahora no podía recordar lo sucedido. Tal vez se encontraba en estado de coma en alguna parte y se lo estaba imaginando todo.

Pasó por delante del póster y fue hacia su despacho. Justo fuera de él vio a una mujer de treinta y tantos años hablando por teléfono. La mujer, muy guapa y morena, levantó la mirada y le sonrió.

– Está aquí, tengo que colgar. Te quiero -se levantó-. Soy Sheryl, su secretaria. Usted es Charity Jones, ¿verdad? Encantada de conocerla oficialmente por fin, señorita Jones.

– Mucho gusto y, por favor, llámame Charity.

Sheryl sonrió.

– Acabo de oír que has logrado que la universidad firme. La alcaldesa Marsha estará bailando de alegría. Han sido unos imbéciles escurridizos, pero has podido con ellos.

Un veloz movimiento captó su atención; miró detrás de los hombros de Sheryl y vio que se había activado el salvapantallas de su ordenador con una diapositiva de imágenes.

La primera imagen que saltó fue la de Josh Golden subido a una bici de carreras. La segunda lo mostraba sonriendo y sin camiseta. La tercera era de un tipo muy desnudo en una ducha dándole la espalda a la cámara. Charity tenía los ojos abiertos de par en par.

Sheryl miró hacia atrás y sonrió.

– Lo sé, está buenísimo. Las he bajado de Internet. ¿Quieres que te las ponga en tu ordenador?

– Ah, no, gracias -vaciló-. No estoy segura de que las imágenes de desnudos sean apropiadas para un despacho.

– ¿En serio? No había pensado en eso, pero supongo que tienes razón. Quitaré la de la ducha, aunque es mi favorita. ¿Has conocido ya a Josh? Es lo que mi abuela llamaría «un primor de hombre». Le he dicho a mi marido que si alguna vez Josh viene a buscarme, me largaré con él.

Así que todas las mujeres del planeta reaccionaban ante Josh del mismo modo que había reaccionado ella. ¡Fabuloso! No había nada más emocionante que formar parte de una multitud de fans, pensó al entrar en su despacho.

Pero eso no era un problema porque no tenía más que evitar a ese hombre hasta que descubriera cómo controlar sus reacciones ante él. Quería un hombre normal, simpático y que no le supusiera ningún riesgo. Su madre siempre se había sentido atraída por los Josh del mundo: hombres demasiado guapos y adorados por las mujeres allá donde fueran, que le habían roto el corazón con regularidad.

Charity se había mentalizado a aprender de los errores de su madre.

Después de dejar su portátil junto a la caja de objetos personales, miró a Sheryl a través de la puerta abierta.

– ¿Puedes llamar a la alcaldesa y preguntarle si puedo ir a verla esta mañana?

Sheryl sacudió la cabeza.

– Ésta no es la gran ciudad, Charity. Puedes presentarte en su despacho y ver a Marsha en cualquier momento.

– De acuerdo. Gracias.

Charity se llevó la carpeta que contenía el documento firmado y fue hasta el final del pasillo. El despacho de la alcaldesa Marsha Tilson se encontraba detrás de unas enormes puertas dobles talladas que estaban abiertas.