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– Me sorprende tratándose de una chica tan guapa. Tenía que haber alguien.

No era un tema del que Charity quisiera hablar, y menos, con tanto público.

– En realidad no.

– Mi primer marido era un fracasado -dijo Julia-. Me engañaba, y eso podía soportarlo, pero después mentía y eso no lo soportaba. Lo seguí hasta la calle con una sartén en la mano y jamás volvió. ¡Qué alivio!

– Todos los hombres engañan -dijo una clienta.

– No todos -protestó otra-. Algunos no.

– Dime uno.

– Mi Arnie. Es un buen hombre.

Julia se acercó a Charity.

– Y feísimo. Un encanto, pero tendrían que tener las luces apagadas todo el tiempo.

Charity hizo lo que pudo por meterse en la conversación.

– ¿Josh ha engañado a una mujer alguna vez? -preguntó alguien.

– No, que yo sepa. Fue fiel a su mujer, aunque no se lo mereciera. ¡Vaca estúpida!

Josh había dicho ser fiel y Charity lo había creído, aunque pudiera parecer tonta por ello. Después de sus dos desastrosas relaciones, no había querido correr riesgos con la tercera y le había pedido a un amigo policía que le consiguiera un informe de antecedentes. Estaba limpio. Comprometido con alguien que vivía en Los Angeles, pero limpio.

Dolida pero decidida a aprender de otro error más, Charity había aceptado un empleo en Fool's Gold como una forma de volver a empezar. Tal vez tener una historia tan pública formaba parte del atractivo de Josh, pensó. Así no tenía que preocuparse por los secretos. Todo el mundo en la ciudad sabía lo más importante de él.

Estuvo unos veinte minutos bajo el secador y después disfrutó de un maravilloso masaje mientras le lavaban el pelo. Cuando volvió a la silla de Julia, la peluquera la giró apartándola del espejo.

– No quiero que veas nada hasta que haya terminado.

Charity sintió un nudo de pavor en el estómago.

– Supongo que eso significa que tendré que confiar en ti.

– Te alegrarás, te lo prometo.

– Ésa es una gran promesa.

Una de las señoras más mayores había terminado. Con su pelo canoso bien peinado y cubierto de laca, se puso la chaqueta y en lugar de marcharse, se acercó a Charity.

– Recuerdo cuando Josh llegó aquí. Su madre era terrible. Él había tenido una caída muy grave y caminaba con muletas. Nunca había visto algo que me diera tanta lástima. Tardaba casi quince minutos en recorrer una manzana y le costaba mucho llegar al colegio todos los días. Pobre chico. Llevaba la ropa rota y estaba más flaco que un gato callejero. Me rompía el corazón. Y entonces un día ella se marchó.

Charity conocía la historia, pero nunca la había oído contada con tanta claridad.

– Ninguno sabíamos qué hacer -añadió otra mujer-. No queríamos mandarlo a un orfanato, pero no había mucha elección. Entonces Denise Hendrix se ofreció a acogerlo en su casa y los demás ayudamos a la familia y a pagar los gastos médicos de Josh.

La primera mujer asintió.

– Necesitó una operación para reparar la lesión de sus piernas y después rehabilitación. Por eso empezó a montar en bici, para fortalecerlas. Ethan también montaba -le dio una palmadita a Charity en el brazo-. Por eso Josh es muy especial para nosotros. Siempre lo ha sido. Te has llevado a un gran hombre.

– Gracias.

La mujer hizo ademán de marcharse, pero se detuvo y con expresión astuta le preguntó:

– ¿Ya te ha pedido matrimonio?

Charity sintió un rubor tiñendo sus mejillas. Querría estar en cualquier parte menos ahí.

– Estamos saliendo, conociéndonos.

– Yo no me preocuparía por si me pide matrimonio o no. Hay un peligro mayor.

Varias mujeres se rieron, pero Charity no lo captó hasta que una de ellas añadió:

– ¿Tienes antojos, cielo?

– No, estoy bien. Pero gracias por preguntar.

– Dejadla tranquila -dijo Julia con firmeza-. ¡Todas! Vais a asustarla y no volveremos a verla.

