– ¿Cuándo he empezado a vestirme como una ochentona? -se preguntó hasta que cayó en la cuenta de que incluso las ancianas vestían mejor.
Se sentó en el borde de la bañera y se frotó las sienes. Después de licenciarse en la universidad, había encontrado un gran trabajo en Seattle. Había sido la persona más joven en la plantilla del alcalde y la habían ignorado cada vez que había hecho una propuesta, pero cuando había vestido con un estilo más adulto o conservador, le habían prestado más atención.
Al mudarse a Henderson, una zona residencial a las afueras de Las Vegas, había seguido llevando ropa apropiada para alguien de unos veinte años más y también le había funcionado. Sin embargo, en algún punto se había perdido a sí misma en ese aspecto y había dejado de prestarse atención. Tal vez había dejado de importarle.
Alguien llamó a la puerta del baño. Charity se levantó y se estiró el vestido. Cuando abrió la puerta se sorprendió al ver allí de pie a Crystal.
– No quiero fisgonear -dijo la mujer-, pero ¿estás bien?
– Estoy bien.
– Pia es muy simpática, seguro que no lo ha dicho con mala intención.
Charity salió al pasillo e intentó sonreír.
– Lo sé. Lo que ha dicho es obra de los margaritas y de su estado de ánimo, aunque no puede decirse que no haya dicho la verdad. Visto de un modo muy descuidado y no sé cómo he dejado que eso llegue a suceder. ¡Ni cuándo!
– Dicen que reconocer un problema es el primer paso para solucionarlo -los azules ojos de Crystal reflejaban diversión-. Eres guapísima y tienes que aprender a sacarte partido.
– Necesito ropa nueva -volvió a estirarse el vestido, avergonzada de lo anticuado que era.
– Eso es fácil. Por eso todas tenemos tarjetas de crédito.
– Yo he dejado que la mía se llene de polvo demasiado tiempo.
– Entonces este fin de semana tendrías que ir de compras.
– Créeme, lo haré.
– ¡Bien por ti! -le dijo Crystal-. Las compras son la mejor terapia.
Fueron hasta la cocina y Charity pensó que no quería volver a reunirse con el grupo. La necesidad de salir corriendo y esconderse era extremadamente poderosa y nada agradable, pero antes de poder pensar en una excusa, Crystal habló.
– ¿Puedo preguntarte algo?
– Claro.
– Todos los años celebramos un evento para recaudar fondos llamado Carrera hacia la Cura. Apoyamos a niños enfermos, sobre todo de cáncer. Pertenezco al comité y se avecina una época de mucho trabajo. No puedo… -miró a un lado y se aclaró la voz-. Yo estoy muy ocupada y no tengo todo el tiempo que necesito. Bueno, el caso es que me preguntaba si podrías ocupar mi lugar.
Charity agradeció que Jo le hubiera contado lo de la enfermedad de Crystal porque, gracias a esa información, supo cómo evitar dar un paso en falso.
– Me encantaría formar parte -dijo.
Crystal parecía sorprendida.
– Ya me había preparado para retorcerte el brazo y todo.
– Quiero implicarme en la comunidad y esto me da la oportunidad perfecta de hacer algo bueno a la vez que conozco a gente.
– En ese caso las dos salimos ganando -dijo Crystal-. Gracias.
Un estallido de carcajadas se oyó desde el salón.
– Parece que estamos perdiéndonos la fiesta. ¿Vamos?
Charity asintió y la siguió de vuelta a la abarrotada sala. Estaba decidida a ignorar lo avergonzada que se sentía por su desaliñado aspecto porque sabía que eso podría solucionarlo fácilmente. Era mejor que aprovechara el tiempo para conocer a las mujeres que había allí. Quería encajar en el grupo y tener amigas haría que la transición resultara más sencilla.
Jo le entregó la copa de vino blanco.
– Te sacamos mucha ventaja en la bebida, jovencita.
– En ese caso será mejor que me ponga al día.
