– Eso sería muy malo -dijo Josh cuando Pia se levantó y se marchó. Centró su atención en Marsha-. ¿Qué crees?
– Pia es una chica lista.
– Quieres que se celebre la carrera.
Marsha lo observó.
– Quiero que te sientas cómodo con la decisión que tomes. Es una gran oportunidad, pero habrá otras.
Cuando había sido un niño y su madre lo había abandonado en la ciudad, había estado más solo y asustado de lo que estaría cualquier otro niño de diez años. Denise Hendrix lo había adoptado. Ethan se había convertido en su mejor amigo, había sido uno de siete niños en una familia feliz, ruidosa y cariñosa. Pero había habido momentos en los que no se había sentido como si de verdad encajara.
Cada vez que la vida en la casa Hendrix lo había sobrepasado, Marsha pareció saberlo. Se pasaba a verlo a última hora de la tarde y lo llevaba a cenar. En la tranquilidad de un restaurante local, él se sentía cómodo hablando de lo que fuera que lo inquietaba mientras ella escuchaba, en lugar de darle consejos, y la mayoría de las veces con eso bastaba.
Nunca habían hablado sobre lo sucedido durante la última carrera. Cuando había vuelto a Fool's Gold, ella le había dicho que se sentía mayor y frágil y había insistido en que él pasara la primera semana en su habitación de invitados. Pero no había logrado engañarlo. En Marsha no había ninguna fragilidad. Lo cierto era que no había querido que estuviera solo y él le había seguido la corriente.
Nunca habían hablado ni de la muerte de Frank ni del miedo de Josh, pero sospechaba que ella se lo había imaginado todo, y esa teoría quedó confirmada cuando ella dijo:
– Tienes una elección. Enfréntate a los demonios o sigue huyendo de ellos.
– No es tan sencillo.
– ¿Por qué no? Ethan resultó lesionado y tú seguiste adelante.
– Me sentí culpable -pero Marsha tenía razón. Él había salido adelante, aunque aquello había sido distinto. La muerte de Frank le parecía más culpa suya-. No hay modo de enfrentarse a ellos sin que la gente lo sepa.
– ¿Qué crees que sucederá si todo el mundo descubre la verdad sobre ti?
Mil cosas en las que no quería pensar.
– Deberías confiar más en nosotros -dijo ella levantándose-. Confía en quienes te queremos. Eres más que un famoso, Josh. Siempre lo has sido.
Tal vez, pero ¿era suficiente?
– Huir no ha funcionado hasta el momento -dijo Marsha mientras caminaba hacia la puerta- y puede que haya llegado el momento de que elabores un nuevo plan.
Robert invitó a Charity a su casa para cenar. Le prometió carne a las brasas y las mejores ensaladas que la cafetería de la esquina podía ofrecer. Charity esperaba que si salía con Robert y podían charlar sin presiones y sin la posibilidad de que ella viera a Josh al fondo de un restaurante, pudiera acabar sintiendo algo de interés por él.
Se podía ir caminando desde el hotel hasta su casa situada, ¡cómo no!, en un campo de golf. Las casas eran en su mayoría de dos plantas con ventanales y jardines delanteros bien cuidados. La de Robert no era una excepción, aunque parecía un poco más nueva y mejor conservada que las del resto de la manzana.
– Hola -dijo ella cuando Robert abrió la puerta-. He traído vino.
– Eso es algo que me encanta en una mujer -respondió Robert tomándole la mano y haciéndola entrar antes de besarla en la mejilla-. Estás guapísima.
– Gracias.
Llevaba una falda vaquera corta con sandalias de tacón alto y una camisola de seda en color melocotón. Comprar ropa había generado un interesante efecto dominó y así, cuando había empezado a prestarle atención a su aspecto, se había visto pensando en cosas como reflejos en el pelo y pedicuras. Pediría cita en la peluquería y ya de paso averiguaría si allí también podían arreglarle las uñas.
Había visitado un gran almacén de descuentos y había comprado un montón de maquillajes y cosméticos nuevos para probar, incluyendo un exfoliante de jazmín que había estado usando en la ducha. «¡Qué divertido es ser chica!», pensó mientras se preguntaba cómo podía haberse permitido olvidarlo.
