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Intentó imaginárselo, pero no pudo. Ethan debía de estar acostumbrado a tratar con gente que no estaba relacionada con su negocio porque inmediatamente pulsó un botón y en la pantalla apareció el dibujo de un aspa junto a un hombre de un metro ochenta.

– El aspa gana -murmuró ella.

– Se mueve a unos doscientos sesenta kilómetros por hora. Siempre gana. Así que queremos un lugar relativamente aislado en el que podamos instalarlos y ofrecer el servicio. No demasiado cerca de la comunidad, aunque tampoco demasiado lejos. Mucho viento, pero no mucha fauna silvestre.

– Claro, los pájaros se golpean contra las aspas y mueren.

– Tenemos más problemas con los murciélagos.

Ella se quedó atónita.

– ¿Murciélagos? ¿No tienen un sonar que los permite ver cualquier cosa que se mueva en el cielo?

– Sí, pero las aspas en rotación producen un cambio en la presión -se detuvo-. No querrás saberlo. Digamos que las turbinas pueden tener un impacto negativo en la migración de murciélagos. Para cambiar eso, recomendamos a los propietarios que apaguen las turbinas durante las noches en las que el viento sopla lentamente.

– ¿Un ordenador hace eso, verdad?

– Puede hacerlo. Las mayores preocupaciones se dan durante el final del verano y a comienzos del otoño, cuando los murciélagos migran.

Tuvo la extraña sensación de que tenía algo en el pelo.

– Em, ¿los murciélagos migran?

Él asintió.

– Podría haberme pasado la vida sin saber eso.

– Quieren estar a tu lado tanto como tú quieres estar a su lado.

– Aja. Eso suena bien, pero no me lo creo. Creo que los murciélagos se echan muchas risas haciendo gritar a las chicas.

– Puede que sí. No había pensado en ello, pero podrías tener razón.

Él le enseñó un fragmento de un DVD y unas cuantas fotografías más antes de darle un mapa de la zona.

– Aquí está la granja de molinos más cercana -dijo él señalando el mapa-. Puedes ir conduciendo hasta allí si quieres verlos en persona. La zona está vallada, pero puedes acercarte bastante con el coche para hacerte una idea del tamaño y del ruido -sonrió-. Ve durante el día y así evitarás a los murciélagos.

– Tomo nota -dijo ella mientras agarraba el mapa-. Gracias. Aprecio toda la información.

Comenzaron a caminar hacia el edificio principal.

– ¿Te gusta la vida en una pequeña ciudad?

– Es genial, aunque sigo aprendiéndome el nombre de todo el mundo.

– Llevará un tiempo. Os he visto a Josh Golden y a ti juntos algunas veces.

Habló con un tono natural, desinteresado, pero ella pensaba que el comentario no lo era.

– No estamos juntos -se apresuró a decir-. Me ha enseñado una casa que sale al mercado y estamos juntos en un comité. Nada más.

Ethan se rió.

– Las mujeres no suelen hacer nada por evitar que las relacionen con él.

Ella se estremeció.

– No pretendo decir que no me cae bien -se detuvo-. No de esa forma…

Era casi verdad, se recordó. Querer tener sexo con alguien no era lo mismo que el hecho de que te gustara la persona. Las erráticas hormonas funcionaban a su antojo, mientras que su mente estaba más preocupada por las cualidades internas de un hombre.

– Ya… -dijo Ethan con unos ojos cargados de humor.

Ella suspiró.

– La celebridad local es todo un desafío. No sé qué decir.

Ethan la miró.

– No es un mal tipo.

– Pensé que no os llevabais bien -dijo ella antes de llevarse las manos a la boca-. Lo siento -farfulló dejando caer la mano-. La gente habla y a veces escucho.

– Lo comprendo. No te preocupes por ello -siguió caminando-. Lo que fuera que pasara entre Josh y yo sucedió hace mucho tiempo. ¿Alguna vez has ido a una carrera?

Ella negó con la cabeza.

