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Ethan miró al otro lado de la calle y sus ojos se encontraron. Josh quería acercarse a su antiguo amigo y decirle que ya había pasado mucho tiempo y que ambos tenían que superarlo, pero a pesar de los mensajes de texto que le había enviado, Ethan nunca le había respondido. Nunca lo había perdonado. Y no por el accidente, ya que había sido culpa de Ethan, sino por lo que había sucedido después.

En cierto modo, Josh no podía culparlo. Después de todo, él tampoco se había perdonado a sí mismo.

Al día siguiente, Charity desembaló su pequeña caja de objetos personales y después se metió de lleno en las tareas de la mañana. Había pensado en varias ideas para llevar negocios a Fool's Gold y quería presentárselas a la alcaldesa. Después de imprimir sus informes preliminares, se familiarizó con el raro sistema de e-mails de la ciudad y se quedó sorprendida cuando levantó la mirada y se encontró allí a la alcaldesa junto a la puerta.

– ¿Ya son las once y media? -preguntó, incapaz de creer cómo había volado el tiempo.

– Pareces muy ocupada -dijo Marsha-. ¿Retrasamos nuestro almuerzo?

– No, claro que no -sacó su bolso del último rajón del escritorio, se levantó y se estiró la chaqueta del traje-. Estoy lista.

Bajaron la ancha escalera y salieron a la soleada calle.

El ayuntamiento estaba en el centro de la ciudad y unas antiguas farolas flanqueaban la amplia acera. Había árboles añejos, una barbería y una heladería que anunciaba batidos pasados de moda. Tulipanes y azafranes de primavera crecían en jardineras situadas delante de los distintos establecimientos.

– Esta ciudad es preciosa -dijo Charity mientras cruzaban la calle en dirección al restaurante de la esquina. Bordearon una boca de alcantarilla donde dos mujeres obreras estaban preparando su equipo de trabajo.

– Es tranquila -murmuró Marsha-. Demasiado tranquila.

– Y ésa es una de las razones por las que me contrataste -Charity sonrió-. Para traer a la ciudad negocios y empleo.

– Exacto.

– He pensado en algunas ideas -le dijo Charity, sin estar segura de si se trataba de un almuerzo de trabajo o un almuerzo social para conocerse mejor.

– ¿Cuántas de ellas serán dirigidas y desempeñadas principalmente por hombres?

Charity se detuvo delante del restaurante preguntándose si había entendido bien la pregunta de la alcaldesa.

– ¿Cómo dices?

Los azules ojos de Marsha danzaron con diversión.

– Te he preguntado por los hombres. Oh, no te asustes. No es por mí, es por la ciudad. ¿No te habías fijado?

Charity sacudió la cabeza lentamente, preguntándose si la alcaldesa se había dado un golpe en la cabeza o estaba tomando una medicación de efectos cuestionables.

– ¿Fijarme en qué?

– Mira a tu alrededor -le dijo la alcaldesa-. Muéstrame dónde están los hombres.

Charity no tenía la más mínima idea de qué estaba hablando.

– ¿Hombres… hombres?

Detenidamente, examinó la calle que las rodeaba. Había dos obreras, una mujer con un uniforme de cartero repartiendo correo y una joven pintando un escaparate.

– No veo ninguno.

– Exacto. Fool's Gold tiene una grave escasez del hombres. Es parte de los motivos por los que te contraté. Para que traigas más hombres a nuestra ciudad.

Dos

El restaurante Fox and Hound era como una versión americana de un clásico pub inglés. Bancos, una larga barra de madera y grabados de caza ingleses en la pared. A Charity le pareció un lugar encantador y más tarde, cuando pudiera observarlo más detenidamente, no se le escaparía ningún detalle del local. Ahora lo único que podía hacer era seguir a la alcaldesa hasta una mesa tranquila junto a la ventana.

Se sentó enfrente de ella y apretó los labios. No diría una palabra hasta que Marsha se explicara.

