Después de las presentaciones y de que se sirviera café, se sentaron. Uno de los abogados, Pete Gray, fue el primero en hablar.
– Su propuesta ha sido interesante -dijo asintiendo hacia la carpeta que tenía delante-. Nuestros clientes están intrigados; ha reunido a unos sponsors excelentes y tiene el apoyo local. La ciudad quiere que esto llegue a término.
– Han ofrecido tierra y recorte de impuestos -dijo Josh-. No creo que pueda haber algo mucho mejor.
Todo el mundo asintió.
Pete continuó.
– Tenemos ofertas preliminares para la construcción y una de ellas es de Construcciones Hendrix. El propietario, Ethan Hendrix, nos propuso reducir en un cinco por ciento la oferta más baja que nos hayan hecho.
Josh no sabía nada.
– Su empresa trabaja muy bien. Serían mi elección preferida.
– Estamos elaborando un folleto informativo para nuestros clientes -continuó Pete-. Recomendamos que inviertan con una condición.
Josh había tenido una idea desde que supo que lo habían invitado a asistir a la reunión, pero no sabía qué pensar de ella.
– Queremos que dirijas la escuela.
Abrió la carpeta que tenía delante y, ya que él había reunido gran parte de la información que contenía, sabía lo que había dentro. Las imágenes de los niños montando en bici le eran familiares, como también lo era el plano del complejo. Habría espacio para entrenar, una pista interior, clases y salones de conferencias. Su idea siempre había sido integrar la escuela en la comunidad y con el tiempo empezaría a llevar expertos para que les dieran charlas a los vecinos sobre nutrición, cómo envejecer con salud y los distintos deportes que podían practicar según las estaciones.
– Yo nunca he dirigido algo así.
– Tienes varios negocios de éxito -dijo una mujer que él pensó que sería la asesora ejecutiva-. Sabes cómo sacarles provecho.
– No soy entrenador.
– No. Contratarás entrenadores -le dijo Pete-. Tienes la destreza y el nombre que buscamos. Ser Josh Golden ayuda a que los inversores muestren interés. Apuesto por ti, a menos que tengas pensado volver al ciclismo de manera profesional. He oído rumores.
– Voy a participar en una carrera y ya veré cómo sale.
Dos de los entrenadores parecían interesados. El tercero se mostró escéptico.
Sabía que el ciclismo profesional era un deporte duro y que estaría enfrentándose a un gran desafío si tenía pensado competir profesionalmente. El entrenamiento le robaría toda su vida y no podría comprometerse con nada más. No habría espacio para nada más, ni siquiera para el miedo.
Pero la gloria y la fama no eran lo que lo motivaban. Por el contrario, él quería encontrar esa parte de sí mismo que había perdido y una vez que la tuviera, ya no tendría que demostrar nada más. Si podía recuperarlo en una sola carrera, con eso le bastaría y ahí acabaría todo.
– Si fueras a volver al ciclismo profesional, ¿sabes durante cuánto tiempo sería?
– No más de un año o dos -dijo esperando que fuera mucho menos tiempo que eso.
Pete miró a los demás.
– Si se comprometiera a dirigir la escuela al retirarse, podríamos contratar mientras tanto a un administrador temporal -se giró hacia Josh-. ¿Estarías interesado?
– Puede.
Aunque lo atraía la idea de la escuela, lo que más le interesaba era que estar al mando de algo como la escuela de ciclismo significaba que tendría algo estable que ofrecerles a Charity y al bebé. Algo que la haría sentirse orgullosa de él.
No había hablado con ella desde que había descubierto que estaba embarazada, lo cual probablemente había sido un error, se dijo. Tenían que hablar sobre lo que estaba sucediendo y diseñar un plan de acción. Si podía explicarle que intentaría ser merecedor de estar a su lado, tal vez ella le daría una oportunidad.
Un hijo, pensó sin haberlo asumido aún. Iba a tener un hijo.
– ¿Nos lo comunicarás? -le preguntó Pete.
