Josh dijo que necesitaba ganar y Charity sabía que si perdía, seguiría intentándolo y que si ganaba se dejaría arrastrar de nuevo por ese mundo. Ella, por el contrario, era una persona corriente, así que, ¿cómo podría competir contra la inmortalidad de la fama?
Aceleró el paso queriendo llegar a casa de Marsha antes de que alguien se parara a hablar con ella. Casi todo el mundo se dirigía a la zona donde comenzaría la carrera y miles de visitantes abarrotaban las calles, así que no tuvo mucho que hacer aparte de sonreír y colarse entre los grupos de gente que se arremolinaban.
– ¡Qué cantidad de gente! -le dijo Marsha cuando llegó-. Todos los hoteles están completos y los restaurantes están llenos. Va a ser un buen fin de semana.
– Me alegro -respondió Charity siguiendo a su abuela hasta el salón.
Habían quedado en ir juntas, pero en lugar de agarrar el bolso y las llaves, Marsha fue hacia el sofá. Charity vio varios álbumes de fotos sobre la mesita de café.
– ¿Qué son?
– Sólo viejas fotografías. No te preocupes, tardaremos un segundo.
Charity se sentó.
– ¿Son de mi madre? -preguntó no segura de querer pasar la mañana viendo a Sandra.
– No exactamente -Marsha se sentó a su lado y abrió el primero, donde había varias fotos de un niño con muletas.
Charity reconoció a Josh de inmediato porque su sonrisa seguía siendo la misma. Absolutamente atrayente. ¿Tendría su hijo la misma sonrisa?
– Recuerdo la primera vez que lo vi al otro lado de la calle. Se movía muy despacio. Estoy segura de que le dolía dar cada paso, pero no se quejaba. No recordaba mucho de la caída y su madre no le hablaba de ello.
Pasó la página y en las siguientes fotos Josh aparecía solo o acompañado de un niño.
– Cómo ha cambiado -dijo Charity consciente del paso del tiempo.
¿Cómo estaría sintiéndose Josh en las horas previas a la carrera? ¿Estaría cansado? ¿Tenso? ¿Seguro de sí mismo? Había logrado vencer sus miedos y aunque eso significara que la abandonaría, ella esperaba que ganara porque era lo que él quería y ella lo amaba.
– Su madre alquiló una habitación en un motel lleno de bichos y donde se alquilaban camas por horas. Hace tiempo que lo derribaron -pasó de página-. Nunca llevaba almuerzo al colegio ni tenía dinero para comprarlo y el director me contó que se sentaba en una esquina de la cafetería sin mirar a los demás alumnos. Debía de estar hambriento.
A Charity se le encogió el estómago.
– ¿No le daba de comer?
– No lo suficiente. Lo arreglamos todo para que pudiera tomar una comida caliente al día y eso lo ayudó mucho. Se le veía alegre y se mostraba simpático. Le gustaba ir a la escuela y todos los niños lo apreciaban. Concerté una cita con su madre para decirle que quería ayudar, pero cuando me presenté en el motel, ella se había ido. Josh estaba en el aparcamiento. Dijo que su madre había ido a comprar, pero que volvería. Llevaba tres días esperándola.
A Charity empezaron a arderle los ojos y en esa ocasión no hizo nada por contener las lágrimas, sobre todo porque aquel Josh de diez años bien las merecía.
– ¿Cómo pudo hacer eso?
Marsha se encogió de hombros.
– No puedo entenderlo. Lo que pasó después, ya lo sabes. Él se fue a vivir con la familia Hendrix y comenzó a montar en bici como parte de su rehabilitación -cerró el álbum y miró a su nieta-. No ha olvidado lo que pasó ni el hecho de que su madre lo abandonara sin más. Cree que lo hizo porque él no era un niño sano, porque no era perfecto.
Al contrario de lo que veía todo el mundo, Josh pensaba que no valía nada y por eso sentía la necesidad de demostrar algo.
Charity se levantó y se llevó las manos al pecho.
– ¡Oh, no! Tiene que participar en la carrera, ¿verdad? No se trata de ganar, aunque eso sería genial. Se trata de curarse, de aliviar tanto sufrimiento.
