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– Un par de veces al año -suspiró Sharon tomando la mano de Kate.

– Eso es. Se les darán nuevas identidades, nuevos carnés de conducir, números de la Seguridad Social. A ojos del mundo, nada de esto ha existido. ¿Entendéis que es sólo por vuestra propia seguridad? -preguntó mirando a los chicos-. Vuestro padre está haciendo algo que le granjeará el odio de la gente contra la que va a testificar, y ya habéis visto de primera mano de lo que son capaces. La agente Seymour y yo hemos llevado varios casos similares, incluso de miembros de la propia familia Mercado. Si seguís las reglas, no os pasará nada. Aún no ha habido un solo caso en que el protegido haya sido descubierto.

– Ya sé que todo esto debe de asustarles -intervino Margaret Seymour. Tenía un pequeño lunar a la derecha de la boca y un ligero acento sureño-. Pero cuando encuentren un hogar, no estará tan mal. Me he encargado de muchas reubicaciones como la suya; familias en situaciones parecidas. Hasta podría decirse que soy como una freak especialista en los Mercado. Tendrán más de lo que tiene la mayoría de las familias: dinero suficiente para vivir cómodamente. Tal vez no acabe de ser el estilo de vida al que estaban acostumbrados, pero haremos lo posible por encontrar un lugar cómodo. -Sonrió a Emily que, a todas luces, lo estaba pasando mal-. ¿Has ido alguna vez a California, cariño? ¿O a la costa noroeste?

– Juego al squash, agente Seymour. -Em se encogió de hombros-. Estoy federada.

– Llámame Maggie. Y te prometo que seguirás haciéndolo, cariño. Lo solventaremos. Irás a la escuela y a la universidad, como hubieras hecho aquí. Uno se adapta a las cosas. Sabrás arreglártelas. Y lo más importante: estaréis juntos. Naturalmente -añadió mirando a Kate-, sería mejor si os fuerais todos.

– No, ya está decidido. Yo me quedo -dijo Kate, aferrando más fuerte la mano de su madre.

– Entonces tendrás que tratar de no llamar para nada la atención -insistió Phil Cavetti-. Te iría bien cambiar de domicilio. Asegúrate de que las facturas del teléfono y la luz no vayan a tu nombre.

Kate asintió.

– Ya hablaremos de cómo hacernos cargo de todo cuando tus padres se hayan ido.

– ¿Podremos volver algún día? -preguntó Em, no muy convencida.

– Como suele decirse, «nunca digas de esta agua no beberé».

– La agente Seymour sonrió-. Pero la mayoría de familias acaba sintiéndose cómoda en su nuevo hogar. Echan raíces. Por desgracia, los Mercado tienen buena memoria. Creo que lo mejor es que consideréis esto como una nueva fase de vuestra vida. Ahora seréis estas nuevas personas. Te acostumbrarás. Lo juro sobre un montón de raquetas de squash. ¿Algo más?

– Así que se acabó todo. -Sharon tomó aire y recorrió rápidamente la habitación con la mirada, a punto de echarse a llorar-. Nuestra casa. Nuestros amigos. Nuestra vida. Todo lo que hemos construido.

– No -replicó Kate negando con la cabeza. Tomó la mano de su madre y la apretó firmemente contra su pecho-. No se ha acabado todo, mamá. Esto es lo que habéis construido; no lo olvides nunca. Nos llamamos Raab, mamá. Kate, Justin y Emily Raab. Eso nunca nos lo podrán arrebatar.

– Oh, cariño, te voy a echar tanto, tanto de menos…

Su madre la abrazó con fuerza durante un largo rato. Kate notó lágrimas, las lágrimas de Sharon, en el hombro. Emily se unió a ella y las dos la abrazaron.

– Tengo un poco de miedo -declaró Em.

Aunque en la pista de squash se mostrara dura como el acero, no era más que una chica de dieciséis años a punto de separarse de cuanto conocía en la vida.

– Yo también tengo miedo, cielo -respondió Kate, estrechando más a su hermana-. Tienes que ser fuerte -le susurró al oído-. Ahora quien lucha eres tú.

– Entonces estamos todos de acuerdo -interrumpió su padre.

Apenas había pronunciado una palabra en toda la reunión. Phil Cavetti asintió en dirección a un joven agente del WITSEC que había junto a la puerta y que se acercó y tomó a Raab del brazo respetuosamente.

