– Sé que tienes miedo, Kate. Ojalá pudiera llevarte conmigo a algún sitio. Ojalá pudiera resguardarte de todo esto. Protegerte.
– Como Superman -dijo Kate, estrechándolo entre sus brazos-. Superhombre…
Greg le levantó la barbilla con el dedo.
– Sé que lo estás pasando muy mal con todo esto. Lo de Tina. Pero de una cosa puedes estar segura, bicho: yo no me iré. Estoy aquí, Kate. No me iré a ningún sitio. Te lo prometo.
Ella apoyó la cabeza en él y cerró los ojos. Por un momento, se sintió segura. Lejos de todo. Esa sensación era lo único a lo que podía aferrarse ahora mismo.
Asintió suavemente, apoyándose en él.
– Lo sé.
31
Sonó el teléfono. Kate abrió los ojos, medio dormida.
Ya era de día, casi las once. Debía de haber estado agotada; nunca dormía hasta tan tarde. Greg ya se había ido. El teléfono volvió a sonar y Kate buscó a tientas el auricular.
– ¿Diga?
– ¿Kate? ¿Cari…?
La voz la sacudió como una descarga de pura adrenalina.
– ¡Mamá! ¿Eres tú?
– Sí, soy yo. ¿Cómo estás, cariño? No me dejarán hablar mucho rato. Sólo quería que supieras que estamos bien.
– ¡Oh, Dios mío, estaba tan preocupada, mamá! Sé lo de papá; sé que ha desaparecido. Los del WITSEC han estado aquí.
– Me lo han dicho -respondió su madre-. No aparece desde el miércoles. Nadie sabe nada de él, Kate; no sabemos dónde está.
– Oh, Dios mío, mamá. -Kate cerró los ojos, volviendo por un momento a las horribles fotos de la noche anterior-. Mamá, no sé cuánto te habrán contado, pero Margaret Seymour está muerta. Cavetti estuvo aquí. Me enseñaron fotos de ella. Creen que fue la gente de Mercado; trataban de obtener información, puede que de papá. Era horroroso, mamá. La torturaron. Tenéis que ir con cuidado. Puede que sepan dónde estáis.
– Estamos bien, Kate. Nos tienen bajo custodia las veinticuatro horas del día. Sólo que no hemos sabido nada de tu padre.
– ¿Y ellos qué te dicen? -preguntó Kate, nerviosa, luchando contra el miedo de que su padre estuviera muerto de verdad.
– No me dicen nada, cariño. No sé qué pensar.
– A mí tampoco. ¿Cómo está Em? ¿Y Justin?
– Están bien, Kate -respondió su madre-. Intentamos mantener la normalidad dentro de lo posible. Esta semana Em tiene torneo. Le va bien. Y Justin es Justin. Ya mide más de metro ochenta.
– Dios mío, cómo me gustaría oírles la voz.
– No puede ser, Kate. Están aquí los del WITSEC. Dicen que tengo que colgar ya.
– Mamá… ha pasado algo más que tienes que saber. Algo malo. Han disparado a Tina O'Hearn.
– ¡Oh, Dios mío! -exclamó entrecortadamente su madre-. ¿Disparado?
– En la calle, justo delante del laboratorio. La policía cree que es algo relacionado con bandas, pero yo no me lo creo, mamá. Esa noche ella cerraba por mí. Creo que pensaron que era yo.
– Kate, procura pasar desapercibida. Y deja que esa gente te proteja.
– Ya lo hacen, mamá, están aquí. Sólo que…
– ¿Cómo está Tina, cariño? -preguntó Sharon-. ¿Está muerta?
– No, pero es grave. Está aguantando pero han tenido que operarla un par de veces. No saben lo que pasará, mamá. En serio que necesito veros.
– Ya me gustaría, Kate. De verdad. Hay cosas que ya llevo mucho tiempo guardándome y ahora debes saberlas. Pero, Kate…
Una voz masculina interrumpió la comunicación, indicándoles que debían colgar ya.
– ¡Mamá!
– Kate, ve con cuidado. Haz lo que te digan. Ahora me mandan colgar. Te quiero, mi vida.
Kate se levantó de un salto, sosteniendo el teléfono con las dos manos.
– ¡Mamá! -Los ojos se le llenaron de lágrimas-. Diles a Justin y a Em que les quiero. Diles que les echo de menos. Que quiero veros pronto.
