– Lo has hecho genial.
– Todos lo hemos hecho. Ha venido todo el mundo. La información que tenía preparada era fabulosa, pero tener a tanta gente expresando su apoyo tiene un valor incalculable -sintió una agradable calidez por dentro, la sensación de estar en casa. Si el hospital se construía allí, no lo habría hecho sola y eso hacía que la victoria resultara más dulce todavía.
Esa ciudad, esa gente, era lo que había estado buscando toda su vida. Un lugar al que llamar hogar. Un lugar al que pertenecer.
Había estado perdida mucho tiempo, pensó mientras miraba los preciosos ojos de Josh. Había estado haciendo lo posible por tomar la elección correcta para no resultar herida, para que no la abandonaran. Pero vivir así había significado perderse muchas cosas, perderse lo mejor.
– Pase lo que pase con la carrera, con el bebé, con el futuro, quiero que sepas que no me arrepiento de nada. Te quiero.
Josh puso las manos sobre sus hombros y la besó.
– Yo también te quiero.
– ¿Qué… qué? -preguntó ella sintiendo como si el suelo se hubiera movido bajo sus pies.
Él sonrió.
– Te quiero, Charity. Eres todo lo que siempre he querido. Adoro estar contigo y cómo me siento cuando estoy a tu lado. Quiero ser el hombre de tu vida, la persona en la que puedas apoyarte. Quiero que formemos una familia. Para siempre. Y quiero que te cases conmigo.
Las palabras resonaron en su cabeza con fuerza; por separado tenían sentido, pero juntas le resultaban imposibles de creer.
– ¿Me quieres?
– Sí -volvió a besarla-. En cuanto pase la carrera, hablaremos de los detalles, de dónde viviremos y dónde celebraremos la boda.
Los labios de Josh seguían moviéndose y por eso Charity supuso que seguía hablando, aunque lo cierto era que no estaba escuchando.
La carrera. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Todo giraba en torno a la carrera, a ser famoso e importante, a ser el chico del póster.
– No he dicho que vaya a casarme contigo.
– Lo sé. Cuando gane…
– Eso es lo más importante, ¿verdad? Ganar. No quiero estar con alguien que necesita ser venerado por millones de personas, Josh. Quiero estar con un hombre que me quiera y que se conforme conmigo, con sus hijos y tal vez con un perro.
– Pero yo te quiero. No voy a dedicarme al ciclismo de manera profesional. Sólo quiero demostrarme que aún valgo.
– A mí no me importa que ganes la carrera.
– Pero a mí sí -le respondió él con determinación-. Mi madre me abandonó porque estaba enfermo y no servía para nada y Angelique se marchó cuando ya no pude competir.
– Pero yo no soy ellas.
– Quiero que estés orgulloso de mí.
– Ya lo estoy.
– Necesito estar orgulloso de mí.
Y era verdad. Lo que importaba era él y cómo se sintiera, pero ¿terminaría todo con una carrera? ¿Sería suficiente? ¿Podría oír a la multitud aclamándolo y alejarse de ello sin más? No.
– Ganaré y después estaremos juntos.
Josh era todo lo que había querido, el hombre que amaba, el padre de su hijo aún no nacido. Pero pedía lo imposible.
– No estaré contigo si participas en la carrera. No quiero estar con alguien que necesite ganar para sentirse lleno.
La puerta que había junto a ellos se abrió de golpe y Pia asomó la cabeza.
– ¡Dios mío! ¡Han aceptado! Traerán el hospital. ¿No es genial?
– Genial -susurró Charity sabiendo que esa mañana había ganado y perdido a partes iguales.
Veinte
Josh estaba sentado en la barra dando un trago a su vaso de agua. Faltaban tres días para la carrera y nunca en su vida se había sentido en tan buena forma. Sus cuidadosamente diseñadas rutinas de entrenamiento habían tonificado sus músculos y afilado sus reflejos. Había hecho el trabajo y ahora lo único que necesitaba era tener un poco de suerte.