– Está bien. -Sharon se secó los ojos y echó un último vistazo a su alrededor-. No pienso decir nada más. Sólo es un lugar; habrá otros. Vámonos y punto.

De pronto, Kate se dio cuenta de que veía a su familia -tal como la conocía hasta entonces- por última vez. No se trataba de un viaje: no iban a volver. Caminó hasta la puerta con los brazos alrededor de Em y Justin. Los miró, con el corazón latiéndole atropelladamente.

– No sé qué decir.

– ¿ Qué vamos a decir? -Su madre sonrió y le secó las lágrimas de la mejilla-. Tengo algo para ti, mi amor.

Se sacó un pequeño joyero marrón de la chaqueta y lo puso en la mano de Kate.

Kate abrió la tapa. Dentro había una fina cadena de oro con un colgante. Era un medio sol hecho de oro labrado y con un diamante incrustado. Tenía las esquinas recortadas, como si lo hubieran partido en dos. Parecía azteca, o puede que inca.

– Contiene secretos, Kate -susurró Sharon mientras se lo colgaba a su hija del cuello-. Tiene una historia. Algún día te la contaré; algún día encajarán las piezas, ¿de acuerdo?

Kate asintió, conteniendo las lágrimas.

Entonces, de pronto, se volvió a mirar a su padre.

– Te he hecho una transferencia a tu cuenta -le dijo él fríamente-. Mel se ocupará de ello. En principio, tendrás que mantenerte con eso durante un tiempo.

– Estaré bien -asintió Kate.

No acababa de tener claro cómo se suponía que debía sentirse.

– Ya sé que estarás bien. -Entonces la atrajo hacia sí y la estrechó entre sus brazos. Kate no se resistió. No quería. Apoyó la cabeza en el hombro de su padre-. Sigues siendo mi hija -le dijo-. Sientas lo que sientas, eso no cambiará.

– Lo sé, papá.

Kate aspiró por la nariz tratando de contener el llanto y le devolvió el abrazo.

Se separaron. Las lágrimas humedecían las mejillas de Kate. Miró por última vez sus ojos marrones de párpados caídos.

– Pórtate bien, gorrión. Y contrólate el azúcar. Ya sé que tienes veintitrés años, pero si no estoy yo aquí para recordártelo, ¿quién lo hará?

Kate asintió y sonrió.

– Pórtate bien tú también, papá.

Un agente federal lo tomó del brazo. Lo llevaron afuera, hasta un todoterreno negro con faros en el techo. Besó a Sharon.

Raab abrazó a Justin y a Em, y luego subió al coche. Empezó a lloviznar.

De pronto, Kate sintió que la presión que albergaba en su interior estaba a punto de estallar.

– Aún podría ir. -Se volvió hacia su madre-. Sólo hasta que papá salga…

– No -la interrumpió Margaret Seymour con rotundidad-. Aquí es o todo o nada, Kate. Si vienes, vienes para siempre. No podrás marcharte.

Sharon agarró a su hija y sonrió, casi imperceptiblemente.

– Vive tu vida, Kate. Es lo que quiero que hagas. Por favor…

Kate, titubeante, asintió con la cabeza a modo de respuesta. Entonces todo empezó a desmoronarse, esa compostura que tanto se había esforzado por guardar.

Los agentes los llevaron hasta un Explorer de los US Marshals que había llegado en silencio. Su equipaje ya estaba en el maletero. Subieron. Kate se acercó corriendo y apoyó la palma de la mano en la ventanilla mojada.

– Os quiero a todos…

– Yo también te quiero -le dijo su madre articulando bien para que le leyera los labios.

Juntó su mano extendida con la de Kate desde el otro lado del cristal.

El Explorer empezó a alejarse. Kate se quedó mirando, petrificada. Ahora las lágrimas rodaban a placer por sus mejillas. Le costó horrores no abalanzarse sobre el coche, arrancar la puerta y precipitarse en el interior. No podía dejar de pensar que quizá era la última vez que los veía.

– ¡Nos vemos pronto! -gritó cuando se alejaron.

Todos se volvieron tras el vidrio oscurecido y le dijeron adiós con la mano. El Explorer se detuvo al final del camino. Luego giró en los pilares de piedra. Un guiño de las luces de los frenos… y desaparecieron.