Charity ni se atrevía a preguntar.
– ¿Quién se lo quedó?
– Siempre es la persona que menos te esperas, ya debería saberlo a estas alturas. Pero una vez más me he dejado engañar por una simpática sonrisa y por un ofrecimiento de ayuda.
– ¿Quién?
– Robert.
Charity se levantó y miró a Bernie.
– No. No me lo creo. ¿Robert? ¿Ese tranquilo Robert que vive solo y al que le gusta demasiado todo lo que tiene que ver con la Guerra Civil? Fue él el que informó de que el dinero había desaparecido.
– Lo sé. Y también se mostró muy enfadado, siempre hablaba de que quien fuera que se lo había quedado le había robado a la buena gente de Fool's Gold. Me lo tragué. ¡Pero si hasta salí a cenar con él!
– Yo también -murmuró Charity incapaz de asimilarlo-. ¿Robert? No es posible. ¿Estás segura?
– El rastreo de documentos me ha llevado hasta él. Lo he encontrado de pura casualidad y eso me enfada mucho. Hay transferencias, retiradas de dinero. Es bueno, eso tengo que reconocerlo. Pero no lo suficientemente bueno.
– ¿Y qué pasará ahora?
Bernie puso los ojos en blanco.
– Ya he llamado a la Jefa de Policía para que lo detengan mientras lo notifico a las autoridades estatales. Llegará en cualquier momento. ¡Estoy tan furiosa! Me engañó por completo.
– Nos engañó a todos -dijo Charity, aún incapaz de creerlo-. ¿Irá a la cárcel?
– Por mucho tiempo. Tengo que ir a hacer esas llamadas.
– ¿Necesitas que haga algo? -preguntó Charity.
– No le digas a nadie que me parecía un tipo simpático.
– Nos lo parecía a las dos.
Cuando Bernie se marchó, Charity intentó volver al trabajo, pero no podía pensar. ¿Robert era el ladrón? La información demostraba que una vez más se había equivocado al juzgar a alguien. Estaba convencida de que sus únicos defectos eran que era un poco aburrido y una especie de niño de mamá. Por el contrario, había robado millones de dólares, había encabezado la investigación para desviar la atención y había engañado a toda la ciudad.
Estaba furiosa. ¡Más que furiosa! ¡Y ella sintiéndose mal por no querer salir con él! ¡Qué nivel de estupidez!
Se levantó y fue hasta la ventana, por donde vio varios coches de policía llegar. En un minuto o dos, Robert estaría detenido.
Aún furiosa, salió al pasillo y fue al despacho de Robert. Al verla, él alzó la mirada y sonrió.
– Hola, Charity. ¿Qué tal?
– Para ti, no muy bien. ¿De verdad robaste el dinero?
Hubo un momento de confusión seguido de una expresión de sorpresa y de una insoportable arrogancia.
– Vaya pregunta. Me siento insultado.
– ¿Ah, sí? Pues no lo creo -lo observó buscando la verdad-. ¿Cómo? No, espera. Eso no importa. ¿Por qué? Ésa es la pregunta más importante. ¿Por qué le quitaste el dinero a la ciudad? ¿De verdad pensabas que éramos tan estúpidos que no te descubriríamos?
– Yo no he hecho nada, pero si lo hubiera hecho, nadie lo descubriría.
– ¿Es eso lo que crees? ¿Que eres más listo que todos nosotros? -se apoyó contra el marco de la puerta-. Lo siento, Robert. Resulta que Bernie es incluso más lista que tú.
El gesto de arrogancia desapareció.
– ¿De qué estás hablando?
– Ya ha llamado a la policía. Al parecer ha descubierto tus cuentas secretas y tiene todo lo que necesita para meterte en la cárcel durante mucho tiempo.
Él se levantó y fue hacia la puerta. Ella se apartó y lo vio correr hacia las escaleras para, unos segundos después, tropezar con el pie de Bernie y caer boca abajo sobre el suelo de mármol. La sheriff Burns subió las escaleras y plantó el pie sobre su espalda.
– Estaba a medio camino de casa cuando he recibido esta llamada -le dijo no muy contenta-. No me gusta que nadie se interponga en mis planes.