Charity se secó las lágrimas.
– Le dije que si competía, no estaría con él. Le dije… -se cubrió la cara-. ¿Por qué he sido tan estúpida?
– Ésa es una pregunta que los enamorados llevan haciéndose miles de años.
A pesar de cómo se sentía, Charity se rió.
– ¿Así pretendes ayudarme?
– ¿Te sientes mejor?
– No lo sé. ¿Es demasiado tarde?
– ¿De verdad crees que una discusión va a hacer que Josh se desenamore de ti?
– No, pero he hecho que se sienta mal. Tiene que competir, ¡claro que sí! No va a irse a ninguna parte, ¿por qué no he podido verlo?
– A lo mejor antes no habías tenido nadie en quien creer.
Y era verdad, no lo había tenido. Hasta ahora.
– Creo en ti -le dijo a su abuela-. Te quiero.
Marsha sonrió.
– Yo también te quiero. Y ahora, ¡vamos!, me parece que tenemos que ir a ver una carrera.
Charity asintió y salieron corriendo de la casa. Había hordas de personas incluso en esa tranquila calle del barrio residencial. Marsha marcó el camino abriéndose paso entre la multitud y atajando por limpios callejones.
– No te preocupes -le dijo su abuela-. Tenemos mucho tiempo. No pueden empezar la carrera sin mí.
Cuando salieron a la calle principal, se vieron entre una masa de entusiastas ciclistas.
Marsha se giró y señaló.
– La carrera empieza allí. Ponte la identificación del Ayuntamiento y así podrás situarte en el punto de salida -miró su reloj-. Tienes cinco minutos antes de que pronuncie un pequeño discurso y Pia dé comienzo a la carrera.
Charity la abrazó.
– Muchas gracias.
– Te adoro, cariño. Ahora, ¡corre!
Charity se abrió paso entre familias y parejas colándose por los huecos más diminutos y disculpándose cada vez que se chocaba con alguien. Brillaba un sol radiante y hacía calor. ¿Cómo podía alguien montar en bici con un tiempo así?
A base de empujones y movimientos rápidos llegó al punto de salida, donde la multitud era aún mayor y había barricadas para contener a la gente.
Se acercó a una ayudante de la sheriff y le sonrió mientras le mostraba su identificación.
– Hola, soy Charity Jones. Soy…
La joven sonrió.
– Sé quién eres. Has logrado que traigan el hospital y tendrá un ala especial de pediatría. Mi primo tiene cáncer y será genial no tener que conducir hasta tan lejos para que lo atiendan.
– Es fantástico. Eh, ¿puedes ayudarme a pasar?
– Claro.
La chica apartó la barricada y Charity corrió hacia el punto de salida.
Habían trazado una línea en el suelo de la calle y allí se congregaban las cámaras de televisión, periodistas, fotógrafos y los ciclistas.
Charity vio a Josh. Gritó su nombre, pero el sonido de su voz se perdió entre la multitud. Miró a los demás ciclistas y supo que no podía ponerse en medio de todos y mantener una conversación privada.
Los altavoces chirriaron y entonces se oyó la voz de Marsha. No había mucho tiempo.
Se subió a la acera y en ese momento Josh se giró y la vio.
Llevaba gafas de sol, así que no pudo ver su expresión, pero antes de que Charity llegara a decidir qué hacer, él estaba desplazándose sobre su bici entre el resto de competidores y dirigiéndose hacia ella.
– No tenemos mucho tiempo -le dijo Charity después de echar a correr hacia él-. Sé que estoy distrayéndote, pero tenía que venir y decirte que estaba equivocada. Me equivoqué al decirte que no compitieras, al decirte que no estaría contigo si lo hacías. Te quiero, Josh. Éste eres tú y si de verdad me quieres y quieres estar conmigo, entonces me siento la mujer más feliz y afortunada del mundo.
Él se quitó las gafas y ella vio el amor ardiendo en sus ojos.
– ¿Lo dices en serio?
– ¡Claro! Iré a donde sea, con tal de que estemos juntos siempre -miró hacia la línea de salida-. Será mejor que te prepares para la carrera.
– ¿Y si no gano?
– Entonces seguirás intentándolo hasta que lo hagas.