– Cosecha de 2006. Julio. ¡Estupendo! -rió Kate. Greg le puso en el regazo una servilleta de papel-. ¿Y para acompañar…?
– Para acompañar -Greg hizo un gesto elegante hacia la cocina-, un plato que lleva la firma de nuestro chef: ternera con curri verde y Pad Thai de gambas, servidos ceremoniosamente, como siempre, en sus recipientes tradicionales.
Kate vio un par de envases de comida para llevar de su restaurante tailandés preferido, aún en una bandeja y con los palillos al lado.
Rió en señal de aprobación.
– ¿Eso es todo?
– ¿Cómo que si eso es todo? -Greg soltó un bufido burlón-. Para después, y como broche de oro a la cita romántica de sus sueños…
Se sacó de detrás de la espalda una caja de DVD.
Jack Black. Escuela de rock.
– ¡Perfecto!
Kate no pudo sino echarse a reír. La verdad era que esa noche le vendría bien ver una auténtica chorrada bien tonta. Quizá Tina estaba en lo cierto. Quizás era cuanto necesitaba.
– ¿Impresionada, mademoiselle? -preguntó Greg, sirviendo un poco más de vino.
– Muy impresionada -respondió Kate con un guiño-. Sólo que puede que yo también tenga una idea.
– ¿Y de qué se trata? -preguntó Greg, mientras acercaba su copa de vino a la de ella para brindar.
– Irme al cuarto. Pongamos… ¿dos minutos? Sólo para lavarme y perfumarme y salir oliendo fenomenal.
Greg se rascó la barbilla y dejó la tontería del acento.
– Sobreviviré.
Kate se levantó de un salto y le dio un beso burlón en los labios. Luego se metió a toda prisa en el baño y se quitó la camiseta y los vaqueros.
Se metió en la ducha y sintió cómo los poros de su cara resucitaban al contacto con el agua tibia. Con los desquiciantes horarios de Greg y toda la tensión del año anterior, se habían convertido en una especie de matrimonio de ancianos. Habían olvidado lo que era divertirse, sin más.
Kate dejó que el agua le empapara el pelo y se embadurnó con un jabón de aroma sexy a lavanda que había comprado en Sephora.
De pronto, se abrió la mampara de la ducha y Greg se metió dentro con una sonrisa traviesa.
– Lo siento, no he podido esperar.
Los ojos de Kate lanzaron un destello lleno de picardía.
– Pero bueno, ¿cómo es que has tardado tanto?
Se besaron, con el rocío caliente derramándose sobre ellos. Greg la atrajo hacia sí y ella sintió como si cada célula de su cuerpo cobrara vida.
– Qué bien hueles -suspiró él, acariciándole los hombros con la barbilla, mientras con las manos masajeaba sus nalgas firmes, sus pechos.
– Y tú hueles a sala de Urgencias -le respondió ella entre risas-. ¿O es la salsa de chile?
Él se encogió de hombros a modo de disculpa.
– Lidocaína.
– ¡Ah! -Kate abrió mucho los ojos, sintiendo cómo Greg se apretaba afectuosamente contra ella-. Pero ya veo que te has traído el Pad Thai.
Se echaron a reír y entonces Greg le dio media vuelta, inclinándole delicadamente la espalda mientras iba abriéndose paso en su interior.
– Buen plan, Kate.
Él siempre sabía cómo hacer que lo olvidara todo. Ella era consciente de la suerte que tenía. Se mecieron unos instantes, con las manos de él en los muslos de ella. Sentirlo en su interior hacía que una oleada de calor le recorriera todo el cuerpo y se aceleraran los latidos de su corazón. Kate dejó escapar un grito ahogado, su respiración se hizo más profunda. Más rápido y más fuerte después, con el agua salpicándolos mientras sus muslos entrechocaban. Empezaron a subir el ritmo y ella se tensó por dentro. Greg también jadeaba. Había algo bello en la apremiante urgencia de sus movimientos. Kate cerró los ojos. Al cabo de unos instantes lo tenía totalmente pegado a ella, bajo la cálida ducha, y el corazón le latía febrilmente mientras su cuerpo se liberaba y encorvaba al mismo tiempo.
– Perdón por la cena -bromeó él.
