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Él se agachó y la besó.

– Te quiero, Charity.

– Yo también te quiero.

Josh volvió junto al pelotón, ella dio un paso atrás y segundos más tarde se oyó el pistoletazo de salida que dio comienzo a la carrera.

Pia acompañaba a Charity mientras veían la carrera lo mejor que podían. El sol estaba alto en el cielo, cada vez hacía más calor y Charity empezó a preocuparse.

– ¿Crees que estará bebiendo lo suficiente? Hace mucho calor.

– Está bien. Es un atleta profesional. Toma, un taco. Te sentirás mejor.

– No puedo comer mientras Josh está compitiendo.

– ¿Crees que pasar hambre lo ayudará?

– Tal vez.

Pia suspiró.

– Espero no enamorarme nunca. La gente se vuelve idiota.

Charity sonrió.

– Pero merece la pena.

– ¡Como que voy a creérmelo!

Cuando el recorrido llevó a los ciclistas hasta la montaña, Charity y Pia fueron hacia el parque para esperar allí a que terminara la última etapa de la carrera. Su identificación permitió que pudieran estar cerca de la meta donde Charity esperó intranquila, deseando que Josh estuviera bien y que fuera pateando traseros a su paso.

Ahora comprendía que él necesitaba esa victoria y no para tener otro trofeo, sino porque tenía algo que demostrarse.

Un grito ahogado de la multitud le dijo que ya se habían visto a los ciclistas que iban en cabeza. Fue hasta el borde de la calle y se inclinó hacia delante todo lo que pudo para ver mejor.

Un solo hombre dobló una esquina. Iba rápido como el viento, pedaleando con facilidad, como si no le supusiera ningún esfuerzo. Como si hubiera nacido para eso.

E incluso con casco y gafas oscuras, lo reconoció y gritó su nombre.

Él alzó la cabeza.

Ella lo saludó con la mano, riendo, esperando a que pasara por delante de ella como una flecha. Pero él aminoró la marcha y se detuvo enfrente.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó cuando él plantó el pie en el suelo. Charity señaló la línea de meta-. ¡Vamos!

La gente comenzó a gritar, pero Josh los ignoró.

Se quitó las gafas.

– ¿Qué tal?

– ¡Josh! Esto no tiene gracia. Vamos, muévete -miró atrás sabiendo que el resto de ciclistas aparecerían en cualquier momento-. Termina. Puedes ganar. Ya hablaremos después.

– Podemos hablar ahora.

– ¡No! Te he dicho que estaba equivocada. Te he dicho que te quiero. ¿Qué más quieres?

– A ti. Para siempre.

– Sí, sí. Me tienes. Y ahora vete. Cruza la línea de meta. Está justo ahí. ¿Es que no la ves? Date prisa.

– ¿Te casarás conmigo?

El hombre situado al lado de Charity se giró y le dijo:

– Por el amor de Dios, jovencita. Cásate con él.

– Me casaré contigo. Y ya hablaremos de tu carrera de ciclista.

– No quiero seguir en esto, Charity. Lo decía en serio. Lo único que necesitaba era enterrar unos cuantos fantasmas.

Ella vio a dos ciclistas doblando la esquina.

– ¡Vamos! Márchate ya.

Josh se puso las gafas.

– Me dijiste que no te importaba que ganara.

– ¡Me equivoqué! Te lo he dicho billones de veces. Y ahora, ¡por favor!, ¿podrías moverte y ganar esta carrera para que podamos seguir con nuestras vidas?

– ¡Claro!

Y con eso, se puso en marcha.

Charity contuvo el aliento mientras él tomaba velocidad y cruzaba la línea de meta con varios segundos de ventaja.

La multitud estalló en vítores y risas y Charity intentó llegar hasta Josh, pero había demasiada gente entre ellos. Por eso esperó mientras alguien abría botellas de champán, los periodistas hacían preguntas y Josh era el centro del universo.

Pero entonces oyó algo extraño. A unos metros de distancia, una mujer se giró y gritó:

– ¿Dónde está Charity?

El hombre que tenía detrás preguntó lo mismo y así fue corriéndose la voz hasta que un señor que tenía delante le preguntó:

– ¿Eres Charity?

Ella asintió.

– ¡La he encontrado! -gritó-. Vamos, cielo, ve con Josh. Está esperándote.

La multitud fue pasándola en volandas hasta que se vio de pie delante de Josh. Él sujetaba un enorme trofeo en una mano y con la otra la rodeó por la cintura.

– ¡Por fin! -se giró hacia los periodistas-. Bueno, chicos, preguntad lo que queráis.

– ¡Qué gran regreso, Josh! ¿Entrenarás para el Tour de Francia?

– No. Aquí lo dejo.

Besó a Charity en la frente y la acercó más a sí.

– Mi vida está aquí.

Ella lo rodeó por la cintura y sintió su amor por él crecer hasta desbordarse.

– Puedes competir, si quieres. Ya encontraremos alguna solución.

Él la miró a los ojos y sonrió.

– No. Quiero dirigir la escuela de ciclismo y estar a tu lado. Tú eres mi hogar, Charity. Eres el lugar al que pertenezco.

– Yo también te pertenezco -le dijo.

– Pues entonces genial, porque no pienso dejarte marchar.

Ethan Hendrix vio a su mejor amigo besar a la chica. A Josh le había costado, pero por fin había encontrado lo que siempre había estado buscando. Feliz, se giró para volver a su oficina.

«¡Qué interesante era la vida!», pensó al echar a andar, pero entonces algo rojo y luminoso captó su mirada. Un color de pelo que hacía mucho tiempo que no veía.

Se giró para mirar una vez más. Para estar seguro. Y después maldijo en silencio.

Liz había vuelto.

Susan Mallery

Autora de bestsellers románticos, ha escrito unos treinta libros, históricos, contemporáneos e incluso de viajes en el tiempo. Comenzó a leer romance cuando tenía 13 años, pero nunca pensó escribir uno, porque le gustaba escribir sobre filosofía o existencialismo francés. Fue en la escuela superior cuando acudió a clases sobre Cómo escribir una novela romántica y empezó su primer libro, que cambió su vida. Fue publicado en 1992 y se vendió rápidamente. Desde entonces sus novelas aparecen en Waldens bestseller list y ha ganado numerosos premios.

Actualmente vive en Los Angeles, con su marido, dos gatos y un pequeño perro…

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