– El problema comenzó hace años -dijo Marsha al instante-. Los hombres se marcharon para encontrar un trabajo mejor y no volvieron. Eso sucedió en mi época y, por alguna razón, no ha mejorado. Cuando se publique el censo del 2010 será un desastre, tanto a ojos de la prensa como en el modo en que la ciudad se ve a sí misma. Si no traemos aquí algunos hombres para que nuestras jóvenes se casen, entonces ellas también empezarán a marcharse y la ciudad morirá. Pero eso no pasará mientras yo esté al cargo.

La alcaldesa hablaba con intensidad y determinación.

Charity había agarrado su vaso de agua, más que nada para ganar tiempo. ¿Escasez de hombres? ¿Era una broma? ¿Formaba parte de un ritual de iniciación a la ciudad?

– Hay muchos negocios que tradicionalmente son llevados por hombres -comenzó a decir lentamente-. Si es que hablas en serio.

– Hablo en serio -Marsha se inclinó hacia ella-. Fool's Gold fue una ciudad fundada en la década de los setenta del siglo XIX durante la fiebre del oro. Creció y prosperó y cuando el oro se acabó, justo con la llegada del nuevo siglo, comenzaron los problemas.

Una camarera apareció allí con las cartas, tomó nota de la bebida y se marchó.

– Desde el punto de vista geográfico podemos sentirnos afortunados -siguió diciendo Martha- y gracias a eso no desaparecimos. El complejo hotelero de esquí se construyó en los años cincuenta y los viñedos situados al oeste de aquí tienen por lo menos sesenta años. Hasta el momento nos mantenemos, hay mucha industria y pequeños negocios. Ethan Hendrix, por ejemplo, tiene una empresa de construcción que se ha expandido y eso trae a algunos hombres, pero no es suficiente.

Marsha se encogió de hombros.

– No dejo de decirme que debería estar encantada por el gran número de mujeres que contrata, por el tema de la igualdad y todo eso, pero no puedo. Los hombres se marchan de aquí y no sabemos por qué. ¿Topografía? ¿Una maldición aborigen? El caso es que se nos está yendo de las manos. A las mujeres jóvenes les está resultando difícil encontrar marido y, lo que es peor, los pocos hombres que tenemos suelen encontrar a sus esposas en otra parte.

Charity hizo todo lo que pudo por parecer tanto inteligente como interesada en el tema a la vez.

– Entiendo que es una situación difícil -intelectualmente comprendía que una población en crecimiento era esencial para que toda ciudad sobreviviera, pero… ¿escasez de hombres? ¿En serio?-. ¿Habéis investigado lo del tema de la maldición aborigen? -preguntó cuando no se le ocurrió nada más.

Marsha se rió.

– Los únicos aborígenes que vivieron en las colinas no eran de los que lanzaban maldiciones. Lo que pienso es que si traemos negocios a la ciudad no creo que tuviera nada de malo limitarnos a ésos que tradicionalmente desempeñan los hombres, como ingeniería, tecnología, un segundo hospital. Es cierto que los hospitales también contratan a mujeres, pero eso nos daría una gran base de empleo.

Sí, claro, ¡como si Charity pudiera conectarse a Internet y encargar un hospital, así, sin más! Respiró hondo. Necesitaba procesar la información. ¿Escasez de hombres? Jamás en su vida había oído algo así, aunque tampoco podía culpar a la alcaldesa por no haberlo mencionado durante las entrevistas de trabajo. Eso sí que habría sido una buena forma de aterrorizar a los candidatos.

– Durante los próximos días, a medida que vayas conociéndolo todo por aquí, quiero que hagas un recuento mental y podrás ver por ti misma que hay una gravísima escasez de hombres. Mi gran temor es que corra la voz y que un periodista de alguna parte lo descubra y empiecen a inventarse historias sobre la ciudad.

– ¿No os ayudaría recibir tanta atención?

– Esta ciudad es especial para todos nosotros. No nos interesa que se crean que somos unos bichos raros; lo único que necesitamos es equilibrar nuestra población.

Charity pensó en Josh Golden; era un hombre que perfectamente valía por tres. La alcaldesa Marsha debería casarlo con una de las solteras de allí.