– Para ser un tipo considerado casi como un héroe, no se te ve muy feliz -le dijo Jo-. ¿Quieres hablar de ello?
Él sacudió la cabeza y siguió mirando la barra.
Jo miró a su alrededor como para asegurarse de que nadie podía oírlos y se inclinó hacia él.
– Lo harás, Josh. Te he visto entrenar. Has estado en el medio del pelotón y no has tenido ningún problema. Eres bueno, tienes que creer en eso.
Él alzó la cabeza lentamente para mirar a la mujer que tenía delante y que lo miraba con afecto y comprensión.
– ¿Qué has dicho?
– Sé que has estado un tiempo asustado, pero lo lograste, venciste a tu miedo. No creo que yo pudiera haberlo hecho y pasar por lo que tú has pasado. Yo no, pero tú sí.
La verdad lo golpeó con fuerza y se le secó la boca.
– ¿Lo sabías?
– ¿Que ya no podías competir? Me parecía muy peligroso que salieras a montar a última hora de la noche, pero supongo que era el único modo que tenías para superarlo, ¿verdad?
Se sintió expuesto y un poco estúpido.
– ¿Lo sabías? -repitió.
– Eh, sí.
Él tragó saliva y se puso derecho.
– Deja que adivine, todo el mundo lo sabía. Toda la ciudad.
– No todo el mundo, pero sí la mayoría. No queríamos hablar de ello porque necesitabas tener tu espacio y asumirlo.
Revivió en su mente los dos últimos años y recordó las precauciones que había tomado para esconder su bici, cómo había montado en la oscuridad por vergüenza a hacerlo a la luz del día. Recordó cómo habían bromeado todos con eso de que volvía de estar con alguna chica cuando habían sabido perfectamente lo que había estado haciendo.
No sabía si meterse bajo tierra o sentirse agradecido.
– Estabas confuso -dijo Jo.
– Es una forma de decirlo.
Ella sonrió.
– Eres uno de los nuestros. Te queremos -su sonrisa se hizo más amplia-. Hablo en general, claro. No quiero que Charity venga y me dé una paliza.
– ¿Crees que podría contigo?
– El amor provoca reacciones muy interesantes en las mujeres. Les da fuerza.
Tal vez, pero él no estaba seguro de que Charity lo amara tanto como decía y es que estaba claro que no lo comprendía. Él no quería ser el chico del póster, sólo quería ser él mismo y tenía que competir en esa carrera para demostrarse que podía hacerlo. Después, seguiría con su vida.
Un par de chicos terminaron su partida de billar y, antes de marcharse, le gritaron:
– ¡Buena suerte el sábado, Josh!
– Gracias.
– ¿Estás bien? -le preguntó Jo.
Él asintió.
Cuando era pequeño, Fool's Gold lo había acogido y esa ciudad seguía estando a su lado de una forma que ni siquiera él había sabido. Quería saber cuánto les debía a todos, quería decirles que eran su familia.
Quería quedarse allí, estar allí con Charity. Quería casarse con ella. Cuando la carrera terminara, volvería a explicárselo y se lo haría entender. Por fin había encontrado a la mujer con la que estaba destinado a estar y no pensaba dejarla escapar.
La mañana de la carrera amaneció cálida y brillante. Charity se mantuvo ocupada en su habitación hasta que llegó la hora de reunirse con Marsha y después bajó al vestíbulo.
Mary, la recepcionista, la saludó.
– ¿Aún estás saltando de alegría por la construcción del hospital?
– Es una noticia fantástica -dijo Charity haciendo todo lo posible por sonar animada-. Para todos.
– Mi hermana pequeña quiere ser enfermera y está emocionada.
– Me alegro.
– ¿Vas a ir a ver la carrera? Josh ganará.
Charity sonrió y siguió caminando. No, no vería la carrera. Estaría presente cuando empezara, como parte de las autoridades de la ciudad, pero después se marcharía. ¿De qué le serviría quedarse?