– No, gracias -Charity se tocó el vientre. Hasta el momento no había tenido ni antojos ni malestar, pero no quería provocar las cosas.
– ¿Qué está pasando? Ha sucedido algo y supongo que ha sido con Josh.
Charity asintió.
– No sé por qué me he dejado creer que sería distinto. ¡Con la de chicos de los que podría haberme enamorado! ¿En qué estaba pensando?
– No estabas pensando. Ése es el problema. No pensamos cuando se trata de hombres. Sinceramente, no sé por qué Marsha está tan empeñada en traer a más hombres a la ciudad. No dan más que problemas.
Agarró la mano de Charity y la apretó con fuerza.
– Cuéntamelo desde el principio y dime qué es eso tan horrible que te ha hecho. Después, nos emborracharemos y lo insultaremos.
– No puedo.
Pia sonrió.
– No te preocupes. Encontraremos tu rabia, está justo debajo del dolor. Confía en mí, tengo muchísima experiencia en esto. Te haré maldecir y despotricar de formas que jamás creíste posibles.
Charity miró a su amiga.
– No, quiero decir que no puedo beber. Estoy embarazada.
Tenía que admitir que Pia reaccionó muy bien; su expresión no cambió ni un ápice y le habló con calma.
– ¿Estás segura?
– He hecho pis en un palito.
– ¿Y sólo has estado con Josh?
Eso hizo sonreír a Charity.
– ¿Te parezco alguien que se acostaría con más de un hombre?
– Podría pasar.
– Pues no. Estoy embarazada -repitió, más que para Pia para ella misma, para ir haciéndose más a la idea.
– ¿Y cómo te sientes? ¿Siempre habías querido tener hijos?
– Claro, ¿tú no?
Pia se encogió de hombros.
– Algunos días. Pero es mucha responsabilidad y los padres pueden estropear a un hijo. No estoy segura de querer arriesgarme a pasar por la tradición familiar de una devastación emocional. Pero no estamos hablando de mí. ¿Cómo te sientes?
– No lo sé. Emocionada, asustada -respiró hondo y buscó en su interior-. Feliz -dijo lentamente hasta que supo que era verdad-. Estoy feliz.
– ¡Pues no se hable más!-Pia volvió a apretarle la mano-. Serás una mamá genial.
– ¿Cómo lo sabes?
– Tienes personalidad, te preocupas de las cosas, te preocupas de la gente y tu abuela es Marsha y es increíble.
– Ésta no es la forma que habría elegido para hacer las cosas -admitió-, pero no me lamento.
Pia le soltó la mano y arrugó la nariz.
– Aun a riesgo de acabar con tu buen humor, supongo que Josh no se lo habrá tomado muy bien porque, de lo contrario, no estarías aquí.
– Le ha entrado el pánico -dijo Charity con un suspiro-. Farfullaba algo sobre solucionarlo y ha jurado que estaría a nuestro lado, pero después ha salido corriendo casi dejando marcas en el suelo como en los dibujos animados. No creo que pueda asumirlo.
Odiaba pensarlo y más todavía decirlo.
– No me había dado cuenta de que había creado una fantasía alrededor de Josh y que esa fantasía se ha desmoronado. Esperaba que estuviera emocionado con la noticia o por lo menos abierto ante la idea.
– Aun a riesgo de violar el código de chicas, tienes que darle un respiro. Le has dicho algo increíble y seguro que necesitaba un momento para asumirlo. Puede que te sorprenda.
– No en el buen sentido.
Pia sacudió la cabeza.
– Josh es un buen tipo y cuando las cosas se le han puesto difíciles, lo ha superado. Dale un voto de confianza.
– ¿Aunque haya salido corriendo?
– Vale, pues dale la oportunidad de hacer lo correcto. Ha dicho que estaría a vuestro lado.
– ¿Y qué significa eso? -empezó a mostrarse irritada-. Tal vez hará anuncios con el bebé para fabricantes de artículos de deporte infantiles. Eso es lo único que le interesa. Va a volver a competir y le importa volver a ser el hombre que era. Me lo ha dicho. Quiere volver a ese mundo, recuperarlo todo. Lo que le importa es ser famoso, quiere volver a ser el chico del póster.