Diecinueve
– ¡Me siento tan utilizada! -dijo Marsha la mañana siguiente cuando Charity y ella estaban en su despacho-. Me caía bien Robert. Creía en él.
– Salí con él -dijo Charity sacudiendo la cabeza-. Me sentía mal por el hecho de que no me gustara más. ¿Cómo ha pasado todo esto?
– Fuimos demasiado confiadas -le dijo Marsha-. Tenía unas recomendaciones excelentes.
– ¿Es ahora cuando empezamos a hablar de lo tranquilo y amable que era?
La noticia había corrido como la pólvora. Robert no sólo le había robado dinero a la ciudad, sino que además había estado utilizando un nombre falso. Al parecer, las circunstancias de la muerte de su anciana madre resultaban sospechosas y estaba esperando a que lo extraditaran a Oregón donde lo acusarían de asesinato.
– He heredado el mal gusto con los hombres de mi madre -dijo Charity con gesto taciturno-. Aquí tenemos un ejemplo más.
– Robert no cuenta. Apenas saliste con él.
– Pero tampoco me pareció que tuviera nada malo y eso son unos cuantos puntos en mi contra.
– Medio punto -le dijo Marsha-. ¿Cómo te sientes?
– Bien. Aún no tengo síntomas muy claros. Ni antojos ni náuseas.
– ¿Has hablado con Josh recientemente?
– ¿Desde el anuncio? Vino a preguntarme qué quería de él y cuando no le respondí, dijo que lo solucionaríamos. Fue un momento muy tenso para mí.
– Estás dolida.
– Un poco. Y furiosa.
– ¿Porque no ha podido leerte la mente?
En parte sí, pero eso Charity no lo admitiría.
– ¿Por qué tengo yo que pedirle nada? ¿No debería ofrecerse él? Este hijo es tanto suyo como mío.
– Entonces quieres que haga lo correcto. ¿Estás esperando que te pida matrimonio?
– No -intentó darle fuerza a esa palabra-. Quiero que… -quería mucho y era difícil elegir-. Quiero que esté conmigo y con el bebé. No me interesa hacer nada sólo porque él crea que tiene que hacerlo.
– ¿Sabe que quieres estar con él?
Charity tampoco quería responder a eso.
– Te cuesta pedir lo que quieres -le dijo Marsha-. ¿Se debe a que tu madre nunca estuvo a tu lado?
– Probablemente. No confío en la gente con facilidad.
– ¿Y qué ha hecho Josh para que no confíes en él?
– Nada -admitió a regañadientes-. Pero fíjate en su pasado. Quiere volver a las carreras y quiere todo lo que eso implica.
– O tal vez lo único que quiere es saber que no ha fracasado.
«Interesante observación», admitió Charity a regañadientes. Pero antes de poder saber qué decir, Sheryl asomó la cabeza por la puerta.
– Charity, siento molestarte, pero es el doctor Daniels del comité del hospital. Dice que es importante.
– Gracias -Charity se levantó.
– Puedes responder la llamada aquí -le dijo Marsha-. Yo iré a por un café.
– Gracias -Charity esperó a quedarse sola en el despacho de la alcaldesa y levantó el teléfono-. Hola, doctor Daniels.
– ¿Señorita Jones, cómo está?
Había algo en su voz… vacilación, tal vez. A ella se le cayó el alma a los pies.
– Estoy bien. ¿Sucede algo?
– Sabrá que disfrutamos mucho con su presentación y que todos los miembros del comité creen que su ciudad es fantástica.
Ahora venía el «pero»…
– Pero tenemos algunas preocupaciones. Aunque Fool's Gold es una ciudad espléndida, es pequeña y ustedes ya tienen un hospital. Nos preocupa no tener suficiente población activa para sostener el nuevo hospital y no vimos mucho apoyo por parte de la comunidad.
Sintió un fuerte deseo de gritar, pero se forzó a tomar aire y calmarse.
– Doctor Daniels, tenemos una población activa muy bien formada y una comunidad que está más que ansiosa por recibir al nuevo hospital.
– Seguro que cree que es así, Charity…
– No lo creo, lo sé -dijo interrumpiéndolo-. Y puedo demostrárselo. Por favor, deme una oportunidad más con el comité.