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– A cambio de su testimonio -dijo Nardozzi-, podemos pedir prisión preventiva para usted y trasladarle junto con su familia a un lugar seguro. Podemos conseguir que conserve un porcentaje de sus activos, para que pueda mantener un estilo de vida similar al actual. Cumplirá diez meses en algún lugar… hasta el juicio. Luego usted y su familia simplemente van a desaparecer.

– ¿Desaparecer? -Raab lo miró boquiabierto-. ¿Como en el Programa de Protección de Testigos, se refiere? Eso es para mañosos, delincuentes…

– En el programa WITSEC hay todo tipo de personas -lo corrigió Booth-. Lo único que tienen en común es el temor a sufrir represalias por su testimonio. Allí estará seguro. Y, lo que es más importante, su familia también. Nunca nadie ha conseguido traspasar el programa cuando se han respetado las reglas. Hasta puede escoger la zona del país donde deseen vivir.

– No tiene alternativa, señor Raab -lo apremió Ruiz-. Su vida no vale nada, ya sea en la calle o en prisión, tanto si se enfrenta a estas acusaciones como si no. Se cavó su propia tumba el día que empezó a tratar con esta gente. Desde entonces lo único que ha hecho es ir cambiando de sitio la mugre.

«¿Cómo vamos a hacer frente a esto?», pensó Raab mientras las palabras del agente se le clavaban como balas huecas. ¿Y Sharon y los niños? Su vida, todo cuanto conocían, todo con lo que contaban… ¡desaparecido! ¿Qué podía decirles para que lo entendieran?

– ¿Cuándo…? -asintió Raab, derrotado, con los ojos vidriosos-. ¿Cuándo empieza todo esto?

Nardozzi sacó unos papeles y los deslizó sobre la mesa, delante de Raab. Una hoja que parecía oficial con el encabezamiento «Departamento de Justicia de Estados Unidos. Formulario 5-K. Acuerdo de testigo colaborador». Destapó un bolígrafo.

– Hoy, señor Raab. En cuanto firme.

13

Estaban todos reunidos en casa. Kate y Sharon podaban unas hortensias en la cocina, tratando de mantener a raya los nervios, cuando un sedán azul y un todoterreno negro giraron y comenzaron a avanzar por el camino.

Ben había llamado hacía una hora. Les había dicho que tenía que hablarles de algo muy importante, pero no quiso explicarles cómo había ido la reunión con el FBI. En todo el día no habían salido de casa. Los niños no habían ido a la escuela. Policías y agentes del FBI patrullaban constantemente los alrededores de la casa.

Un hombre y una mujer con traje bajaron del sedán seguidos de Raab. El todoterreno dio media vuelta y bloqueó la entrada del camino.

– Tengo un mal presentimiento -dijo Sharon dejando las tijeras.

Kate le respondió asintiendo con la cabeza mientras contenía la respiración. Esta vez ella también lo tenía.

Su padre entró en la casa y se quitó el abrigo, lívido. Le guiñó el ojo a Kate, con poco entusiasmo, y abrazó con formalidad a Sharon.

– ¿Quién es esta gente, Ben?

Él se limitó a encogerse de hombros.

– Hay que hablar de varias cosas en familia, Sharon.

Se sentaron en torno a la mesa del comedor, lo que no contribuyó precisamente a tranquilizarles, porque nunca se sentaban allí. Ben pidió un vaso de agua. Apenas podía mirarlos a los ojos. Un día antes habían estado pensando en las pruebas de acceso a la universidad de Em y planeando su viaje de invierno. Kate nunca había notado tanta tensión en la casa.

Sharon lo miró, inquieta.

– Ben, nos estás empezando a asustar a todos.

Él asintió.

– Hay algo que no os comenté anoche -dijo-. Alguien más vino a verme a la oficina, y también se lo presenté a Harold. Alguien que buscaba el mismo trato que el tipo del que os hablé, Paz: transformar dinero en efectivo en oro y sacarlo del país.

Sharon negó con la cabeza.

– ¿Quién?

Él se encogió de hombros.

– No lo sé. De todos modos, da igual. Tal vez me propuso algunas cosas que yo no debería haber aceptado. -Bebió un sorbo de agua-. Tal vez tienen grabadas cosas que dije.