– No pasa nada. -Kate se acurrucó en el hombro de Greg y suspiró-. Habrá que conformarse con esto.
Luego cenaron en la cama, directamente de los envases.
Vieron la película de Jack Black y se rieron a carcajadas. Kate apoyó la cabeza en diagonal sobre el pecho de Greg. Fergus estaba hecho un ovillo a los pies de la cama, en su cesto. Hacía mucho que Kate no se sentía tan relajada.
– Maintenant más vino, s'il vous plaît -dijo Kate, inclinando la copa vacía.
– Te toca a ti -respondió él, negando con la cabeza-. Llevo todo el día matándome en la cocina.
– ¿Que me toca a mí? -Le dio una patada, juguetona-. Es mi noche.
– ¿Qué pasa, que no has tenido bastante ya?
– Vale -concedió Kate. Se puso el camisón-. Ya veremos si te traigo algo.
Sonó el teléfono.
– Mierda -suspiró Greg en voz alta.
Habían llegado a odiar el sonido del teléfono a horas imprevistas: solía ser del hospital para que fuera.
Kate lo buscó a tientas. El número de la pantalla no le sonaba. Al menos no era el hospital.
– ¿Diga? -respondió.
– Kate, soy Tom O'Hearn, el padre de Tina.
– ¡Hola!
Le extrañó que llamara tan tarde. Su voz denotaba cansancio y tensión.
– Kate, ha pasado algo terrible…
Kate miró a Greg inquieta, mientras un escalofrío le recorría la espalda.
– ¿Qué?
– Han disparado a Tina, Kate. Está en el quirófano. Es grave. No saben si saldrá de ésta.
22
Se pusieron el primer chándal que encontraron y fueron en taxi tan deprisa como pudieron hasta el Centro Médico Jacobi, en el Bronx, a unos treinta minutos de allí.
Greg no le soltó la mano en todo el trayecto. Ni al pasar por el puente Triborough ni al llegar a Bronx River Parkway. No tenía sentido. ¿Cómo podían haber disparado a Tina? Kate acababa de dejarla, y su padre decía que ahora estaba en quirófano. «Ponte bien -no dejaba de repetir Kate para sus adentros, tratando de controlar los nervios-. Vamos, Tina, tienes que conseguirlo.»
El taxi se detuvo en la entrada de Urgencias. Greg sabía exactamente adónde ir. Subieron corriendo las escaleras hasta la sala de traumatología, en el cuarto piso.
Kate vio a Tom y Ellen O'Hearn, los padres de Tina, acurrucados en un banco junto al quirófano. Nada más verla, ambos se levantaron de un salto y la abrazaron. Ella les presentó a Greg. Los semblantes preocupados de los O'Hearn reflejaban la misma inquietud profunda que Kate sabía que expresaba el suyo.
– ¿Cómo está? -preguntó.
Aún estaban operando a Tina. Le habían disparado en la nuca.
Justo delante del laboratorio, cuando se iba. En medio de la calle. La cosa no pintaba muy bien. Había perdido mucha sangre, pero todavía resistía.
– Es grave, Kate. -El padre de Tina no hacía más que sacudir la cabeza-. Está luchando pero el tejido está muy dañado. Los médicos dicen que no saben cómo irá.
Greg apretó el brazo de Tom y dijo que trataría de que alguien de dentro les pusiera al corriente.
– ¿Quién puede haber hecho algo así? -preguntó Kate sin acabar de reaccionar mientras se sentaba en el banco junto a Ellen-. ¿Cómo ha sido?
– Al parecer, fue cuando acababa de salir del laboratorio. -Tom se encogió de hombros, impotente-. En medio de la calle. En la avenida Morris. La policía ha venido hace un rato. Por lo visto alguien vio huir a una persona; creen que el asunto puede estar relacionado con bandas callejeras.
– ¿Con bandas? -Kate abrió los ojos sorprendida-. ¿Qué coño tiene que ver Tina con las bandas?
– Alguna clase de rito de iniciación, han dicho. Según parece, esos animales demuestran su valía matando a alguien al azar. Dicen que ha sido como si el agresor estuviera esperando a que apareciera alguien en la calle, y justo entonces ella salió del laboratorio. Acababa de llamarnos, Kate. Unos minutos antes. Estaba en el sitio equivocado a la hora equivocada.