– Siempre hay una multitud. Los ciclistas van en pelotones, tan juntos que el error más leve puede hacer que caigan prácticamente todos. Las velocidades son increíbles. En el tramo de la pendiente abajo, decir ochenta o cien kilómetros por hora no es imposible. Lo que me pasó no fue culpa de Josh. En realidad fui yo el que se chocó contra él, pero fui yo el que cayó.

– Entonces, ¿por qué no os habláis?

Ethan le sonrió.

– Eso tendrás que preguntárselo a Josh.

Llegaron al coche.

– Gracias por el tiempo -le dijo ella-. Gracias por el recorrido y por la lección sobre murciélagos.

– Cuando quieras.

Se despidió de ella y volvió al despacho.

Ethan caminaba con largas zancadas y sólo una leve cojera. Estaba soltero, era guapo y encantador… Y ella no sentía absolutamente nada en su presencia.

Josh alzó la mirada cuando Marsha y Pia entraron en su despacho. Eddie le hizo una señal con la mano desde su mesa y después le dio la espalda, como si estuviera diciendo en silencio que eso no era asunto suyo.

– ¿Lo has oído? -le preguntó Pia dejándose caer en una de las sillas delante de su escritorio-. Se ha cancelado una gran carrera de bicis y quieren encontrar una nueva ubicación. Acaban de llamarme. Es fantástico.

– Sí. Que una empresa tenga que cancelar un evento porque está perdiendo dinero es motivo de celebración -dijo Marsha con sequedad-. Tal vez el año que viene descubriremos que hay cierres de empresas y podamos celebrar fiestas.

Pia puso los ojos en blanco.

– Ya sabes lo que quiero decir. Está claro que no quiero que nadie pierda su trabajo, pero eso no tiene por qué ser malo para la caridad. No si alguien tiene que hacerse cargo, cosa que vamos a hacer nosotros -le dio a Josh una hoja de papel-. Sé qué estás pensando. Ya vamos a celebrar la Carrera hacia la Cura, pero ésa es para corredores. Y sólo dura un día. Esto es mucho más. Un gran evento, decenas de atractivos ciclistas y hoteles llenos. Están desesperados y ahí es donde entramos nosotros.

– ¿Nosotros quién? -preguntó él, haciéndose una buena idea de hacia donde iba la conversación.

– ¡La ciudad! -le dijo Pia con aire triunfante-. He estudiado los costes y las expectativas y sé que podemos lograrlo. Trasladaremos la carrera de bicis al completo a Fool's Gold. Es un fin de semana tranquilo, así que hay muchas habitaciones de hotel. Ya he tanteado y casi he reservado todas las habitaciones vacías desde Sacramento hasta aquí. Hoteles llenos. Ya sabes cómo nos encanta esto.

Marsha lo observó y él vio la preocupación en su mirada.

– La ciudad no puede cubrir todos los gastos -comenzó a decir él.

– Lo sé, pero ya estoy hablando con algunas empresas -le dijo Pia dejando una carpeta sobre la mesa-. Si sueltan el dinero del premio, vamos bien. El resto del trabajo pueden hacerlo voluntarios, ya sabes cómo le gusta a esta ciudad un nuevo proyecto. Sobre todo cuando ese proyecto te apoya.

«Otra vez con lo mismo», pensó él.

– ¿En qué sentido me apoya?

– Son carreras de bici, Josh -le dijo Pia-. Es lo tuyo. Estaba pensando en que tuviéramos un pequeño desfile y que tú fueras el gran mariscal. Después puedes entregar los premios en la meta. Ya sabes, la vieja guardia, la nueva guardia.

Bien. Porque el punto de interés sería entregar dinero en metálico a tipos con los que solía correr, tipos que seguían compitiendo.

– O incluso podrías competir -añadió ella guiñándole un ojo-. Podrías anunciar tu regreso, sería una gran inyección de publicidad. Es para los niños enfermos, Josh.

– Siempre lo es.

Marsha se inclinó hacia Pia.

– Creo que lo has asustado. ¿Por qué no le das un par de días para que piense en ello?

– De acuerdo, pero no tenemos mucho tiempo. Odiaría ver que alguna otra ciudad nos arrebata esta oportunidad.