– Nosotros también te echamos de menos, Kate.
La línea se cortó. Kate se quedó allí sentada, con el auricular caído sobre el regazo. Por lo menos estaban a salvo. Ésa era la mejor noticia que podían darle.
Entonces se dio cuenta de algo. Algo importante. Algo que Sharon había dicho y que, ahora, al darle vueltas mentalmente, no parecía encajar.
Margaret Seymour. Cavetti había dicho que la habían asesinado a las afueras de Chicago. El jueves pasado. Para conseguir información.
El jueves…
Así pues, ¿cómo podía el asesino haber utilizado lo averiguado para encontrar al padre de Kate? Ben había desaparecido la noche anterior.
32
– ¿Está muerto mi padre, agente Cavetti? -preguntó Kate atravesando las puertas del despacho del agente del WITSEC, en el Edificio Javits de Federal Plaza, mientras lo miraba a los ojos sin pestañear.
Había presentes dos personas más: Nardozzi, el letrado del gobierno, de facciones angulosas, y un hombre alto y medio calvo de cabello pelirrojo claro, que no se movió del rincón. Se lo presentaron como el agente especial Booth del FBI.
– No lo sabemos, Kate -respondió Cavetti, devolviéndole la mirada.
– Yo creo que sí. La semana pasada entraron en mi piso. Un pestillo de la puerta que nunca utilizamos estaba corrido. Al principio me preocupaba que alguien fuera a por mí, pero luego, cuando empezó a pasar todo esto, se me ocurrió que… -Kate le lanzó una mirada acusadora-. ¿Tengo los teléfonos pinchados, agente Cavetti?
– Kate. -El hombre del WITSEC se levantó y rodeó la mesa hasta llegar a ella-. Ya sabes que la seguridad de nuestra agencia está comprometida. Una de nuestras agentes ha sido asesinada salvajemente. Alguien intentaba sonsacarle información, y sabemos que tenía que ver con el caso de tu padre.
– Pero resulta que mi padre desapareció el miércoles… ¿no es así, agente Cavetti? -preguntó Kate-. A Margaret Seymour no la mataron hasta el día siguiente. Así que se lo vuelvo a preguntar: ¿está muerto mi padre?
– Señora Raab… -Nardozzi se aclaró la garganta.
– Herrera -lo corrigió Kate con severidad-. Ustedes quisieron que me cambiara el apellido. Es Herrera.
– Señora Herrera -dijo el abogado poniéndose de pie-. Debería estar enterada de que actualmente hay más de cuatro mil quinientas personas al amparo del Programa de Protección de Testigos. Muchas de ellas son gente normal que lo único que quería era hacer lo correcto a pesar de las represalias. Denunciantes, testigos. Otras son personajes muy conocidos del crimen organizado. Gente que ha hecho caer a familias enteras, que ha ayudado a condenar a muchos. Nombres que, de divulgarse, se reconocerían muy fácilmente.
– Aún no ha contestado a mi pregunta -insistió Kate.
– Hay otros -continuó el fiscal del Departamento de Justicia-con quienes, en ocasiones, el gobierno llega a acuerdos en privado, personas que nos han ayudado en varios frentes de investigación. La fiabilidad de esta protección -le indicó con la cabeza que se sentara-, en el sentido de ofrecer una vida segura a quienes se arriesgan a testificar, se ha convertido en el eje central del sistema judicial federal tal y como hoy lo conocemos. Por eso se han asestado buenos golpes al crimen organizado en las dos últimas décadas; por eso se ha reducido considerablemente el narcotráfico a gran escala. También puede muy bien ser la razón por la que no han atacado este país desde el 11 de septiembre.
– ¿Por qué me cuenta todo esto? -Kate se dejó caer en una silla enfrente de ellos.
– Porque, señora Herrera -se adelantó el agente del FBI-, su padre compró un teléfono móvil hace dos semanas, a nombre de su hermano. Justin, ¿verdad?
Sorprendida, Kate asintió, casi de forma automática.
– Al principio no hubo llamadas pero el jueves las cosas empezaron a cambiar. Fue el día después de que desapareciera su padre. Hubo una llamada a Chicago.
Kate sintió que veía un diminuto rayo de luz al final del túnel.
– El número al que se efectuó la llamada, señora Herrera -dijo el hombre del FBI arrojando una carpeta sobre la mesa, delante de ella-, era la línea segura de Margaret Seymour.