Josh asintió.
– Después de la carrera. Os diré si voy a dirigir la escuela y cuándo empezaría.
– Excelente. Queremos que estés en el consejo, eres una parte integral de este plan.
Se estrecharon la mano y después Josh volvió al garaje donde le esperaban el coche y el conductor.
Si no accedía a dirigir la escuela, perdería la financiación que necesitaba y, aunque probablemente podría encontrarla en otra parte, le llevaría tiempo. La ciudad necesitaba la escuela y eso significaba que todo dependía de él.
¿Era ésa la clase de trabajo que quería? ¿Podía y quería hacerlo?
Pensó en los chavales del instituto con los que montaba varias veces a la semana y cómo había pasado de estar aterrorizado a estar cerca de ellos subido a la bici, a ayudarlos a entrenar. Disfrutaba viéndolos mejorar y sabiendo que él era el responsable de ese cambio. Le gustaba la idea de que Brandon pudiera llegar a ser un ciclista internacional.
La escuela sería un medio para que Brandon y otros chicos como él pasaran al siguiente nivel. Quería formar parte de eso, pero primero tenía que volver a ser el hombre que había sido. Tenía que competir y ganar.
Cuando aterrizó en Sacramento, condujo directamente hasta Fool's Gold, pero en lugar de ir a su casa o a ver a Charity a su despacho, fue a las instalaciones que albergaban la gran empresa constructora de Ethan. Se cruzó con varios tipos cargando la base de un molino en una gran máquina y se dirigió a la oficina.
La camioneta de Ethan estaba fuera. Entró y encontró a su amigo en su despacho.
– ¿Tienes un minuto? -le preguntó.
Ethan le indicó que se sentara.
– Claro. ¿Qué pasa?
– Acabo de volver de Los Angeles.
– ¿Y qué hay de nuevo por allí?
– Me he reunido con gente que puede financiar la escuela de ciclismo. La escuela que has ofertado para construir.
– Interesante.
– Quieren que la dirija.
Ethan se recostó en su silla.
– Los rechacé la semana pasada, por si te lo preguntas.
Josh se rió.
– ¡Sí, claro!
– Pero estoy ocupado con mi propio imperio, igual que tú. ¿Estás pensando en ello?
– Puede que sí. Los otros negocios, la tienda de deportes, el hotel y la agencia inmobiliaria, podrían ser llevados por cualquier buen gerente. Pero lo de la escuela es distinto.
– Quieren tu nombre.
No fue una pregunta, aunque Josh asintió de todos modos.
– Así les resultaría más fácil conseguir sponsors y alumnos.
– Entonces, ¿por qué no aprovechas la oportunidad?
– No sé si puedo hacerlo.
– Tendrías entrenadores, empleados en general. Podrías estar allí parado sin hacer nada, luciéndote, y ellos estarían contentos.
Josh ignoró el comentario.
– No sé si puedo montar.
Ethan juntó las cejas.
– Pues lo descubrirás en unas semanas.
Era cierto. La carrera se acercaba. En ocasiones, Josh pensaba que lo tenía controlado, que había vencido a sus demonios, pero otras veces sabía que estaba engañándose y que perdería el control en mitad de una carrera, que lo emitirían por la televisión internacional y que todo el mundo sabría que era un cobarde inútil. Si eso sucedía, le costaría encontrar trabajo en un puesto de perritos calientes, así que más todavía entrar en el círculo de los grandes ciclistas.
– Puedes hacerlo -le dijo Ethan.
– ¿Quieres apostar?
– Claro. Tú jamás has huido de nada en tu vida.
– Huí de ti -le recordó Josh-. Estaba asustado. Eras mi amigo, me necesitabas y me he escondido de ti durante años.
– Eso fue diferente.
– No. Fue exactamente lo mismo. Después de que Frank muriera… -se frotó las sienes-. Aún veo su cuerpo volando y cayendo contra el suelo. No es como en las películas. La muerte no viene con banda sonora.