– ¿Te la enseño? -le preguntó él.
– Me gustaría.
El piso principal tenía altos techos. El salón comunicaba con un comedor muy formal y ambos tenían muebles bonitos que parecían muy caros. La gran televisión y el equipo de sonido no habrían desentonado en una sala de cines. Había una pequeña barra de bar empotrada en un hueco junto al pasillo, y la cocina estaba en la parte trasera. El patio estaba lleno de macetas y tenía una gran barbacoa.
Él la abrió y sirvió dos copas. Una vez habían brindado y bebido, salieron al patio.
– Tienes un jardín impresionante -dijo ella-, aunque no sé mucho sobre plantas.
– A mi madre le gustaba escarbar en la tierra y comencé a ayudarla cuando era un niño. Puedo hacer que crezca prácticamente cualquier cosa, y eso es tanto una bendición como una maldición -señaló una docena de pequeños tiestos colgando de la valla; de cada uno asomaba una clase de planta distinta-. Hierbas aromáticas.
– ¿Las cultivas tú?
– Mi exprometida y yo lo hacíamos juntos. Plantábamos las semillas y después, cuando las cosas no funcionaron, no pude dejarlo. Seguían creciendo. No cocino mucho, así que no puedo darles uso y por eso cada unas pocas semanas, llevo bolsas a la oficina. Cuando tengas tu casa, podrás llevártelas y usarlas cuando quieras.
– Eso suponiendo que sepa cuáles son y qué puedo hacer con ellas.
– Hay libros para eso.
– Al parecer, tendré que encontrar pareja.
¿Lo pensaba sólo ella o era extraño mantener un huerto de hierbas nacido de una relación anterior? Sobre todo cuando Robert no las utilizaba…
Tal vez no fuera tan extraño, se dijo ella. Estaba claro que era un gran jardinero y eso estaba muy bien. No podía ser crítica si quería conocer mejor a ese hombre.
– ¿Tu madre tenía un jardín grande? -preguntó ella.
– Como un cuarto de acre. Mis padres eran mayores cuando nací y habían renunciado a tener un hijo. Al vivir en una ciudad pequeña no tuvieron acceso a un especialista en fertilidad. No sé por qué no adoptaron nunca.
Él le indicó que se sentara en una de las sillas de mimbre del patio y después se sentó a su lado.
– Estaban emocionados con la idea de tenerme, pero estaban un poco chapados a la antigua. No querían que me marchara de donde vivía para ir a la universidad, así que estudié allí. Después de graduarme y conseguir mi primer trabajo, viví en casa un tiempo. Para entonces papá ya se había ido y mi madre estaba teniendo problemas para desenvolverse sola.
– Fue muy amable por tu parte.
Él se encogió de hombros.
– Eran mis padres. Tenía que cuidar de ellos. Cuando mamá murió, decidí marcharme de la ciudad.
– ¿No tenías a nadie especial que te retuviera allí?
– No. No salía mucho con chicas. Mi madre prefería que pasara con ella el poco tiempo libre que me quedaba.
Al oír eso, una música de película de terror sonó dentro de su cabeza. Charity se dijo que Robert era simplemente uno de esos pocos chicos buenos que quedaban, pero no estaba segura de creerlo del todo. Ya había tenido bastantes desastres en el pasado como para no buscar señales de aviso. ¿De verdad estaba recibiendo algún aviso o simplemente estaba comparando a Robert con Josh?
Descubrir la verdad era todo un desafío dada su reacción física cada vez que veía a Josh. Ningún hombre podía competir con eso, pensó con tristeza. ¿Los Robert del mundo estaban destinados a quedar eclipsados por los que eran especiales?
– Me gusta vivir aquí -dijo él-. Sin complicaciones. Por lo menos no las había hasta que descubrimos que había desaparecido dinero.
Cierto. Los setecientos cincuenta mil dólares desaparecidos.
– Supongo que se llevará a cabo una investigación -dijo ella.
– Ya ha empezado. El Ayuntamiento va a traer a alguien para haga una auditoría de los libros de cuentas. Es mucho dinero.