– ¿Grabadas? -Sharon abrió los ojos sorprendida-. ¿A qué clase de cosas te refieres, Ben?

– No sé… -Miraba al vacío con expresión extraviada; seguía evitando mirar a los ojos a ninguno-. Nada muy concreto. Pero lo suficiente para, sumado a los pagos que recibí, complicar de verdad las cosas. Con lo que todo tiene bastante mala pinta.

– ¿Mala pinta…?

Sharon empezaba a preocuparse. Y Kate también. ¡Anoche les habían disparado! El mero hecho de que las conversaciones se hubieran grabado era una locura.

– ¿Qué nos estás diciendo, Ben?

Él se aclaró la garganta.

– Ese otro tipo… -logró decir por fin, levantando la mirada-, era del FBI, Sharon.

Fue como si un peso muerto hubiera caído en el centro de la habitación. Al principio nadie dijo nada, sólo miraban horrorizados.

– Oh, Dios mío, Ben, ¿qué has hecho?

Empezó a contárselo con voz ronca y monótona. Todo el dinero de los últimos años -con el que había pagado la casa, los viajes, los coches- era dinero sucio. Dinero de la droga. Lo sabía pero había seguido haciéndolo, hundiéndose cada vez más. No había sido capaz de dejarlo; y ahora lo tenían: tenían su voz grabada ofreciendo el mismo trato a un agente secreto, tenían las cantidades que había recibido, sabían que había organizado el enlace.

Kate no podía creer lo que oía. Su padre iba a ir a la cárcel.

– Podemos luchar, ¿no? -dijo su madre-. Mel es buen abogado. Mi amiga Maryanne, del club, conoce a alguien que ha llevado casos de fraude de valores. Aquellos de Logotech. Les consiguió un trato.

– No, no podemos luchar, Sharon -respondió Ben-. Esto no es un fraude de valores. Me han negado los derechos y he tenido que hacer un trato. Puede que tenga que ir una temporada a la cárcel.

– ¡A la cárcel!

Raab asintió con la cabeza.

– Luego tendré que testificar. Pero eso no es todo. Hay más. Mucho más.

– ¿Más? -Sharon se levantó. Aún llevaba puesto el delantal-. ¿Qué puede haber más que esto, Ben? ¡Casi nos matan! ¡Mi marido acaba de decirme que irá a la cárcel! ¿Más…? Suplica. Paga una multa. Devuelve lo que te llevaste injustamente. ¿Qué diablos quiere de ti esta gente, Ben? ¿Tu vida?

Raab se puso en pie de un salto.

– No lo entiendes, Sharon. -Fue hacia la ventana-. No se trata de una mala transacción. ¡Son colombianos, Sharon! Puedo perjudicarlos. Ya viste lo que hicieron anoche; son mala gente. ¡Asesinos! Nunca permitirán que vaya a juicio.

Descorrió las cortinas. Había dos agentes apoyados en el todoterreno a la entrada del camino. Un coche de policía aparcado junto a los pilares bloqueaba la entrada.

– Esta gente, Sharon… no han venido por hacerme el favor de traerme a casa. Son agentes federales; están aquí para protegernos. Eso es exactamente lo que quieren de mí esos hijos de puta. -Se le llenaron los ojos de lágrimas y la congoja inundó su voz-. ¡Quieren mi vida!

14

Sharon se dejó caer de nuevo en la silla con la mirada vidriosa, distante y perpleja. Un silencio denso se instaló en la estancia.

Kate miró fijamente a su padre. De pronto, lo veía distinto; ahora se daba cuenta. Ya no había por qué ocultarlo. Él lo sabía; cada noche al cruzar la puerta; en cada viaje que emprendían juntos; hasta cuando anoche la abrazó y le prometió que nunca iría a la cárcel…

Mentía.

Lo sabía.

– ¿Qué estás diciendo, papá? -preguntó Justin, boquiabierto-. ¿Que esta gente quiere matarte?

– ¡Ya lo has visto, Just! Lo viste anoche. Puedo dejar al descubierto parte de su organización. Puedo desenmascararlos en el juicio. Son gente peligrosa, hijo. El FBI… no cree que podamos volver a hacer vida normal.

– ¿Podamos…? -Emily se levantó de un salto, esforzándose por entender-. ¿Quieres decir todos nosotros? ¿Es que estamos todos en peligro?