La mujer se despidió y se marchó y la conversación pasó a centrarse en temas más soportables para Charity. Julia sacó el secador y una vez que lo encendió, ella ya no pudo oír nada… Mejor así.

Se prometió que jamás, nunca, volvería a ir a la peluquería. A quien sí que iría a ver era a Morgan, seguro que él no le hacía tantas preguntas personales.

Preguntar por Josh era una cosa, pero sugerir que podía estar embarazada era demasiado descarado. E irritante. Que todos conocieran a Josh no significaba que tuvieran el derecho de meterse en su vida privada. Había unas reglas en la sociedad educada y…

– Vamos allá -dijo Julia mientras giraba la silla.

Charity, un poco harta de las bromitas, estaba preparada para pagar y salir corriendo, pero cuando se vio en el espejo, no pudo moverse. Sólo podía mirar.

Su antes aburrido color castaño ahora era más vivo y brillante con unos toques de dorado y una pizca de rojo en los mechones. Pero lo más impresionante era el corte.

Julia se lo había dejado justo por debajo de la barbilla y el flequillo despuntado hacía que sus ojos parecieran enormes. Cuando movió la cabeza, su cabello se sacudió y volvió a quedar en su sitio a la perfección. Era el mejor corte que le habían hecho en la vida.

– ¡Es perfecto! Me encanta.

– Bien. ¿Tienes un cepillo redondo grande?

Charity asintió con la cabeza, sobre todo para ver cómo se movía su pelo.

Julia le enseñó cómo darle forma y le explicó qué productos funcionaban mejor y cómo emplearlos. Charity escuchó con atención, pagó y le dejó una propina. El hecho de que todo el mundo hablara de ella una vez que se hubiera marchado no le importó en absoluto. No, cuando su pelo estaba tan genial.

Volvió caminando al hotel mirando su reflejo ahí donde podía y sonriendo al ver cómo se movía su pelo. Cuando pasó por delante de la librería de Morgan, el anciano asomó la cabeza por la puerta abierta.

– Estás guapísima, señorita.

Ella se rió.

– Gracias.

– Espero que Josh sepa que es un hombre con suerte.

– Se lo diré por si no lo sabe.

– Hazlo.

Ahora que se sentía de maravilla podía pensar en la conversación de la peluquería y decirse que nadie había pretendido molestarla. Josh era importante para ellos y ahora que salía con él, ella también formaba parte del juego. Sin embargo, las cosas se les habían ido de las manos con el tema del embarazo, no era un asunto con el que bromear. Eso sí que sería un desastre. Un embarazo no planeado…

Se detuvo delante del hotel y miró el bello y viejo edificio, pero en lugar de contemplar la impresionante arquitectura o las resplandecientes ventanas, se quedó mirando el calendario mental que tenía en la cabeza e intentó echar cuentas. Exactamente, ¿cuántos días habían pasado desde su último periodo?

Corrió adentro saludando distraídamente a los empleados del hotel cuando le dieron la bienvenida y, al llegar a la tercera planta, fue a su habitación, entró y cerró la puerta. Su agenda estaba en la mesa que había junto a la pared. Retrocedió hasta encontrar el día marcado con una pequeña margarita junto a la fecha, su anotación privada de la llegada de su periodo, y después contó hacia delante.

A medida que los días se acumulaban, iba invadiéndola el pánico. Contó una segunda vez y le salió el mismo número. Llevaba dos semanas de retraso. ¡Dos semanas!

Lo primero que pensó fue correr a la farmacia más cercana, comprar un test y descubrirlo, pero entonces pensó en toda la gente que la vería y en cómo se extendería la noticia por toda la ciudad en cuestión de minutos. Lo cual significaba que tendría que salir de la ciudad para comprarlo.

Se puso a buscar las llaves del coche cuando recordó la prueba de embarazo que Josh había comprado para Emily. Se la había dado a ella, que la había llevado a su habitación y la había dejado… ¿dónde?

Fueron dos minutos de frenética búsqueda por cajones, otros segundos más para entrar en el baño y hacer pis, y tres minutos de intranquilos paseos de un lado a otro de la habitación mientras esperaba.