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– Para entonces empecé una relación con alguien -admitió esperando no sonrojarse.

– Y quisiste esperar a ver si los dos acabaríais comprando una casa juntos. Tiene sentido. Supongo que el hecho de que estés aquí significa que no hicisteis un mate.

A pesar del cálido rubor en sus mejillas, se echó a reír.

– ¡Cómo os gustan a los hombres las buenas metáforas de deportes!

– Lo llevamos en la sangre.

– No, no hicimos un mate. Rompimos hace unos meses. Me enteré de este trabajo y di el paso, así que ésta será la primera casa que me compre.

– Naciste para tener una casa.

– ¿Por qué dices eso?

– Eres responsable, quieres establecerte, echar raíces y estarías genial sentada en la mecedora de un porche -la miró de arriba abajo antes de volver a detenerse en sus ojos-. Y en pantalones cortos.

La calidez de sus mejillas se intensificó.

– Si eso ha sido un cumplido, gracias.

– De nada. Y esta noche estás genial. Me gusta el rojo.

Él le puso la mano en la parte baja de la espalda y la sacó de la sala mientras ella intentaba no percatarse de ese contacto físico, ni siquiera cuando le abrasaba la espalda.

– Por cierto, sé de una casa que va a salir al mercado. Está en una parte fantástica de la ciudad. Se construyó alrededor de 1910, pero está completamente remodelada. La instalación eléctrica y las tuberías se han reformado para ajustarse a las nuevas normativas. No es enorme, pero creo que te gustaría. Yo… eh… conozco al dueño y podría pedirle la llave. ¿Quieres que te la enseñe?

– ¡Claro!

Charity se dijo que sólo estaba interesada en la casa, pero sabía que se estaba mintiendo. Lo que de verdad esperaba era que en la tranquilidad de una casa vacía, Josh intentara algo con ella. No es que fuera a ceder, pero sin duda estaba deseando que se produjera la situación.

El sábado por la mañana, Charity se reunió con Josh en el Starbucks de la esquina donde pidió su café con leche desnatada y se echó un poco de sabor a moca. Josh estaba de pie hablando con un par de mujeres que, obviamente, intentaban convencerlo de algo. Ella esperó hasta que las otras mujeres se marcharon antes de reunirse con él.

– Ha sido intenso -dijo ella mientras lo seguía hasta afuera.

– Quieren que abra una escuela de ciclismo aquí en la ciudad para que los niños entrenen de manera profesional. Hay unas cuantas en el país.

Ella pensó en lo que conocía sobre su pasado.

– ¿Y?

– Es una idea.

– ¿Una que no quieres llevar a la práctica?

– Hoy no.

Comenzaron a caminar por la acera.

– ¿Vamos a ir caminando?

– Es como un kilómetro y medio. ¿Quieres que vayamos en coche?

– No. Me gusta caminar. Vivir aquí hará que se me desgasten menos los neumáticos.

Se cruzaron con una pareja de mujeres que iban haciendo jogging y que los saludaron. Charity vio a la mujer de la izquierda susurrarle algo a su amiga y señalar. Hizo una mueca.

– Somos una pareja, ¿verdad? -preguntó ella con un suspiro-. Había olvidado por completo las consecuencias de que la gente nos vea juntos.

– ¿Te importan los cotilleos?

– No, si nadie pregunta los detalles.

– Esperarán que les digas que soy un dios en la cama.

«Probablemente lo seas», pensó ella sonriendo.

– ¿Lo eres?

Él enarcó las cejas.

– ¿Quieres referencias?

– ¿Es que las tienes?

– Podría conseguir unas cuantas si las necesitas -dijo Josh.

– Gracias, pero lo contaría sin darme cuenta si alguien me pregunta.

– No me importa.

– Seguro que no -murmuró Charity antes de dar un sorbo de café.

Un dios en la cama. Si alguien podía encajar en esa descripción, ése era Josh. Era una absoluta tentación, pero una que tenía decidido resistir. Era prácticamente venerado allá donde iba y ella era una persona normal. Había estudiado Mitología en la facultad y sabía lo que les sucedía a los meros mortales que osaban entrar en el reino de los dioses.

