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Había un gran escritorio, dos banderas; la de Estados Unidos y la de California, y una pequeña mesa de reuniones para seis junto a la ventana.

En una esquina había un pequeño grupo de personas charlando, entre los que se encontraban Marsha y Josh, recostado en un sofá, impresionantemente guapo y como si estuviera en su casa.

Marsha, una mujer atractiva, bien vestida y ya entrada en los sesenta, le sonrió y se levantó.

– Precisamente estábamos hablando de ti, Charity. Has tenido una mañana muy ocupada. Felicidades. Josh estaba contándome que has convencido a Bernie para que firme la declaración de intenciones.

Charity se acercó a ellos e hizo todo lo que pudo por resultar agradable sin mirar a Josh. Cuando cometió el error de encontrarse con sus ojos verde avellana, estuvo segura de haber oído de fondo el tema principal de Lo que el viento se llevó.

Josh se levantó y le lanzó una sonrisa que hizo que se le encogieran los dedos de los pies dentro de sus zapatos de salón.

– No nos han presentado formalmente -dijo él extendiendo la mano-. Soy Josh Golden.

Dados los síntomas que ya había experimentado, no quería estrecharle la mano, ya que el contacto físico podía provocarle un paro cardíaco o algo más embarazoso todavía. Tragó saliva, tomó aire y se preparó.

Pero cuando la gran mano de Josh rodeó la suya, unas chispas más grandes incluso que las que habían matado a su ordenador saltaron entre ellos. Le dio un vuelco el estómago, sus partes íntimas despertaron y casi se esperó ver fuegos artificiales.

– Señor Golden -murmuró mientras se dejaba caer en una silla evitando pensar que, gracias a Sheryl, había visto su trasero desnudo.

– Por favor, llámame Josh.

«¿Y cuántas mujeres gritan ese nombre regularmente?», se preguntó centrando su atención en la alcaldesa.

– Josh está exagerando el papel que he desempeñado en la reunión -dijo, complacida de ver que podía hablar y pronunciar una frase seguida-. Él sabía lo de la oferta de la tierra que era lo que impedía que la universidad firmara. Una vez se tratara ese aspecto, los demás problemas quedarían solucionados.

– Entiendo -Marsha miró a Josh, que se encogió de hombros con modestia.

Dado el hecho de que era un deportista famoso y que se sentía tan cómodo luciendo su trasero ante las cámaras, se habría esperado que aprovechara toda oportunidad de poder ser la estrella del momento, pero no fue así.

– Tenemos la declaración de intenciones -continuó Charity-. Le diré a Sheryl que convoque una reunión para seguir moviéndonos. Con las licencias de construcción preparadas, podemos acelerar el proceso y lograr que el complejo de investigación se construya rápidamente.

– Excelente -Marsha le sonrió-. ¿Por qué no vas a instalarte? Has estado muy ocupada tus primeras horas aquí. Mañana almorzaremos para que puedas contarme cómo te va.

– Gracias -Charity se levantó-. Encantada de conocerte, Josh -dijo alejándose de él a la vez que caminaba hacia atrás para que él no pudiera volver a estrecharle la mano.

Una vez estuviera a salvo en su despacho, lo primero que haría sería hablar seriamente consigo misma. Ella jamás, ¡nunca en su vida!, había reaccionado así ante un hombre, y resultaba más que embarazoso porque esa sensación tenía el potencial de interferir con sus capacidades para desarrollar su trabajo. Podía aceptar que algún fallo genético le hiciera elegir siempre al chico equivocado, pero no se permitiría actuar como una groupie o una loca hambrienta de sexo cuando estuviera cerca de él. Fool's Gold era un lugar pequeño y lo más normal era que se encontraran por la calle, y precisamente por eso tenía que controlarse y controlar sus hormonas.

Tenía que haber una explicación razonable, se dijo con firmeza. No había estado durmiendo bien o tal vez tenía carencia de vitamina B o no comía suficiente brócoli. Fuera la causa que fuera, la descubriría y le pondría solución. Se negaba a vivir nerviosa y sintiéndose débil; era una chica fuerte y autosuficiente y no iba a permitir que un tío bueno con el trasero como el de un dios griego le estropeara el día.