Tres horas después, Charity se puso en camino para volver al hotel. Se encontraba mucho más relajada como resultado de muchas risas y demasiado vino. Las mujeres habían sido muy divertidas. Jo era genial, igual que Crystal. Katie las había hecho reír con historias sobre el desastre potencial que sería Howie y Charity había logrado olvidarse de su anticuada forma de vestir. Iría de compras durante el fin de semana y vería qué llevaban las mujeres de su edad cuando no intentaban ingresar en una orden religiosa.
Llegó al hotel y se planteó subir en ascensor hasta la tercera planta, pero estaba decidida a quemar las calorías de los nachos que había comido en casa de Jo.
Una vez estuvo en la segunda planta, caminó hasta la escalera más pequeña que la llevaría a la tercera. Apenas había dado dos pasos cuando se apagaron las luces.
La oscuridad fue tan absoluta como inesperada. Oyó las puertas abrirse en el piso de abajo y el de encima y a gente hablando. En sus voces había más risas que pánico.
Se sujetó a la barandilla y con cuidado siguió subiendo hasta el tercer piso. Una vez allí, podría encontrar el camino hasta su habitación, aunque tampoco estaba segura de si podría llegar a entrar. ¿Los cerrojos de tarjeta funcionaban a pilas o con electricidad?
Cuando se acercó a lo que pensaba que era la parte superior de las escaleras, aminoró el paso. Tanteó con el pie, dio otro paso y se chocó contra algo cálido, macizo y masculino.
Su cerebro tardó menos de un segundo en captar el calor, la talla y el aroma del hombre. Le dio un vuelco el estómago y empezaron a temblarle los muslos mientras sus dedos se aferraban con más fuerza a la barandilla.
– ¿Estás bien, Charity? -preguntó Josh.
La sorpresa se sumó al resto de sensaciones que la invadían.
– ¿Cómo has sabido que era yo?
– Por tu perfume.
En realidad era su acondicionador de pelo, pero decirlo la haría parecer tan conservadora como su ropa, así que se quedó callada.
– No te preocupes. La luz volverá en unos minutos -dijo él poniendo la mano sobre la suya-. Estás justo arriba, sólo un escalón más.
Y lo subió, aunque impulsada por el deseo más que por sus músculos. Estando allí, al lado de Josh, incluso le parecía posible flotar y eso significaba que estaba en peor estado del que creía.
Era el vino, se dijo. No era ella, aunque tal vez ser ella era el problema. Al fin y al cabo, todos los hombres que había conocido la habían tratado mal. La habían engañado o le habían robado y Ted incluso la había pegado. Una vez. Después, se había alejado de él en cuanto pudo levantarse del suelo; había agarrado su bolso y se había marchado sin pensar ni una sola vez en volver.
– ¿Charity? -preguntó Josh que parecía atónito-. ¿Estás bien?
– Sí. Lo siento. Sólo estaba pensando. He estado en casa de Jo y…
Él se rió.
– Noche de chicas. Ya sé lo que ha pasado. ¿Margaritas?
– Vino blanco, aunque Pia ha estado dándole al tequila.
Él la rodeó con su brazo mientras se dirigían al pasillo.
– ¿Puedes caminar?
– No estoy borracha.
– ¿Sólo contentilla?
Estando tan cerca de él podía sentir la fuerza de su cuerpo; era la clase de hombre que podría levantar en brazos a una mujer sin sudar ni una gota.
– Estoy feliz -le susurró.
Sintió movimiento. En la oscuridad era difícil saberlo, pero parecía como si Josh ya no estuviera a su lado, sino delante de ella y muy, muy, cerca.
Unos dedos le tocaron la mejilla suavemente y el contacto fue tan delicioso que no pudo evitar el suspiro que escapó de sus labios.
– No tienes ni idea -murmuró él.
– ¿Sobre qué?
En lugar de responder, él la besó. El contacto fue cálido, firme y suave. La besó con una destreza que le parecía imposible y que dejaba claro que a Josh le gustaba besar y que no lo veía como un paso obligatorio hacia el camino que lo conduciría a lo que de verdad quería.