Pia se quedó mirándola un buen rato.
– ¿Qué quieres tú? -le preguntó en voz baja.
– Quiero todo lo que él no quiere. Una vida tradicional, un marido, hijos, una casa y un perro -miró a Jake, que dormía-. O tal vez un gato. Quiero estabilidad, echar raíces y tener vecinos con los que ver pasar las estaciones. Quiero pasión y lealtad.
– ¿Se lo has dicho?
– No he tenido la oportunidad. Le he dicho que estaba embarazada y se ha ido.
– Volverá.
– Eso no cambiará nada -Charity se inclinó hacia su amiga-. Hace años que conoces a Josh. ¿Alguna vez te ha parecido ser un hombre casero?
– Tiene sus momentos.
– Vive en un hotel. Sabes que el ciclismo lo es todo para él. No, no el ciclismo ni la competición, lo que quiere es ganar. Quiere volver a ser un dios y en ese lugar donde quiere estar no hay sitio para la normalidad.
– Entonces, ¿vas a pensar lo peor de él sin pedirle lo que quieres ni darle una pista de qué puede hacer para hacerte feliz?
– ¿Qué? No. Eso no es justo.
– ¿No le has dicho lo que quieres?
– Ya te lo he dicho. No he tenido tiempo.
– ¿Y cuando vuelva a hablar contigo de esto se lo dirás? Sabes que lo hará. ¿Qué pasará entonces? ¿Se supone que tiene que leerte la mente?
– Si se preocupara por mí, ya sabría lo que quiero.
Las palabras carecían de peso y Pia se limitó a enarcar las cejas.
– Está bien, más o menos veo lo que quieres decir. Probablemente debería decirle a Josh lo que estoy pensando, es la postura más madura.
– Sé que no quieres que te hagan daño -dijo Pia.
Charity asintió.
– Lo amo. Estoy enamorada de él, pero el problema es que no creo que él esté interesado en amarme a mí.
– No lo sabrás hasta que hables con él.
– ¿Y cuando me aplaste como a un bicho?
Pia le sonrió afectuosamente.
– No sabes si lo hará.
– ¿De verdad te lo imaginas diciéndome que me quiere y que quiere estar conmigo el resto de su vida?
– Sí.
Ahora fue Charity la que sonrió, aunque sus sentimientos estaban más llenos de tristeza que de esperanza.
– No eres buena mintiendo.
– Creo que hay una posibilidad.
«Siempre había una posibilidad», pensó Charity con tristeza. Pero tal vez no era muy buena.
Dieciocho
Josh siempre disfrutaba estando en Los Angeles. Era una ciudad grande con un crecimiento desmedido y un cierto aire de engreimiento. Tal vez Nueva York era la que más despuntaba de todo el país y la zona central era la zona con corazón, pero Los Angeles era un lugar molón, chulo, y todo el mundo lo sabía.
Subió en el ascensor del aeropuerto hasta el piso donde recogería el equipaje y se acercó hasta una diminuta joven vestida con traje que sujetaba un cartel con su apellido.
– Aunque podría reconocerte en cualquier parte sin ayuda del cartel. ¿Cómo ha ido tu vuelo?
– Bien -respondió él-. Rápido.
– Yo prefiero que los míos duren -dijo de camino al coche.
Era bastante guapa, tendría entre veinte y treinta años, con una agradable sonrisa y un cuerpo que ningún traje conservador podía disimular. Hubo una época en la que Josh habría pensado lanzarle una invitación no muy sutil, pero hoy no era el día.
El vuelo desde Sacramento había tardado menos de una hora, casi lo mismo que duró el recorrido en coche hasta Century City.
Una vez allí, Josh tomó el ascensor hasta el piso treinta y dos donde un hombre alto y delgado estaba esperándolo. Las oficinas eran muy elegantes, algo típico en un bufete de abogados de esa categoría. Las moquetas eran lujosas, las vistas impresionantes y la sala de reuniones gigante.
Josh entró y saludó a la gente que estaba esperándolo. Había dos abogados, un asesor, tres antiguos entrenadores, un representante de una fábrica de bicis y un diseñador de calzado deportivo.