– ¿Y bien? -preguntó Marsha cuando Charity se había ido.

«Dos simples palabras con miles de significados», pensó Josh. ¿Qué les pasaba a las mujeres con el lenguaje? Podían hacer que a un hombre se le pusieran los pelos de punta sin esforzarse demasiado y ésa era una habilidad que admiraba y temía a la vez.

– Es inteligente y simpática.

Marsha enarcó las cejas.

– ¿No te parece que es guapa?

Él se recostó en el sofá y cerró los ojos.

– Ya empezamos otra vez. ¿Por qué estás tan obsesionada con emparejar a todo el que conoces? He estado casado, Marsha, ¿te acuerdas? Y no salió bien.

– Pero no fue culpa tuya. Era una zorra.

Él abrió un ojo.

– Creía que te caía bien Angelique.

– Me preocupaba que si se quedaba mucho tiempo bajo el sol el calor derritiera todo el plástico que se había metido en el cuerpo.

Él se rió.

– Era una posibilidad -su exmujer había tenido una belleza natural, pero no había descansado hasta tener un físico extraordinario.

– Bueno, ¿entonces te gusta? -preguntó Marsha.

Tenía la sensación de que ya no estaban hablando sobre su exmujer.

– ¿Por qué importa mi opinión?

– Porque sí.

– Muy bien. Me gusta. ¿Contenta?

– No, pero es un comienzo.

Estaba acostumbrado a las casamenteras y suponía que si tenía que vivir bajo una maldición, ésa no era una tan mala. Demasiadas mujeres le ofrecían todo lo que él pidiera, pero era una pena que estar con ellas no solucionara su verdadero problema.

Se levantó.

– Te dije que cuidaría de ella y lo haré. No sé qué te preocupa. Esto es Fool's Gold, aquí no pasa nada -razón por la que él había regresado a casa. Era un lugar genial para escapar, o lo había sido, porque últimamente era como si el pasado estuviera acechándolo.

– Quiero que Charity sea feliz -dijo Marsha-. Quiero que encaje aquí.

– Cuanto más tardes en contarle la verdad, más se enfadará.

Marsha frunció los labios.

– Lo sé. Estoy esperando el momento adecuado.

Él se acercó, se agachó y le dio un beso en su arrugada mejilla.

– Nunca hay un buen momento. Tú misma me lo enseñaste.

Se puso derecho y fue hacia la puerta.

– Podrías llevarla a cenar -le dijo Marsha.

– Podría -respondió él al marcharse.

Podía pedirle salir a Charity, pero ¿después qué? En cuestión de días habría oído suficiente sobre él como para pensar que ya lo sabía todo. Después de eso, o estaría ansiosa por descubrir si era verdad lo que se decía o directamente pensaría que era la escoria de la sociedad. A juzgar por sus cómodos y funcionales zapatos y por su vestido conservador, suponía que lo vería como escoria.

Cruzó el vestíbulo ignorando la vitrina de cristal que guardaba la camiseta amarilla que había llevado durante su tercer Tour de Francia. Salió al sol de la mañana y, al ver a Ethan Hendrix saliendo de su coche, deseó no haberlo hecho. Ethan había sido su mejor amigo.

Se movía con soltura; después de todo este tiempo, la cojera ya casi había desaparecido y era prácticamente imperceptible para cualquiera. Pero Ethan no era un cualquiera. Él había sido uno de los mejores ciclistas de competición y Josh y él iban a participar en el Tour de Francia juntos mientras seguían en la facultad. Habían pasado horas entrenando y gritándose insultos entre bromas diciéndose quién sería el ganador. Después del accidente, sólo Josh había logrado participar y se había convertido en el segundo ganador más joven en la historia de la carrera. Henri Cornet había sido veintiún días más joven que él cuando ganó en 1904.