A pesar de ello, unos días antes había esperado que él se le insinuara. Cuando se trataba de Josh, no podía decidir si era mejor ser buena o ser mala, aunque sí que sabía qué opción sería la más divertida.

Cruzaron la calle y entraron en un barrio residencial lleno de casas preciosas. Unas cuantas se habían reformado por completo perdiendo así su encanto, pero la mayoría mantenía elementos de la arquitectura original. Había grandes árboles que se extendían por la calle y daban sombra. Unas vallas profusamente talladas rodeaban los exuberantes jardines. Él señaló una casa blanca con adornos en un tono gris azulado.

– Es ésa.

Charity se quedó mirando la construcción de dos plantas, el amplio porche delantero y las grandes ventanas. Todo le gustaba de esa casa.

– Ya me encanta -dijo.

– Pues espera a verla por dentro.

Él se sacó una llave de los vaqueros y abrió la puerta delantera. Juntos, entraron en la quietud de la casa.

La luz se colaba por los ventanales iluminando los suelos de madera pulida. El salón era grande con una chimenea y armarios empotrados de estilo artesano. Había un comedor, también con armarios empotrados y una pequeña biblioteca con estanterías que llegaban hasta el techo.

Allá donde miraba veía unos detalles impresionantes. Los rodapié tenían por lo menos veinte centímetros de alto y unas molduras destacaban contra el techo. En la cocina los electrodomésticos eran de estilo años cincuenta, pero renovados, y encajaban a la perfección con los nuevos armarios y el suelo de pizarra. Había un rincón para comer y unas puertas de cristal dobles que daban al jardín.

Se parecía mucho a la casa de Jo, pensó con un suspiro de felicidad. Pero mejor.

– Me encanta -dijo con aire melancólico-. Ni siquiera tengo que mirar la parte de arriba. Es preciosa, pero me da la sensación de que se sale de mi presupuesto.

– Conozco al dueño y negociará.

– ¿Hay alguien aquí a quien no conozcas?

– Puede que haya un par de bebés que aún no he ido a visitar.

– La vida en una pequeña ciudad -dijo ella.

– Funciona.

Charity dio vueltas en el centro de la cocina mientras admiraba los apliques de la luz, las puertas originales y se imbuía de la sensación de estar en un hogar.

– ¿No te ves tentado a comprarte algo así? -le preguntó ella.

– Me gusta donde vivo.

– Pero es un hotel.

– Exacto. No requiere mantenimiento, el servicio de limpieza va incluido y la televisión es gratis.

«Porque eres el dueño del hotel», pensó ella mientras intentaba centrar su atención en la casa y no en él. Estaba sola con Josh en un espacio tranquilo y vacío. Si no centraba la mente, corría el peligro de abalanzarse sobre él y decirle que quería descubrir si de verdad era un dios en la cama.

– ¿No te cansas del menú del servicio de habitaciones?

– Aceptan peticiones.

– De ti. Eres como una estrella del rock en un pueblo pequeño.

– Tiene sus ventajas.

– ¿Y las desventajas?

La miró fijamente a los ojos.

– También las hay, sí.

Algo se removió en su interior y, decidida a mantenerse firme, cambió de tema.

– ¿Sigues montando solo por la noche?

Él asintió.

– ¿Has hablado con alguien sobre lo que pasó? ¿Con un psicólogo deportivo?

Josh miró a otro lado.

– Cuando pasó. He visto las imágenes, la televisión. Sé que no se pudo hacer nada, pero saberlo y creerlo no es lo mismo.

Había algo en su voz, desesperanza… Como si algo importante hubiera quedado perdido.

– Quieres volver atrás -dijo ella en voz baja.

– Todos los malditos días. Echo de menos ser quien era. No la fama ni la competición, ni ganar, ni el entrenamiento. Monto aquí, pero no es lo mismo. Echo de menos a mis compañeros, la emoción de la carrera.